El Mercurio, 15 de agosto de 2017
Opinión

Qué sucederá en Venezuela

Joaquín Fermandois.

Como contracara al modelo populista, a las democracias del sur les cabe mostrar que pueden articular respuestas creíbles a los desafíos del presente…

No hay muchas razones para el optimismo, salvo constatar que el proyecto neopopulista de Chávez y Maduro estaba condenado desde un inicio a desembocar en una catástrofe de uno u otro tipo. Ahora solo se ha precipitado. Confieso que en sus orígenes pensé que se trataba de un nuevo Perón, más radicalizado, como aquel de la izquierda peronista en torno a un Cámpora (1973), a quien el caudillo instaló y luego defenestró de la Casa Rosada. Además, Perón y Chávez surgieron de una revolución militar y después se transforman en fundadores de fórmulas políticas. Ambos han sido sucedidos por una leyenda que los sobrevivirá por largo tiempo, aunque peronismo y chavismo en el futuro solo sean puntos de referencia, sin mayor asidero programático salvo la musiquilla «popular» y «nacional». Ahí se terminan las analogías.

Porque Chávez, montado sobre megaingresos y en mayorías en su momento muy sólidas, organizó una especie de revolución marxista en cámara lenta. Su «Constitución Bolivariana» resultaba en una guerra civil política permanente, un Estado militante en torno al «socialismo del siglo XXI», al lado de la cual parecía enjuta la «protección» de la chilena de 1980 en su versión original. La Constitución chavista fue la herramienta para enfocarse al horizonte totalitario. Muchos de los síntomas de crisis de estos últimos años ya surgieron en los años de Chávez; desde luego el sistemático deterioro económico, que en los tiempos de Maduro marcha al abismo.

¿Qué sucederá? Maduro podría consolidarse y aplastar toda oposición; posee el apoyo de un aparato que quiere sobrevivir, incluso más allá de las prebendas; tiene cooptados a los militares, aunque poco se pueda esperar de un ejército encabezado por 1.200 generales; además, Trump le acaba de regalar un salvavidas. Claro que pasar a un sistema marxista de marca castrista destruirá a Venezuela; será su pueblo y la nación los que lo sufrirán; y no vive el caudillo fundador ni el país es una isla como Cuba, amén de que hace rato se acostumbró a otro tipo de vida.

Es difícil que el colapso provenga de una intervención militar. Salvo el caso de los Castro, en la región ya no se toleran regímenes militares al estilo de las juntas -no así en otras partes del mundo- y luego comenzarían las protestas contra el mismo. Lo que podrían hacer los uniformados -quizás- es dejar de apoyar al sistema y que este se derrumbe. Sería un ideal, pero solo comenzaría una nueva fase de los problemas. La recuperación política de una democracia herida y una economía destruida sería lentísima y dolorosa.

Entretanto, Chile se ha sumado a los críticos del continente. Tras haber dado una suerte de consentimiento pasivo al golpe del 2002, que tuvo que retirar tras el fracaso de la intentona, nuestros sucesivos gobiernos -todos ellos-mantuvieron una postura sumisa ante el chavismo. Solo este último año se avanzó hacia un activismo colegiado con otros países latinoamericanos, supliendo en parte un dramático vacío de liderazgo que se produce en nuestra América. En esto, Chile y Perú son los países que poseen más legitimidad continental para estos asuntos, pero no basta. Brasil se halla postrado por su crisis política y Argentina está inmersa en sí misma -con los K también lo estaba, en otro sentido-, y sin estos países, a pesar de que concurren con su condena, no se da la masa crítica como para consolidar un bloque que confiera orientación y estrategia. Con todo, es alentador el nuevo paisaje latinoamericano. Ahora, como contracara al modelo populista, a las democracias del sur les cabe mostrar que pueden articular respuestas creíbles a los desafíos del presente.