El Mercurio, 15 de julio de 2018
Opinión

Otro padrino

Ernesto Ayala M..

Un documental que sigue a Juan Carlos Avatte, mítico dueño de peluquerías -y pelucas- Avatte. En la cinta, Avatte tiene más de 70 años, pero posee una energía incombustible que usa para armar fiestas, comidas y congregar a todo tipo de amigos o conocidos a su alrededor.

Il Siciliano
Dirigida por José Luis Sepúlveda, Carolina Adriazola y Claudio Pizarro.
Documental.
Chile, 2017.
82 minutos.

José Luis Sepúlveda («El pejesapo», 2007) realiza películas de factura gomosa, con imágenes que se quedan pegadas en la mente, no precisamente «agradables», pero que se mantienen ahí, gravitando sin disolverse del todo en el recuerdo. Ahora, junto con Carolina Adriazola (con quien ya había trabajado antes en «Mitómana», 2009, y «Crónica de un comité», 2014) y el periodista Claudio Pizarro (que escribió sentidas crónicas sobre el personaje que ahora se retrata), dirigieron «Il Siciliano», un documental que sigue a Juan Carlos Avatte, mítico dueño de peluquerías -y pelucas- Avatte. En la cinta, Avatte tiene más de 70 años, pero posee una energía incombustible que usa para armar fiestas, comidas y congregar a todo tipo de amigos o conocidos a su alrededor. Su mundo puede verse como «decadente» o como uno de los últimos resabidos de una bohemia santiaguina casi extinta, donde se encontraban vedettes, travestis, topleras, cantantes y todo orden de dobles, personas que cantan y hasta cierto punto se visten como Julio Iglesias, Tom Jones, Sandro o Camilo Sexto. Nada aquí es diseñado, cuidado, sofisticado ni estético, mucho menos hipster , sino gastado, sucio, abigarrado, con paredes interiores de color damasco, alfombras de muro a muro, luces con ese blanco frío de las ampolletas de bajo consumo. A Avatte todo esto lo tiene sin cuidado, porque es un sistema solar armado a su gusto, sistema donde es el rey sol, porque tiene la casa, el negocio y el dinero. A juzgar por la cinta, sus preocupaciones se reducen a las fiestas, las mujeres y su negocio, en ese orden, y, claro, a permanecer como el centro «benefactor» de este universo. Hay personas que gozan construyendo mundos a su imagen y semejanza, y Avatte, que murió en agosto de 2017, durante el rodaje de esta cinta, parecía ser uno de ellos.

«Il Siciliano», como se ha dicho, se filmó con la aprobación y complicidad absoluta de Avatte, halagado quizás de sentirse el protagonista de una película. La cinta divide sus energías entre retratar a Avatte hasta sus últimas consecuencias -desnudo después del amor, inmóvil después de la muerte- y dar cuenta de los personajes que lo circundan, donde hay mucho material que, sin ánimo de sonar peyorativo, es a lo menos sabroso. Es cierto que la cinta no va más allá de mostrar a topleras, empleados o «dobles de» en torno al territorio de Avatte, perdiendo quizás la oportunidad de indagar en sus vidas más de su directo ámbito de influencia, pero una película así podría haber tenido incontables horas. «Il Siciliano», sin embargo, sí deja espacio para el bosquejo de estos personajes, especialmente de aquellos que trabajan o dependen de él. Hay ahí adoración, manipulación o quejas, que sitúan a Avatte como un patrón en propiedad: autoritario, caprichoso, que exige más lealtad de la que entrega. Algunos, no en vano, lo tratan de «padrino», como evidente referencia a ya sabemos qué. Sepúlveda y Adriazola, que han filmado antes territorios de marginalidad o de periferia, aunque no lo remarcan en exceso, no son ingenuos en retratar estas relaciones de dependencia y poder. La cinta, entonces, está tensionada entre el afecto a un mundo de bohemia que se intuye en extinción -fascinante en la medida en que no recibe mayor atención de los medios, las revistas ni de la intelligentsia – y el cuestionamiento a los mecanismos del poder patronales. Las imágenes finales del funeral de Avatte, resulta evidente, resuelven el partido a su favor. Avatte, que en vida fue entusiasta de los shows, cantantes y performances de todo orden, al momento de su muerte es honrado con canciones y muestras de cariño que ya quisiera gente de bien mucho más emperifollada.