El Mercurio, 9 de julio de 2017
Opinión
Economía

Preparándonos para el siglo XXI: Retos y oportunidades de la automatización

Vittorio Corbo.

La automatización de actividades rutinarias que requieren de esfuerzo físico como también, en forma creciente, de actividades que requieren capacidades cognitivas, permite a las empresas mejorar su eficacia y eficiencia.

En los últimos años ha estado en pleno desarrollo una verdadera revolución en la organización de la producción, basada en el reemplazo de ciertas actividades productivas realizadas por humanos por la inteligencia artificial y los robots. Aunque las actividades directamente afectadas son todavía pocas, un estudio reciente, Mckinsey Global Institute (2017), que abarca 46 países y el 80% de la fuerza laboral global, encuentra que, a nivel mundial, eventualmente el 50% de las actividades que hoy realizan las personas tienen el potencial de ser automatizadas con las tecnologías existentes, aunque el proceso será gradual.

Se especula, incluso, que la automatización resultante de los avances en la inteligencia artificial y la robótica podrá dar origen a una Cuarta Revolución Industrial, que a través de sus efectos en el crecimiento de la productividad, tiene el potencial de suplir el impacto negativo de la caída de la tasa de fertilidad, generando un nuevo salto en el crecimiento potencial de la economía mundial, ahora que los efectos de la Tercera Revolución Industrial -la de la tecnología de la información y las comunicaciones- se han disipado.

Si bien aún es prematuro especular acerca de los efectos de esta eventual revolución, sí está claro que ya están alterando, en forma profunda, la organización de la producción y el mercado laboral.

La automatización de actividades rutinarias que requieren de esfuerzo físico como también, en forma creciente, de actividades que requieren capacidades cognitivas, permite a las empresas mejorar su eficacia y eficiencia al adoptarla, reduciendo la cantidad de errores, mejorando la calidad de sus productos, y acortando la duración de los ciclos productivos, lo que termina mejorando su posición competitiva y su rentabilidad, en el proceso, aumentando también la productividad y los ingresos de los trabajadores que trabajan con las máquinas.

Es justamente en el mercado laboral donde se expresan los principales efectos de la penetración de estas nuevas tecnologías. En un estudio reciente, Autor y Salomons (2017) exploran la relación entre el crecimiento de la productividad y el empleo, usando datos de 19 países, 32 sectores industriales y que cubren un período de por lo menos 35 años. Los autores encuentran que los avances en productividad disminuyen el empleo sectorial, pero al mismo tiempo, el empleo de la economía como un todo aumenta, precisamente porque el crecimiento de la productividad deriva en incrementos del ingreso, el consumo y el empleo agregado.

En el caso de la introducción de la inteligencia artificial y la robótica en reemplazo del trabajo humano, uno esperaría efectos en la misma dirección. La introducción de robots reduce el empleo y los salarios de las actividades donde estos se introducen y, al mismo tiempo, los aumentos de productividad agregada, resultantes de la automatización, redundan en mayores niveles de ingreso, de consumo y de empleo.

Al mismo tiempo, la robótica y la inteligencia artificial pueden crear nuevos productos y servicios que eventualmente tendrían el potencial de generar empleos adicionales. Así, los efectos negativos en el empleo de las industrias más expuestas a la automatización se pueden ver más que compensados por los resultados indirectos en el resto de la economía.

Con todo, aunque los efectos en la demanda total de trabajo son positivos, lo que la automatización efectivamente genera es una reasignación importante de trabajadores desde los sectores primarios (agricultura y minería) y secundarios (manufacturas y energía), que es donde se encuentran las tareas más expuestas a la robótica y la automatización, hacia los sectores terciarios (servicios), especialmente en los que la interacción humana es fundamental. Además, los nuevos empleos requieren niveles distintos de calificación que los que se perderían por este fenómeno.

En un estudio reciente que analiza justamente la relación entre robots y empleo, Acemoglu y Restrepo (2017) estudian el efecto del uso creciente de robots, entre el año 1990 y el año 2007, en mercados laborales locales de los Estados Unidos. Los autores encuentran efectos claros en el empleo y en los salarios de las zonas expuestas, pero de magnitud menor. En el caso de los salarios, este efecto es solo del orden de un 0,5% y en el caso del empleo, la razón empleo a población caería en torno a 0,34 puntos porcentuales. Ellos van más allá y utilizan los resultados de su estudio para estimar los potenciales efectos de una eventual aceleración en la introducción de robots que cuadruplicaría su stock entre el año 2015 y el año 2025, escenario que ha considerado el Boston Consulting Group.

