El Mercurio, 30 de agosto de 2016
Opinión

Retorno del 2011

Joaquín Fermandois.

En el mes de agosto, tomas y marchas desbordaban el propósito original y a decir verdad el gobierno del Presidente Piñera parecía estar contra las cuerdas.

Marchas más o menos desordenadas y algo espontáneas alegando por las deudas originadas en el crédito universitario -reclamo comprensible- fueron creciendo y expandiéndose como reguero de pólvora a partir de mayo de ese año. Aumentando en intensidad, las demandas se ampliaron y amplificaron; un sábado incluyeron a familias enteras. Las exigencias llegaron a ser cada vez más perentorias, debían satisfacerse «ahora», y brincando a otros aspectos, como una nueva nacionalización del cobre, y emergió el tema de cambiar la Constitución (rasgo demasiado latinoamericano) y cosas por el estilo. En el mes de agosto, tomas y marchas desbordaban el propósito original y a decir verdad el gobierno del Presidente Piñera parecía estar contra las cuerdas, si bien era ya revelador que ningún sector de la entonces oposición se veía favorecido.

La pregunta que se impone es si las marchas contra las AFP -que incluyen demandas que no quepa duda se expandirán a otros temas- pueden llegar a ser también un nuevo maremoto que remecerá al país.

La violencia acompañaba de manera infalible a las marchas, aunque estas también exhibían un corazón central de pantomima y humor. Pedro Gandolfo sugirió que revelaba un anhelo de carnaval en un país donde este era inexistente añadiendo que, si lo era, tenía que finalizar luego; la esencia del carnaval era la de ser solo una interrupción breve pero intensa de lo cotidiano. Creo haber sido el primero, aunque no el único, en haberlo comparado con el tipo del París 1968, más una fiesta que una auténtica rebelión de desesperados (las vacaciones y los fines de semana había calma chicha), quizás un lujo de país más satisfecho que el Chile de los 1960 y por lo mismo más regodeón.

La escalada del 2011 se eclipsó no por extenuación, sino por la tragedia de Juan Fernández. Cuando se retomaron, habían perdido fuerza; quizás sucedería de todas maneras, pero se dio en ese contexto. Con todo, había añadido un paisaje más a la vida pública del país que acompaña a su evolución y me parece que nada de bien encauzado. Determinó en parte el desenlace del 2013 y la caída en el estado de perplejidad en que nos encontramos ahora. Una parte mayoritaria del país y de su clase política creyó haber dado el palo al gato con la Nueva Mayoría y la Presidenta, pero el desencanto se reanudó mucho antes de Caval, ya con la reforma tributaria -en términos públicos, interesaba a pocos- y luego vendría el desparrame de casi toda estructura de confianza y de inspiración. La encuesta CEP parece haber sido el último mazazo (ojo, todavía una mayoría dice sentirse satisfecha con su vida personal, dato que no es desdeñable), aunque en esta era la democracia debe aprender a vivir con encuestas, pero no a morir con ellas; sería como aceptar un plebiscito cotidiano, receta segura para asesinar todo espíritu público.

La pregunta que se impone es si las marchas contra las AFP -que incluyen demandas que no quepa duda se expandirán a otros temas- pueden llegar a ser también un nuevo maremoto que remecerá al país, una vuelta de tuerca que puede quebrar el eje que lo sostiene. No se puede descartar, pero lo probable es que no lo sea. Ya se anuncia un paro nacional para noviembre, en la huella del mito de la huelga general de antes de 1914. Carnaval o fiesta -incluyendo en muchos festín y desidia-, es un modo de ser al que el paisaje urbano moderno nos va acostumbrando, y donde hay que desgranar el trigo de la paja entre lo justo y el tejo pasado, entre lo posible y lo ilusorio, entre la solidaridad y el bien común que exige sacrificio y entrega, y la repartija de los fondos de reserva.

Un momento de prueba para el Gobierno. Se puede convertir en el portavoz de cualquier demanda que allegue manifestantes «desesperados»; o encauza la iracundia mezclada con picaresca por la vía de una meta estratégica, la interminable construcción de un país mejor.