El Mercurio, 23 de enero de 1994
Opinión
Economía

Ronald Dworkin: «Las escuelas de derecho son el quinto poder del estado»

Lucas Sierra I., Pablo Ruiz-Tagle.

“No me gusta la idea de tener un monopolio sobre la formación de los jueces. Si se tuviera una escuela judicial especial, ella tendría un poder enorme. En cambio, si se divide, si se exige que todas las escuelas de derecho se preocupen de este asunto, se puede tener más pluralismo y confrontación de ideas”. “Los jueces en la democracia tienen una tarea muy importante, puesto que para mí la democracia depende de un compromiso hacia ideales que son abstractos. Y como no pueden ser especificados detalladamente, deben ser interpretados. Y deben serlo de acuerdo al derecho. Por lo tanto, si se acepta todo esto, el trabajo de un juez en la protección de la democracia es crucial”. “Los abogados cualquiera sea su interés tienen una responsabilidad especial con la justicia. En Chile he preguntado sobre este punto en las escuelas de derecho y hasta ahora no he encontrado un reconocimiento especial de este deber. Me parece que los abogados en este país se ven a sí mismos como profesionales que realizan un trabajo para su cliente o, si están en el gobierno, que desempeñan un trabajo para el gobierno de turno. No poseen la noción de que por sobre su trabajo tienen un deber hacia un ideal”.

Hace algunos días estuvo en Chile el profesor norteamericano Ronald Dworkin invitado por la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación. Su visita, además, contó con el patrocinio de las universidades Diego Portales y de Valparaíso. Durante su estadía, el profesor Dworkin sostuvo encuentros con académicos y estudiantes en esas universidades y en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Con ellos discutió variados temas emparentados con la teoría jurídica y moral. En la Universidad de Valparaíso, donde se refirió a liberalismo e igualdad, fue presentado el último número de la “Revista de Ciencias Sociales” que, con 28 autores nacionales y extranjeros y más de 600 páginas, está íntegramente dedicado a su pensamiento. Asimismo, en esa ocasión fue distinguido como socio honorario de la Sociedad Chilena de Filosofía Jurídica y Social.

Ronald Dworkin nació en Massachusetts, EE. UU. Estudió licenciatura en letras y derecho en Harvard y Oxford. Trabajó como ayudante de algunos jueces y como abogado en un conocido estudio de Nueva York. En 1962 inició su carrera académica como profesor de derecho en la Universidad de Yale. Hoy enseña teoría legal en Oxford y en la Universidad de Nueva York. El profesor Dworkin es autor de innumerables artículos y de varios libros, algunos de los cuales están traducidos al español, como “Los Derechos en Serio” y “El Imperio de la Justicia”. Es, además, un permanente colaborador de revistas especializadas y de otras publicaciones dirigidas a un público más amplio.

Su obra, tan influyente como polémica, es un decidido y agudo esfuerzo por corregir los errores que, a su juicio, el positivismo jurídico y la filosofía utilitarista han introducido en el modo de comprender el derecho, la democracia y la sociedad. Frente a la separación conceptual entre derecho y moral que propone el positivismo, y frente al riesgo de que en el modelo utilitarista las mayorías arrasen con los derechos de las minorías, el profesor Dworkin ha intentado construir desde el liberalismo una teoría en la que se conecten el derecho, la política y los valores morales. Ello, con el propósito de alcanzar un modelo de sociedad comprometido con la máxima libertad e igualdad posible. Y, por sobre todo, en el que los derechos de las personas sean verdaderamente tomados en serio.

Usted visita el país por primera vez. ¿Cuál es su primera impresión del mundo académico chileno y de la situación de los derechos humanos en nuestro país?
Hasta el momento me ha parecido que el país no está muy dividido, que hay entendimiento sobre los temas básicos, que son la democracia y la protección de los derechos humanos. Les he preguntado a varias personas si estos temas causan polémica. Por ejemplo, he preguntado si hay en el mundo académico quién lamente el que Pinochet ya no esté en la presidencia. Hasta el momento no he sabido de nadie.

¿En qué público está pensando cuando escribe sus trabajos?
Bueno, tengo diferentes tipos de públicos y estoy tratando de acercarlos.
Algunas de las cosas que escribo no están dirigidas ni a los abogados ni al público general, sino que están escritos para otros filósofos. En estos trabajos uso un lenguaje muy técnico. Por ejemplo, uso la lógica, con la cual la mayoría de los abogados no están familiarizados. Pero, asimismo, escribo otro tipo de artículos para revistas jurídicas, los que sí están dirigidos a abogados. Por último, también escribo para el público en general. En este caso publico mucho en el “New York Review of Books”.

