El libro Capital in the Twenty First Century de Thomas Piketty, ha causado gran impacto. El progresismo de izquierda está en llamas. Paul Krugman lo definió como “el libro de economía más importante del año, y quizá de la década”. El joven economista francés -tiene sólo 42 años- ya es una célébrité. Y su libro, un récord de ventas. Piketty no es un economista convencional. Le gusta la historia económica y se define como heredero de la tradición de la Economía Política. Parte su libro con la llamada curva de Kuznets. Según ésta, la desigualdad después de aumentar, tendería a disminuir. Pero el chorreo no ocurrió. Al contrario, la desigualdad ha aumentado. Y Piketty lo muestra con cifras que ya comienzan a ser cuestionadas.
El tema de la desigualdad tiene una larga historia. El análisis intelectual de este concepto en el siglo XVIII fue intenso y fascinante. En 1750 Jean-Jacques Rousseau gana el premio de la Academia de Dijon con su ensayo “Discurso sobre las ciencias y las artes”. Básicamente nos plantea que el progreso corrompe al hombre y a la sociedad. Si bien su segundo discurso, acerca del “Origen de la Desigualdad” (1750) no ganó el premio de la Academia, éste gatilló un profundo debate. En este ensayo Rousseau propone que los problemas de la sociedad comenzaron cuando alguien dijo “esto es mío”. Y hace un llamado a recuperar esa feliz y sabia naturaleza original donde todos éramos iguales. El gran Voltaire, después de recibir su segundo discurso, le envía una carta. Le agradece su nuevo libro “contra el género humano”, resaltando que después de leerlo dan ganas de “volver a caminar en cuatro patas”. Pero agrega que él ya estaba viejo para eso. Piketty tiene algo de Rousseau. Quizá no alcanzará la gloria del filósofo genovés, pero al menos es francés, escribe acerca de la desigualdad y transmite cierta ingenuidad.
En el siglo XIX tenemos al gran economista David Ricardo. Después de una exitosa vida en el mundo financiero, se retira a estudiar economía. En 1817 publica su famoso “Principios de Economía Política y Tributación”. Si bien es conocido por el principio de las ventajas comparativas, también analiza la importancia de la renta. Para Ricardo los grandes terratenientes aumentarían su capital con rentas crecientes. En ese entonces, claro está, la importancia económica de la tierra era significativa.
Hoy las cosas han cambiado bastante. Sólo piense en la revolución de la información. Pero Piketty también tiene algo de Ricardo. Y de Karl Marx, quien, inspirado por Ricardo auguró que el capitalismo cavaría su propia tumba. Piketty promueve una especie de mirada algo estática y determinista del capital. Pero el capital, vaya novedad, es veleidoso.
Por último, en el siglo XX tenemos a Milton Friedman. Claramente no hay afinidades ideológicas entre ambos economistas. Pero sí hay similitudes metodológicas. Ambos comparten una mirada de la economía. Por de pronto, usan lo que se define como “serial history”. No en vano Piketty se refiere al clásico “A Monetary History of the United States: 1867-1960” de Friedman y Schwartz, como un trabajo “monumental” y “fundamental” (p. 548). Usando bases de datos en el tiempo, con una intuición muy simple y grandes supuestos, ambos sacan sus conclusiones y realizan propuestas. Y Piketty, al igual que Friedman, también descansa en el carácter predictivo de la economía. Además, ambos piensan que el economista debe generar un clima intelectual para influir. Friedman fue un maestro en esas lides. Y Piketty encontró el clima apropiado para influir.
Después de estas tres conexiones en tres siglos, veamos lo que nos propone. Piketty argumenta, de manera simple y elegante, que r>g, o sea, el retorno de capital es mayor que el crecimiento económico. Esto conduciría a la acumulación y a la concentración, agudizando la desigualdad. Enfrentamos un peligroso y creciente “capitalismo patrimonial” que genera suspicacias, desconfianza y, por qué no decirlo, envidia. Quizá por eso se habla de “combatir” o “luchar” contra la desigualdad. Y por eso mismo se pone el foco en los ricos y no en los pobres. Como remedio, Piketty propone un impuesto progresivo óptimo que alcance el 80% (pp. 512-4). Haciéndole honor a Rousseau, este “radical shock”, como él lo llama, nos conduciría a su ideal igualitario. Su ideal de controlar el capital sólo conduce a asfixiar el capitalismo.
El análisis de Piketty ignora un fenómeno fundamental del capitalismo que es su dinamismo y capacidad de cambio. Sólo recuerde lo que hicieron Bill Gates o Steve Jobs. Y si no quiere ir tan lejos, pregúntele a Zuckerberg que recién cumplió 30 años, tuvo una gran idea. Y hoy es muy rico. Piketty olvida eso que Joseph Schumpeter llamó la “creación destructiva”. La verdad es que la riqueza y los ricos cambian con mucha facilidad. Hilando más fino, en su libro no aparece la palabra riesgo, algo que cualquier hombre de negocios conoce y entiende.
Adam Smith nos habla del deseo de mejorar como una propensión natural que nos acompaña desde que nacemos hasta la tumba. Este es el impulso que mueve a la economía, que nos motiva para trabajar y esforzarnos. El debate sobre la desigualdad, que se agudizó con la crisis financiera del 2008, debería centrarse más en cómo mejorar la cancha y las condiciones de vida de los más desfavorecidos. La solución para Piketty no está en el crecimiento, ni en las condiciones iniciales para entrar a competir a la cancha, sino en la supuesta injusticia de la desigualdad. Para ello propone mayor recaudación. En conclusión, Piketty no deposita su confianza en las personas, sino en el Estado.