El Mercurio, 11 de noviembre de 2012
Opinión

¿Por qué la gente no votó?

Sergio Urzúa.

Fui de esos pocos que votaron. No lo hacía en muchos años, no por no querer, sino por no poder -¡mi reino por voto en el extranjero!-. Los resultados de la elección son conocidos. La ganadora fue la abstención: 60% de los electores no votó. El fenómeno se ha interpretado como manifestación de la apatía de la población, y la clase política ha anunciado que buscará «reencantar al electorado». Personalmente, considero esa idea un poco riesgosa. Quizás porque prefiero pocas pero buenas ideas, a muchas y malas ofertas.

Pero la decisión de ir a votar no es muy distinta de la de cualquier otra decisión: implica sopesar costos y beneficios. Se ha supuesto que la gente no ve los beneficios de sufragar. Pero, ¿y los costos del proceso? ¿Existen rigideces que desincentivan el voto? Les doy cuatro ejemplos, todos basados en lo que experimenté el día de la votación.

Temprano ese domingo tomé un taxi desde el aeropuerto. Le pregunté al taxista si pensaba votar. Me contestó que no, que le gustaría hacerlo, pero que no podía sacrificar horas de cola (no anticipaba que éstas no se producirían). Interesante punto: el acto de votar interfería con sus actividades laborales. En eso me llama por teléfono una amiga. Le pregunto si votó. Me dice que está en la playa y que, como anda con más gente, ve difícil poder volver a Santiago a tiempo. En su caso, el acto interfería con sus actividades sociales. (Ella finalmente volvió y votó, no así sus acompañantes). Almuerzo en casa de mis padres. Ya son las 4 de la tarde y ahora es mi turno de ir a votar. Paso frente al televisor y me encuentro con el partido River vs. Boca. Me pregunto, ¿cuántos se habrán quedado viendo el clásico? Éste debe haber aumentado el costo de oportunidad de algunos, relegando el voto a un segundo plano. Finalmente parto a votar. El lugar está vacío. Las caras de los vocales me hablan de un día perdido. Es evidente que para ellos el proceso generó muchos costos y pocos beneficios.

El nuestro es un sistema de votación arcaico, que demanda ser modernizado. Un sistema bien pensado permitiría votar durante una semana y no un día; daría la posibilidad de votar electrónicamente y a distancia, y evitaría los costos sociales y económicos propios de las ineficiencias del proceso. Agrego además a esa lista la posibilidad de eliminar errores humanos en el conteo de votos. Lo ocurrido con la elección de concejales y algunos alcaldes es simplemente un ejemplo de las vulnerabilidades del retrógrado sistema. Un poco de tecnología no haría mal. Así, con todo quizás no haya sido tan mala la alta abstención. No quiero imaginar qué hubiese pasado si los 13 millones 404 mil votantes hubiesen llegado ese día a las urnas. ¿Colas de varias horas? ¿Recuento eterno de votos?

La decisión de no votar es la respuesta racional a nuestro sistema caro e ineficiente. El voto voluntario requiere que el proceso eleccionario se ajuste a la vida de los votantes, no viceversa. A un año de una nueva elección, sería bueno comenzar a modernizar el sistema.

El nuestro es un sistema de votación arcaico, que demanda ser modernizado.