El show está por comenzar. Como sucede cada año, por cerca de 60 días, la Ley de Presupuesto captará nuestra atención. La discusión será larga y tediosa, al gusto de la clase política. Ya me la puedo imaginar: 100 millones de dólares adicionales para esta partida, se amenaza con rechazar otra, y así nos vamos a ir hasta los últimos días de noviembre, cuando en una maratónica sesión el proyecto se apruebe. Pero aun cuando pueda parecerle aburrido el espectáculo -y lo es-, créame que es muy importante: define cómo se distribuirá el dinero de todos los chilenos.
«¿En qué se utilizará mi plata?», debe entonces preguntarse. Un porcentaje importante del presupuesto está amarrado a cosas que ya están caminando y de las cuales usted seguramente ya tiene una opinión. Por tanto, los proyectos nuevos, que responden a las nuevas necesidades, pueden ser más interesantes. Al respecto, sin duda educación y desigualdad serán dos temas. A estas alturas, nadie duda sobre los reclamos ciudadanos en torno al primero. En cuanto a desigualdad, las cifras muestran que pese al crecimiento económico del país y al significativo gasto social, no hemos podido cerrar las brechas en ingresos autónomos. Mientras en el año 2000 el 10% más rico ganaba 34,2 veces lo que el 10% más pobre, en 2006 este número fue 31,3, y 35,6 en 2011. En este contexto, y con una reforma tributaria recién aprobada, la discusión girará en torno a la oportunidad de destinar recursos frescos a nuevas iniciativas en educación, cuyo objetivo último será mejorar la distribución de los ingresos. En hora buena.
Ahora bien, aun cuando los altos montos en juego lo pueden encandilar, no debe olvidar que la efectividad de las iniciativas es lo importante. Al final, es su plata. Entonces, ¿es positivo el énfasis en educación? La verdad es que sí. Esto es coherente con la necesidad de promover políticas públicas que predistribuyan oportunidades en desmedro de aquellas que redistribuyen ingresos (bonos). Si bien estas últimas son populares, la evidencia sugiere que cada vez son menos eficaces, sobre todo cuando existen dificultades en su focalización.
Pero que la discusión se centre en educación no es suficiente para quedarse tranquilo. Aquí existe mucho margen, y los incentivos para concentrarse en el nivel educativo incorrecto son grandes. Para asegurar que la redistribución sea eficaz, el énfasis debe ponerse en los primeros años. Un crédito barato subsidiado por sus impuestos, utilizado por alumnos mal preparados que estudiarán en instituciones de educación superior de dudosa calidad, no permitirá evitar que el accidente del nacimiento determine el futuro de miles de chilenos. Es bienvenido el énfasis de este gobierno en la educación. El desafío ahora es cómo el Estado se gastará su dinero.