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Posdemocracia

Aldo Mascareño.

Posdemocracia

Lo que anuncian los datos de la encuesta CEP es que en Chile estamos muy cerca de un escenario posdemocrático –si no ya en él. En este tipo de escenario se mantienen los procedimientos formales de la democracia, hay elecciones regulares, partidos y Congreso funcionando, pero la participación de la ciudadanía es mínima, la confianza en las instituciones políticas es baja, el interés por la política es marginal y las expectativas de un futuro esplendor son lejanas.

La reciente encuesta CEP ha sacado a la luz una tendencia preocupante a la desvalorización de la democracia y la emergencia de impulsos autoritarios que deriva de distintos datos.

El más evidente es que, en ocasiones, un 19% de los encuestados opina que un gobierno autoritario es preferible a uno democrático, y un 25% cree que da lo mismo tener uno u otro. Quienes optan por la democracia antes que cualquier otra forma de gobierno alcanzan el 49%. Solo un 12% cree que la democracia funciona bien en Chile. Un 68% prefiere orden público antes que libertades (10%). Un 64% opina que la situación política en Chile es mala y solo un 6% que es buena. Después de las universidades (55%), las instituciones que más confianza generan son la PDI (53%), Carabineros (46%) y las Fuerzas Armadas (44%), probablemente porque delincuencia es la principal preocupación de los chilenos (60%). Esto se correlaciona con que desde 2021 ha crecido el porcentaje de personas que justifica el uso de fuerza policial para controlar a violentistas en marchas (30% en 2021; 56% en 2022) y manifestaciones (26% en 2021; 44% en 2022). Para cerrar todo esto, la apreciación sobre la situación económica del país es igualmente oscura: un 63% de los encuestados la califica como mala, mientras que solo un 5% la considera buena. Es decir, el espíritu del momento revela tendencias autoritarias, una deficiente apreciación del funcionamiento de la democracia y la política, propensión al uso de la fuerza, aumento de la preocupación por la delincuencia y decepción con la situación económica. Algunos querrían cerrar por fuera. Pero ¿es este un escenario terminal?

La memoria histórica chilena asocia el autoritarismo con dictaduras, golpes militares y la disolución del Congreso. La memoria histórica global lo asocia al fascismo; a la disyuntiva entre libertad y totalitarismo de la Segunda Guerra, o entre capitalismo y comunismo en la Guerra Fría. Pero en el mundo multipolar de la tercera década del siglo XXI, con fragmentación de las doctrinas clásicas y eclosión de identidades territoriales y digitales, habría que pensar menos en absolutos binarios y más en la ambigüedad de una transición.

Lo que anuncian los datos de la encuesta CEP es que en Chile estamos muy cerca de un escenario posdemocrático –si no ya en él. En este tipo de escenario se mantienen los procedimientos formales de la democracia, hay elecciones regulares, partidos y Congreso funcionando, pero la participación de la ciudadanía es mínima, la confianza en las instituciones políticas es baja, el interés por la política es marginal y las expectativas de un futuro esplendor son lejanas. Cuando se advierten estas tendencias, las nuevas generaciones comienzan a introducir binarismos recargados. Diferencian ahora entre la política tradicional y ellos mismos; otros distinguen entre pueblo y elite, o entre la gente y los corruptos, y le asignan superioridad moral al lugar en el que se sitúan para trazar esas distinciones. Entretanto, la mayoría mira desde afuera, desde el 60% de los preocupados por la delincuencia, desde el 63% que no tiene esperanzas económicas, desde el 88% que cree que la democracia funciona regular o mal. En la posdemocracia, la mayoría queda como tercero excluido de quienes se entretienen en el juego de tronos. Por ello se pierde el vínculo sustantivo con las instituciones democráticas y sociales; se las ve como un mero instrumento para fines particulares. Entonces, la democracia representativa liberal deja de importar.

Nadie puede eliminar posibilidades futuras, pero en Chile es improbable el éxito de un dictador a la antigua, de la convencional que aspiraba a disolver los poderes del Estado y derivarlos a una asamblea popular, de un sheriff envuelto en lágrimas y bandera chilena. Pero acostumbrarnos a la decepción de la posdemocracia porque no nos da para más, no es una posibilidad descabellada.

El nuevo proceso constitucional es la opción para revertir todo esto. La reforma del sistema político y los derechos sociales son clave para escapar al limbo posdemocrático. Hoy no estamos en el escenario terminal, pero llegará si fracasamos por segunda vez.