El Mercurio, 29 de julio de 2018
Opinión

Qué lujo

Ernesto Ayala M..

La cinta está ambientada en el régimen fascista de Mussolini y toma el riesgo de poner como protagonista a un hombre moralmente cuestionable y abiertamente detestable.

El conformista
Dirigida por
Bernardo Bertolucci.
Con Jean-Louis Trintignant, Stefania Sandrelli, Gastone Moschin, Dominique Sanda.

Ya no se filma así. Esta es la primera sensación que se tiene cuando se ve el reestreno de «El conformista», la seminal cinta de Bernardo Bertolucci, de 1970. El riesgo, el juego, la suntuosidad, la perfección formal en el uso de los colores, luces y atmósferas parece venir de otro tiempo, cuando ni el soporte ni la corrección de color eran digitales. Hoy da la impresión de que se ilumina con poco cuidado o intención, pues casi todo se puede arreglar más tarde. Vittorio Storaro, director de fotografía de «El conformista», en cambio, a juzgar por los resultados, parece casi haber ejercido de codirector de la cinta. No hay prácticamente escena donde el uso de la luz no sea protagónico, intensamente expresionista o derechamente deslumbrante, como en el contraste de temperaturas que hace entre el cálido interior y el azulado exterior en toda la secuencia francesa de la cinta. Los crepúsculos de invierno suelen ofrecer este contraste, pero Storaro lo acentúa al punto de hacerlo inolvidable y convertirlo en un reflejo de lo que está sucediendo a nivel narrativo, donde la frialdad con que se conduce el profesor y agente fascista Marcello Clerici (Jean-Louis Trintignant) se contrapone a la calidez ingenua de su mujer (Stefania Sandrelli) o a la abierta hospitalidad que le ofrecen el profesor Quadri (Enzo Tarascio) y su joven esposa (Dominique Sanda), a quienes Clerici tiene por misión eliminar dado sus oficios antifascistas.

La cinta está ambientada en el régimen fascista de Mussolini y toma el riesgo de poner como protagonista a un hombre moralmente cuestionable y abiertamente detestable. En la actualidad, cuando cualquiera con un celular se siente una paladín de la justicia, la opción por un personaje así se ve poco y nada, pero entonces dejó la puerta abierta para que el nuevo cine americano de los setenta pudiera llevar adelante joyas como «Taxi Driver» (1976) y, por supuesto, «El Padrino» (1972), película muy influenciada por «El conformista». No es que la cinta de Bertolucci fuera totalmente innovadora en ese sentido, ya que buena parte del cine negro del Hollywood en los cuarenta ya se la había jugado en ese sentido, pero sí lo hace con un fascista, aristócrata y cobarde en una Italia a menos de tres décadas de la caída del Duce, y en una película de gran producción.

Sin embargo, Bertolucci no es para nada claro respecto de las motivaciones detrás del fascismo de Clerici. Las elude y hay cierta comodidad allí, al poner una mezcla de decadencia familiar, abandono paternal y homosexualidad reprimida como posible caldo de la debilidad moral del protagonista. Parece una salida fácil. Visto hoy, uno tendería a pensar que un fascista, en pleno ascenso de Mussolini, tendría muy buenas justificaciones para serlo, razones que aludirían al futuro de la nación, al bien común y a la integridad moral, especialmente si estas son sostenidas por un académico de cuna privilegiada como Clerici. Hoy, como entonces, el problema del fascismo es justamente ese: su capacidad de argüir razones que parecen, en principio, perfectamente atendibles.

Más allá de que la cinta muestre hoy cierto envejecimiento en algunos recursos, como el montaje explícitamente confuso de sus primeros 20 minutos o la insistencia reiterada del protagonista por buscar una vida «normal», su principal debilidad es que escabulle las razones por las que un país se aventuró en el fascismo. Quizás es mucho pedir, ya que todavía hoy puede resultar difícil de entender. Más allá de eso, «El conformista» sigue siendo un lujo de película, única en sus recursos visuales; exquisita e inolvidable.