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(Pos)democracia plena

Aldo Mascareño.

(Pos)democracia plena

Siempre es un agrado que a uno le reconozcan los logros, pero algunas veces uno sabe que tampoco era para tanto. El Índice de Democracia 2022, construido por el grupo The Economist, recientemente ha situado a Chile en el grupo de países con democracia plena. Está en el lugar 19 a nivel mundial y tercero en América Latina después de Uruguay y Costa Rica. Es de los países que más subió desde el año anterior, magníficos seis puntos. Ascendió al cuadro de honor junto con Francia y España, antes en ‘democracia defectuosa’, principalmente gracias a la eliminación de las medidas restrictivas durante la pandemia. Es decir, sin esas medidas podríamos haber permanecido en primera, claro, solo tendríamos más muertes por Covid, pero ese problema humanitario parece no importar en la calificación democrática.

Para los espíritus noventeros, este podría ser un momento de éxtasis autocomplaciente. Si la generación dorada del fútbol ya se esfumó, que ahora venga la democrática. Pero la historia nos ha enseñado algunas cosas desde entonces, por ejemplo, que mucha autocomplacencia conduce a estallidos, que los estallidos engendran superioridad moral y que desde ahí se puede caer muy fuerte, más temprano que tarde.

La reciente Encuesta CEP ha hecho visible un ánimo democrático lúgubre en la población, unido a una alta desconfianza en las instituciones políticas y a oscuras expectativas económicas. La encuesta Feedback mostró hace unos días que la expulsión de migrantes ilegales, la pena de muerte a delitos muy graves y la prohibición de ideologías extremas concitan significativamente más apoyo que, por ejemplo, el incremento del gasto en beneficios sociales. ¿Serán así las 18 democracias plenas antes que la chilena? Más bien, nuestros indicadores anuncian rasgos posdemocráticos, una situación en la que el orden social liberal pierde legitimidad porque la experiencia cotidiana confronta a las personas con situaciones límite ante las cuales no encuentran respuesta institucional.

Hace exactamente un año en el norte de Chile hubo un paro regional y protestas cargadas de xenofobia por la crisis migratoria, el aumento de la delincuencia, la inseguridad y la violencia en la zona. Hace unos días aconteció algo similar en Iquique y Alto Hospicio. Y se pueden anticipar el impacto que tendrá la crisis en el sur de Perú. El gobierno anunció que, por ley de infraestructura crítica, se instalarán militares en la frontera y que el estado de excepción no se descarta. Esta es la dimensión más urgente del problema, pero queda la crisis humanitaria no solo de los migrantes, sino de todos aquellos que se ven presionados por recursos y espacios de convivencia en una zona ya precaria en institucionalidad social e infraestructura de servicios.

Por otro lado, en la zona sur de Chile, la fuerte explosión de violencia en los últimos años ya condujo al estado de excepción. Con la detención de personas vinculadas a grupos violentos y la persecución de delitos como el tráfico de drogas, porte de armas y robo de madera, la violencia rural ha disminuido en alrededor de un 40% en 2022, según información del Ministerio Público. Pero de nuevo, enfrentar el delito es la tarea más básica de todo Estado de derecho. Paralelamente hay que preguntarse cómo aportar para la reconstrucción de la sociabilidad democrática. En 2022, la Encuesta CEP hecha en la zona mostró que la experiencia cotidiana de la violencia es igualmente grave para la población mapuche y no mapuche y que hay visiones comunes sobre la solución del conflicto. Sin profundizar este camino, la arrogancia moral puede ser nuevamente recibida a balazos en los territorios.

Todas estas, entre otras, son buenas razones para una nueva Constitución. Chile no es un cementerio de la democracia, pero tampoco un oasis de plenas libertades. En una reciente entrevista en El Mercurio, Juan Luis Ossa enfatizó en el valor de distintas posiciones políticas, de las minorías y de la democracia representativa para cimentar la legitimidad de nuestro orden social y político. Esto es clave para no caer presa de impulsos autoritarios o populistas que ya se advierten. No querríamos aparecer en unos años más en el índice de posdemocracia plena.