El Mercurio, 18/1/2010
Opinión

¿Por qué la elección fue previsible?

Harald Beyer.

El resultado fue claro, y quizás lo más notable es que no fue muy distinto de lo que se observaba hace varios meses. Ya en octubre pasado la encuesta CEP marcó números que estadísticamente no son muy distintos de los de ayer. Es decir, los ciudadanos desde muy temprano no querían reelegir a la Concertación, a pesar de la popularidad de la Presidenta y de su gobierno, la baja inflación y altas expectativas económicas, algo que tradicionalmente significa la reelección del oficialismo.

Este fenómeno requerirá explicación, pero debe recordarse que el candidato oficialista ya había sido Presidente y había terminado su mandato con una aprobación inferior al 30 por ciento, que en otras latitudes es considerado una lápida definitiva para un candidato que aspira a reelegirse. Una segunda causa es el creciente fraccionamiento al interior de la Concertación, que llevó a una parte de su electorado a dudar de la capacidad de esta coalición para agruparse detrás de un programa reformista de gobierno.

Un tercer factor decisivo es el divorcio que se produjo entre la Primera Mandataria y su ministro más cercano con los partidos concertacionistas. El paso del tiempo y, sobre todo, el apoyo ciudadano a los dos primeros dejaron atrás las divisiones, pero el quiebre se produjo, y la población tomó distancia de los partidos oficialistas y les perdió confianza. Por ello la renovación de última hora en sus liderazgos -Tohá, Lagos Weber y Orrego- no surtió los efectos esperados. Por último, la Concertación apeló en exceso a un supuesto mejor derecho a gobernar que la población no validó. La soberbia y el desprecio son malos aliados en política. La irrupción de ME-O fue el primer efecto temprano de estos errores; pero, en estricto rigor, no fue el responsable de la derrota oficialista. Es más, producto de la transversalidad que su candidatura logró, la Concertación pudo forzar una segunda vuelta que debe haber hecho menos amarga la derrota.

Pero la elección de ayer también es responsabilidad de Sebastián Piñera. Su campaña planteó con más claridad los problemas que preocupan a la población y le hizo sentir a esta que tiene la capacidad y los equipos para avanzar en su solución. Pero también levantó temas controvertidos al interior de su coalición y lo hizo con decisión. Por ello, la apelación al respeto y tolerancia por otras ideas y formas de vida, que caracterizaron su campaña, ganó credibilidad frente a un electorado oficialista que siempre le había reprochado a este sector político una escasa preocupación por la diversidad. Todo esto le dio mayor contenido a su mensaje de cambio, dotándolo de un alcance político más extendido que la sola alternancia en el poder o la nueva forma de gobernar, que fueron elementos centrales en su campaña. En estas circunstancias, apoyar su elección fue una apuesta atractiva y de bajo riesgo para una proporción significativa de votantes que, en el pasado, siempre terminó inclinándose por la Concertación.

LOS CIUDADANOS DESDE MUY TEMPRANO NO QUERÍAN REELEGIR A LA CONCERTACIÓN.