El Mercurio, 11/4/2010
Opinión

¿Qué hacer con los ex presidentes?

Harald Beyer.

Mañana es el cónclave de la Concertación, pero nadie espera mucho de ese evento. Cuando se tomó la decisión de centrarlo en la reconstrucción, quedó en evidencia que fue apresurado convocarlo antes de que los partidos definieran sus nuevas directivas. Pero en lugar de suspenderlo, parece haberse decidido enfocarlo en un asunto que más que dividir debería unir a todas las facciones que reúne el, a estas alturas, desteñido arco iris. Pero, claro, no hay que menospreciar a esta coalición: las desavenencias parecen ser tan grandes que el conflicto podría aun emerger en estas circunstancias. Así, a lo menos, se desprende de la dureza con la que ya comienzan a tratarse los potenciales candidatos a las presidencias de los partidos, incluso se cuestiona a aquellos que aún no manifiestan intención de postular. Aquí parece primar la idea de que hay que ponerse el parche antes de la herida.

Ahora bien, es evidente que las elecciones partidarias son importantes. Ellas delinearán la cancha en la que se desarrollará el trabajo de la oposición en estos cuatro años, siempre que ellas sean competitivas y abiertas. En caso contrario, las nuevas directivas carecerán de la legitimidad que requiere la reflexión sobre el futuro de la coalición de centro-izquierda. Cuando se es gobierno, hay que decirlo, esas elecciones son menos relevantes. Después de todo, con un régimen tan fuertemente presidencialista como el nuestro, el pandero lo lleva principalmente el gobierno. Los partidos sólo pueden aspirar a tenerlo por un rato, en la medida en que logren acomodarse en el Ejecutivo antes que en el Parlamento.

En la oposición, en cambio, los únicos que la pueden llevar son los partidos, particularmente sus dirigentes y parlamentarios. Es cosa de ver lo que ello ha significado para los dos partidos que ahora están en el oficialismo. Tuvieron dos décadas en el rol de opositores en la primera línea y ahora que son gobierno parecen tener menos participación y tribuna de la que quisieran. De ahí tantos reclamos. Es la «injusticia» de un sistema político presidencialista. ¡Qué distinto del régimen parlamentario! Es cosa de ver cómo se comienza a desplegar la elección del próximo 6 de mayo en Inglaterra: no compiten sólo los líderes, elegidos en procesos competitivos por sus pares, sino que todo el partido, cuyos miembros necesitan alinearse detrás de ellos para mantener sus asientos parlamentarios.

La visibilidad y el escrutinio público al que estarán sometidos los líderes partidarios y parlamentarios de la Concertación serán muy superiores a los de las dos décadas anteriores, porque desapareció el escudo -algunos dirán el corsé-, que naturalmente les provee el gobierno a los partidos oficialistas. En la nueva realidad no es evidente cómo se recogen los liderazgos alternativos, y de ahí la interrogante respecto de qué hacer con los ex presidentes, particularmente con Michelle Bachelet. Es tentador promover en cuatro años más como candidata a una persona que dejó La Moneda con niveles de popularidad seguramente irrepetibles, pero cómo se acomoda este deseo a la dinámica propia de una coalición opositora.

Mientras no se cierre la posibilidad de reelección, esta tensión estará siempre presente, con todas las dificultades que ello acarrea para la renovación de las coaliciones. El debate político inevitablemente se hará mirando el espejo retrovisor, porque en toda gestión de gobierno algunos miembros de la coalición son alcanzados por el aura presidencial, mientras que otros son postergados. Y como enseñan la historia y las buenas novelas políticas, las disputas entre los preferidos por el soberano y los que son dejados de lado pueden llegar a ser extremadamente virulentas. Nada más dañino para una coalición que aspira a reinventarse. Así, pareciera sensato olvidarse de los ex presidentes, pero qué difícil es lograrlo.