Los ciudadanos saben que no hay ninguna posición política que pueda incluir en su agenda todos los valores y objetivos que son deseables en el ámbito político.
Hace un año, Joaquín Lavín se iba de vacaciones en una posición expectante. No era el de antes, pero para llevar tanto tiempo como candidato sus perspectivas eran todavía extremadamente halagüeñas. En la encuesta del CEP de diciembre de 2003, el 36 por ciento de las personas manifestaban que les gustaría que él fuese el próximo Presidente de Chile. Michelle Bachelet comenzaba a subir en las preferencias de la población, pero apenas el 14 por ciento de los chilenos la quería ver sentada en La Moneda. Mientras tanto, Soledad Alvear sumaba 10 puntos. En ese momento, el 26 por ciento de los entrevistados no manifestaba opción, y seguramente Lavín pensaba que podía «arrastrar» una parte importante de esas preferencias.
Era un panorama que invitaba a tomarse unas tranquilas vacaciones. Claro que en su coalición política las cosas no estaban tan bien. Las falsas e irresponsables acusaciones de Gema Bueno habían calado hondo en la coalición opositora, dejando entrever un clima de desconfianzas y odiosidades que impedían que la Alianza pudiese mantener el foco en su estrategia y en sus objetivos de mediano y largo plazo. Probablemente muy a su pesar, Lavín tuvo que participar mucho más allá de lo que era su deseo en la resolución de este conflicto.
Los electores comenzaron a tomar distancia. Los «amigos» de Lavín, muchos de los cuales no son especialmente bien evaluados en las encuestas, se hicieron más visibles, y no es que los electores desconocieran la existencia de éstos, pero su comportamiento no es muy distinto al de los padres que, aunque no les agraden mucho algunos amigos de sus hijos, no se preocupan mayormente hasta el momento en que los comienzan a invitar a la casa. Después de todo, hay evidencia, controversial por cierto, de que los pares son mucho más influyentes en la formación que los propios padres. Prácticamente por analogía, las posibilidades de seguir sosteniendo ideas como «el cambio» o «la preocupación por los problemas de la gente» se deprecian súbitamente.
Pero es sólo parte de la historia. En política hay efectos espejo, reflejándose en otro sector político las situaciones que afectan al propio, claro que con signo contrario. La ingobernabilidad transmitida por la Alianza seguramente ha fortalecido a la Concertación, independientemente de los demás eventos que puedan haber ocurrido durante 2004. Las vacaciones este año no tendrán el sabor de la tarea cumplida. Las elecciones municipales anticiparon los problemas. En la encuesta del CEP, ahora de diciembre de 2004, Lavín queda por debajo de Bachelet. El receso tradicional de febrero ya no tendrá para el candidato aliancista el sabor dulce de años anteriores. En un febrero de hace 103 años, Lenin pulía su «¿Qué hacer?», un libro que, más allá de la época, sus temas y sus objetivos, era estrategia pura y marcaba una diferenciación con lo que hasta ese entonces venía realizando la socialdemocracia. Este febrero, Lavín tiene que construir su propio «¿Qué hacer?» si quiere aspirar a obtener la mayoría en la elección presidencial de diciembre próximo.
Nunca ha sido una tarea fácil reinventarse, pero, como alguna vez planteó ese extraordinario filósofo que era Robert Nozick, la ciudadanía tiene una tendencia a zigzaguear en política. La lógica del argumento es simple, pero no por eso menos poderosa. Los ciudadanos saben que no hay ninguna posición política que pueda promover o incluir en su agenda todos los valores y objetivos que son deseables en el ámbito político. En este sentido, en determinados momentos la población puede querer cambiar la coalición gobernante porque desea empujar con entusiasmo otros valores y objetivos que los que dicha coalición defiende. En ambientes muy cargados, esa tarea es prácticamente imposible, pero no es el caso de nuestropaís, donde poco más del 40 por ciento de la ciudadanía no se identifica ni con la Concertación, la Alianza o Juntos Podemos. Por cierto, nadie puede predecir cuándo se producirán estos zigzagueos, pero tampoco éstos están exógenamente determinados. Hay espacio para ayudar a producirlos. La tarea de Lavín es distinguir esos valores, esos objetivos y esas políticas que pueden entusiasmar al electorado a girar en sus actuales preferencias.