En ese caso, los salarios caerían entre el 1,3 y el 2,6% en los 10 años y la razón de empleo a población caería entre 0,94 y 1,76 puntos porcentuales. Esto lleva a los autores a concluir que «no hay nada en nuestro estudio que apoye la afirmación de que las nuevas tecnologías llevarán a la desaparición de la mayor parte de los empleos y harían a los humanos en gran parte redundantes».

Por otro lado, también hay suficiente evidencia histórica para ser optimistas. No estaríamos presenciando la Primera Revolución Industrial, sino tal vez la cuarta, y ya sabemos que al final del día siempre hay márgenes de ajuste en el mercado laboral y que los avances en producto y bienestar resultantes de estas innovaciones han sido notables. Los primeros humanos surgieron unos 100.000 años atrás, y por los primeros 99.800 años, la mayor parte de la población vivía con un ingreso per cápita equivalente a 500 dólares de hoy. Fue solo a partir del año 1800 después de Cristo que el ingreso per cápita y la productividad comenzaron a crecer de la mano de la Primera Revolución Industrial.

Por supuesto que hubo períodos de ajuste y el progreso no fue uniforme, pero las mejoras de bienestar de la población como un todo han sido impresionantes y los temores de que la tecnología reemplazaría a los humanos han terminado siendo infundados en cada una de las anteriores revoluciones.

Además, los países más avanzados en la penetración de la robótica y la automatización, Estados Unidos, Alemania, Japón y Corea del Sur, son todos países que están, actualmente, en pleno empleo.

Con todo, los aumentos de productividad en sectores primarios y secundarios, como los que surgen de los avances en la robótica y en la inteligencia artificial, sí tienen efectos en la composición del empleo. Como lo muestra el mismo estudio de Autor y Salomons, frente a cambios de productividad por automatización, la demanda de trabajo aumenta para los trabajadores altamente calificados, que son los que se benefician directamente con los efectos de los aumentos de productividad, y los menos calificados, que son los que se benefician con los efectos derrame del mayor crecimiento agregado en la demanda de industrias de servicios.

Los sectores de servicios que se tienden a expandir, como consecuencia de este proceso, son los que requieren una importante interacción interpersonal: educación, salud, cuidado de adultos mayores y esparcimiento. Un resultado que aparece en muchos estudios es que los trabajadores semicalificados resultan ser los más expuestos a este proceso, generando un estancamiento de sus salarios. Estos avances pueden crear también una sensación de inseguridad por sus potenciales efectos en la demanda por trabajo y el empleo.

Implicancias para las políticas pública

Estos desarrollos en el área de la robótica y la inteligencia artificial, por sus efectos en la productividad, crean oportunidades para sostener mayores tasas de crecimiento potencial, lo que a su vez es la principal fuente para mejorar el bienestar de la población. Pero para poder utilizar estas oportunidades se requieren políticas públicas que aseguren un escenario propicio para la inversión y la innovación, una política laboral que facilite la movilidad del trabajo y el ajuste de las empresas para enfrentar la automatización, y que priorice la generación de empleos del futuro y no proteja los empleos del pasado, y una política educacional y de capacitación que prepare a la fuerza de trabajo para trabajar como complemento de la robótica y la inteligencia artificial para así poder beneficiarse en el proceso.

En particular, intentos de sobre – proteger empleos existentes en sectores más expuestos a la automatización van a terminar acelerando la automatización y perjudicando a esos mismos trabajadores. La preparación de la fuerza de trabajo para los trabajos del futuro requiere priorizar el acceso a una educación temprana, básica y media de calidad, y crear una institucionalidad que fomente una educación técnica profesional y terciaria de alta calidad. A nivel de capacitación laboral, las empresas y trabajadores tienen que prepararse para un mundo en que los trabajos rutinarios van a ser cada vez más escasos, pero los complementarios a la automatización y los servicios con interacción humana serán los más demandados.

Asimismo, las políticas públicas deben fortalecer la red de protección social con subsidios focalizados a los grupos de la población que enfrenten los mayores costos durante la transición y el ajuste al nuevo equilibrio. Las políticas educacionales y de apoyo deben ir acompañadas de un sistema tributario progresivo para que los beneficios de la automatización, en términos de un mayor ingreso para la economía como un todo, sean compartidos en forma más equitativa y, al mismo tiempo, para financiar las políticas públicas en educación y capacitación.