La Tercera, 23 de diciembre de 2009
Opinión

PSU: ¿Con los años contados?

Harald Beyer.

Son siete los procesos de admisión que se realizan con la nueva Prueba de Selección Universitaria. Reemplazó a la PAA y a las pruebas de conocimientos específicos que seleccionaron durante 36 años a los postulantes a las universidades y carreras más selectivas del país. Dicha prueba, a pesar de algunas deficiencias perfectamente subsanables, hacía su trabajo bastante bien. En cambio, en una actitud incomprensible, el reemplazo de la prueba se decidió antes de que se conocieran las evaluaciones del proyecto que analizó un conjunto de instrumentos alternativos a los existentes y sin un período razonable de prueba.

Estamos pagando las consecuencias de ese impulso. Porque si bien es cierto que ninguna prueba podrá corregir los impactos de un sistema escolar inefectivo que no repara las desigualdades de origen, la PSU ha amplificado las brechas que esa falta de efectividad produce.

Se reemplazó la antigua prueba argumentando que un proceso de admisión a las universidades debía tener un anclaje mucho mayor al currículo de la enseñanza secundaria. Es una posibilidad, pero que sea estrictamente necesario no tiene mayor asidero. La debilidad de esa argumentación llevó a complementarla con la idea de que la nueva prueba podía reducir, por lo menos en el margen, las inequidades de la PAA entre, por ejemplo, los estudiantes de colegios particulares pagados y municipales.

Sin embargo, ello no ha ocurrido. Más bien lo que se observa es un aumento persistente en esa brecha en el equivalente a 0,29 desviaciones estándares tanto en lenguaje como en matemática entre los procesos de admisiones 2003 (el último con PAA) y 2010. Son variaciones muy significativas que, a veces, no se ven en toda su dimensión, porque la escala del termómetro utilizado (en términos estadísticos la desviación estándar de las pruebas) varía entre una medición y otra.

Una parte de este aumento se explica por cambios en la composición sociodemográfica de los jóvenes que asisten a ambos establecimientos. Por ejemplo, en los particulares pagados ha aumentado la proporción de jóvenes cuyos padres tienen educación superior, mientras que en los municipales ella se ha reducido. Pero esos cambios no son suficientes para explicar el aumento en la brecha. Así, en la última medición, esa composición no se modificó y la brecha entre los estudiantes de establecimientos particulares pagados y municipales, una vez corregida por el cambio en la escala del instrumento ocurrido este año respecto del pasado, aumentó significativamente. Sobre todo para los estudiantes que egresaron durante 2009.

Como la nueva prueba tampoco predicemejor que la batería anterior de instrumentos el éxito académico de los jóvenes que son seleccionados por ella, su sustento es débil. Así, parece razonable que se revise el sistema de admisión a las universidades, pero no hay que cometer el mismo error anterior. Las alternativas deben ser evaluadas con cuidado e introducidas gradualmente. En este proceso no debe descartarse volver al antiguo sistema agregando nuevas pruebas específicas, quizás un ensayo escrito, que supone modificar el momento en que se rinde la prueba; revisar la forma en que son consideradas las notas de enseñanza media; considerar el desempeño de los estudiantes en materias evaluadas externamente durante un período prolongado y similares en espíritu, por ejemplo, al bachillerato internacional u otros instrumentos no tradicionales que sean predictivos de éxito académico y ayuden a aumentar la equidad y no a reducirla.