El Mercurio, 21 de junio de 2016
Opinión

PPK y Chile

Joaquín Fermandois.

La elección de Pedro Pablo Kuczynski como Presidente del Perú fue todo un acontecimiento continental

La elección de Pedro Pablo Kuczynski como Presidente del Perú fue todo un acontecimiento continental: representa una fórmula de la política latinoamericana; derrota a la heredera de un controvertido presidente autoritario; fortalece un rumbo del cual pocos dudarían que ha sido positivo para el país; aunque es otra renovada prueba de la crisis de los antiguos partidos, la campaña al final despertó ardor e interés por parte de la población, un ingrediente básico de la democracia; mostró que la mayoría sustancial del país está por ahora de acuerdo con el camino de estas últimas décadas, por más airada que reaccione ante temas puntuales; y el apoyo a último momento -pero resuelto- a PPK de parte de la izquierda dura muestra la leve esperanza de que esta y la (borrosa) derecha coincidan en principios y espíritu constitucional básicos, cimiento de la práctica democrática. Podría ser un camino a la modernidad política del Perú. Desde luego esto tiene significado político para América Latina y Chile. Para nuestro país es bueno que el entorno se fortalezca en sus instituciones.

En lo demás, no hay que dejarse llevar por raptos de optimismo. Hay personas y clase política sin partidos; un problema de edad en PPK y otro de mensaje político tan típico de los tecnócratas (especie tan necesaria por otra parte), y que tendrá que demostrar su peruanidad. Sus partidarios apenas tienen el 10% del congreso unicameral donde roncará el fujimorismo en torno a su cacique, más una montonera que un partido, que medirá sus pasos para no arrojarle un salvavidas a PPK. Y encima -lo que vale para todos-, nadie puede obrar milagros.

En las relaciones con Chile hay que evitar todo optimismo o pesimismo. Las cosas son como son. Hay que recordar las ilusiones que despertó Alejandro Toledo el 2001 porque en su equipo había tenido asesores chilenos y después planteó el presunto diferendo por el límite marítimo; o el regreso de Alan García en su segunda presidencia y que terminó presentando la demanda (en la primera presidencia había tenido buenas relaciones con Chile); Humala pertenecía a la tradición del nacionalismo antichileno, pero moderó sus posiciones en este como en otros frentes; mantuvo eso sí inalterable una desconfianza que va más allá de ese nacionalismo y que se refleja en que todavía faltan algunos trámites para cumplir con el fallo del 2014. PPK rindió homenaje a esta actitud cuando una vez electo afirmó la aspiración a la entelequia del «triángulo terrestre» del que, como con el límite, nadie había escuchado nunca nada antes del 2000. Hay un trasfondo de herencia de 1879 firmemente arraigado en una esfera del Perú.

¿Una fatalidad que nos mantendrá en desconfianza perpetua? No necesariamente. Los resquemores asumidos como único punto de referencia, al final se convierten en el corazón de las relaciones, como ahora sucede en el caso de Bolivia. En cambio con Perú se ha desplegado en estas últimas décadas un abanico de opciones: las inversiones mutuas, el turismo de chilenos, la inmigración en Chile, sobre todo la Alianza del Pacífico. Esta última creaba suspicacia en el Atlántico; los últimos desarrollos en Argentina y Brasil han barrido en lo sustancial con esa cautela, aunque no estemos seguros de cuán sólida sea la nueva orientación allí establecida. Lo importante es que en el largo plazo este desarrollo construya una red de intereses y vivencias comunes que haga que todo lo que sea el antiguo recelo parezca como trasfondo imborrable pero de inocencia relativa, parecido a los chistes belgas en Francia, sin mayores consecuencias. Por ahora, habrá que bregar en esta dirección.

Y por todo ello, bienvenido PPK.