El Mercurio, sábado 3 de julio de 2004.
Opinión

Potencia del candor

Enrique Barros B..

En Estados Unidos, «una vez que se da vuelta la perilla, la puerta se abre, y usted ve un nuevo horizonte».

En vísperas de regresar de un retiro de un año en Estados Unidos, me encuentro en el diario con una historia que ilustra acerca de lo mejor que he encontrado en este país.

Van Tran, un joven vietnamita de 18 años, llegó en 1998 a Nueva York, luego de haber pasado su infancia en un campo de refugiados en Tailandia. Sólo traía ropa de recambio y una gran caja de libros. Una organización privada de ayuda a los refugiados le consiguió trabajo en una tienda de artículos de hogar en la 3ª Avenida. La propietaria, voluntaria de esa asociación, dio a Van una oportunidad, a pesar de que no sabía lo que era un equipo de aire acondicionado.

Tras rápidos avances en el inglés, obtuvo el ingreso en un «college» público de Manhattan. Con dos actividades de tiempo completo, se las arregló para ser un empleado ejemplar en el día y un excelente alumno por la noche. Terminados sus estudios, ha sido aceptado en Harvard con el máximo puntaje y ha ganado una beca de una asociación filantrópica privada, que premia espíritus emprendedores.

«No me hago grandes expectativas, sino, simplemente, trato de dar lo mejor en cada tarea que emprendo». Ese «candor» llevó a Van Tran a ser querido en la empresa donde trabaja y le ha abierto camino como un intelectual que no se pasa películas sobre sí mismo.

La palabra inglesa «candor» no se puede traducir literalmente en idiomas romances. Voltaire ironizó sobre la candidez del conformismo. Y, en nuestro lenguaje corriente, la grosería más generalizada degrada al candoroso, al «‘h…» que no saca ventaja de cada resquicio de la convivencia. En inglés, por contraste, la palabra sólo expresa virtudes: apertura, carencia de dobleces, disposición a enfrentar la vida con optimismo, espíritu de colaboración.

Pienso que en el «candor» reside la gran ventaja estratégica de la sociedad norteamericana. Es distinta la vida si se piensa que el trabajo es parte esencial de una buena vida, en vez de entenderlo como una condena que debemos ahorrarnos, y si quienes comparten un interés común no esperan la asistencia de «alguien» para realizarlo, sino que tienen la apertura para encontrarse con otros en un ámbito de cooperación limitado, pero virtuoso.

Un ejemplo temprano lo tuve con el deporte para mi hija. El «soccer» (el deporte que quieren jugar las niñas en este lugar) está organizado por los padres, que colaboran para conformar el equipo local. Uno de ellos, un profesional de gran nivel, incluso se dio la tarea de tomar un curso de entrenador en el invierno. Nada que pueda dividir es tema en ese grupo, porque la asociación es para un fin común, como los hay en las iglesias y en las agrupaciones de intereses más diversos.

Es cierto que el país es insólitamente autorreferente. La explicación benevolente está en esa vigorosa sociedad civil, basada en la fuerza irresistible del «candor», que es capaz de absorber y comunicar espontáneamente a la gente más diversa. Después de sólo cinco años, Van Tran quiere ir a Harvard a estudiar sociología, para entender esta sociedad que le ha abierto tantas oportunidades. Porque aquí, «una vez que se da vuelta la perilla, la puerta se abre, y usted ve un nuevo horizonte».