Y a propósito de la propuesta constitucional, estamos ante un buen ejercicio de evaluación sobre la robustez de la autonomía del BC, que pone en duda la definición de objetivos más diversos en el nuevo texto, pues las tentaciones a más escrutinios indebidos podrían ser recurrentes.
La semana pasada ocurrió lo impensable: el dólar llegó a mil pesos. Con razón, esta situación se ha convertido en una preocupación para el Presidente Gabriel Boric, quien está viendo con inquietud como las consecuencias del alza y el problema inflacionario se están haciendo sentir en el bolsillo de los chilenos, a tan solo dos meses del plebiscito. La aprobación del Gobierno y su opción respecto a dichos comicios se encuentran por el suelo. El pesimismo se ha instalado en La Moneda, y con él, las respuestas desesperadas.
El ministro de Hacienda, tras observar con frustración que su anuncio de venta de $5.000 millones de dólares no hicieron nada al tipo de cambio, solicitó por la prensa un “diagnóstico de la situación” a la institución que lideró hace solo 4 meses: el Banco Central (BC). Dicha intromisión no quedó ahí, pues luego, la vocera de gobierno instruyó indebidamente al organismo a “tomar medidas”, lo que fue reforzado por el ministro de Economía tras preguntar públicamente cuál sería la estrategia del BC respecto de la escalada del dólar.
Las alarmas en el mundo de la economía se prendieron rápidamente, llevando a las autoridades a desdecirse: Vallejos se disculpó por el espacio a la mala interpretación, al no haber querido dar a entender que se quería pasar a llevar la autonomía de dicha institución, y Marcel, advirtiendo que “hay ciertos actores y autoridades que no están tan familiarizadas con los temas económicos”, desacreditó a la titular de la Segegob, encendiendo las trincheras de Apruebo Dignidad, principalmente en los dirigentes comunistas que han sido críticos con la orientación de Hacienda.
Con este telón de fondo, la inflación galopante sigue presente. La evidencia es enfática en el valor que tiene el hecho de que los bancos centrales sean autónomos, sobre todo de los gobiernos de turno, para que puedan lograr un buen manejo monetario en favor de la estabilidad macroeconómica y controlar la inflación -“impuesto regresivo” que afecta directamente a los más vulnerables, pues devora sus sueldos y ahorros-. En vez de pautear el quehacer de un organismo cuya independencia hay que respetar, el Ejecutivo debiese destinar sus esfuerzos respecto a los problemas de fondo que afectan a nuestra economía y, así, fortalecer nuestra debilitada moneda.
Se advirtió que el exceso de gasto fiscal y los retiros producirían inflación -a oídos sordos de muchos del oficialismo-. Hoy, se debe trabajar en aquellas ayudas dirigidas a las familias golpeadas por dicho fenómeno, no solo con la preocupación técnica de no generar un exceso de liquidez, si no que con la prudencia que amerita una elección libre de intervencionismo. Así, y a propósito de la propuesta constitucional, estamos ante un buen ejercicio de evaluación sobre la robustez de la autonomía del BC, que pone en duda la definición de objetivos más diversos en el nuevo texto, pues las tentaciones a más escrutinios indebidos podrían ser recurrentes. No por nada decimos “zapatero a tus zapatos”: dejemos que el BC haga lo suyo y el Gobierno se encargue de lo que le corresponde (sin desesperarse)