Su trabajo intelectual ha pasado por varias etapas, ¿podría explicar cuáles son los hitos que marcan estas etapas?
Esta puede ser una opinión muy distinta a la que tenga un crítico que lea mi trabajo. En un principio me dediqué a las preguntas más bien técnicas de la filosofía legal. Esas preguntas eran bastante académicas y fueron discutidas por muchas personas. A medida que pasó el tiempo comencé a ver la relación entre esas preguntas y otros temas de corte político. Entonces, traté de desarrollar una teoría legal que fuera progresivamente integrándose con la política. Así fue como me interese en la teoría política. Ahora, en la etapa más reciente, estoy estudiando el nivel de dependencia que tiene la teoría política respecto de la moral personal. Por eso pienso que hoy estoy acercándome más al estudio de la ética individual, en especial a esas preguntas tan antiguas sobre la vida y la muerte, lo que significa vivir bien o vivir mal y cómo las personas pueden darle sentido a la idea de vivir una buena o una mala vida. Creo que se puede apreciar que estas materias no están desconectadas entre sí. Por el contrario, me han conducido de una etapa a la otra.

En su último libro usted dice que su forma de hacer filosofía consiste en partir de los problemas concretos, desde abajo hacia arriba, podríamos decir. ¿Cómo opera esta forma de trabajo?
Fundamentalmente significa un cambio en la forma dominante de conectar el trabajo intelectual en materias jurídicas con otras disciplinas, no sólo con la filosofía. A la comunidad académica norteamericana le ha gustado, ya por varias décadas, autodenominarse como “interdisciplinaria”. Si usted lee las revistas jurídicas de Harvard o de Yale, es fácil comprender lo que quiero decir. Escriben artículos como abogados, pero le ponen notas a pie de página que dicen “ver tal o cual filósofo”. Esto es muy artificial, y yo sugiero que simplemente no funciona. Uno no puede tomar a un filósofo que jamás se planteó problemas legales y decir “miren, aquí estoy aplicando sus teorías a los problemas legales”. Estoy aburrido de eso.

¿Podría ser más específico?
Seguro. Hace poco leí un artículo que hablaba del derecho de los contratos. Ahí decía que los “descontruccionistas” nos han enseñado que las palabras no tienen significado y que, por lo tanto, los contratos tampoco lo tienen. Pero esto es un error. Antes de tomar prestadas ideas ajenas, todos los abogados deberían construir su propia teoría, y de hecho me parece que lo van haciendo. Los abogados están en una posición particularmente apropiada para hacerse preguntas teóricas. Por ejemplo, no hay ninguna pregunta teórica más antigua que la objetividad de los juicios morales. ¿La moral es objetiva o subjetiva? Si uno debate esto en una clase de filosofía la gente usa los ejemplos más triviales que se puedan encontrar. Por ejemplo: “Yo prometí que te devolvería tu pistola, pero ahora sé que estás profundamente deprimido, ¿debo devolvértela?”. Este tipo de preguntas sirven para que los alumnos las debatan, pero los abogados pueden pensar sobre otros temas. Reflexionar, por ejemplo, acerca de la existencia de respuestas correctas a preguntas concretas, que se refieren a controversias reales.
También me parece que los abogados tienen que elaborar una teoría moral que tenga sentido en la educación, para que así puedan poner a prueba el sentido de sus respuestas. Necesitamos una teoría conectada a nuestras propias vidas y creencias. Por eso creo que tenemos que trabajar desde dentro hacia fuera: tenemos que empezar por la estructura del problema y luego tratar de ver cuáles son los sentimientos que él nos provoca, hasta crear una teoría en base a esos sentimientos.

El derecho como normas y principios

Usted dijo que su idea del derecho corresponde a un tipo de razonamiento moral que se realiza dentro de condiciones especiales. Podría explicarnos esta afirmación.
Son los temas morales aquellos a los que los jueces se ven enfrentados constantemente. Pienso que la principal pauta moral está en la Constitución, sobre todo en un país como los EE. UU., pero también en cualquier otro sistema constitucional. La pregunta clave es siempre la misma: el balance de poder entre la comunidad y el individuo. Esa me parece que es la cuestión central del derecho constitucional. En otras ramas del derecho las preguntas morales son diferentes. Por ejemplo, en el derecho penal, se trata de una pregunta acerca de la responsabilidad personal: ¿Cuándo es apropiado decir que la persona es responsable por sus propios actos? ¿Hasta qué punto se pueden considerar que los atenuantes son una excusa? Aunque también son preguntas éticas, tratan sobre temas algo distintos. Fue mi interés por el derecho constitucional lo que me llevó al estudio de las interrogantes sobre la libertad y los derechos humanos.

Una de sus tesis centrales es que todo sistema jurídico no sólo contiene normas legales, sino que también está compuesto por principios morales que son obligatorios, ¿cree usted que cada sistema legal tiene sus propios principios o piensa que ellos son universales?
En mi libro “Los Derechos en Serio” desarrollé esa tesis como si cada sistema legal tuviese sus propios principios. Pero esa forma de entender el punto puede parecer engañosa.
Posteriormente, cuando escribí acerca de la interpretación, dije que los principios son una especie de interacción entre el intérprete y el material que debe interpretarse. Ahora bien, si ustedes me preguntan ¿la ley de Massachusetts tiene los mismos principios que la ley de Chile? debo responder que no sé. Necesito ver si logro interpretar la ley de Chile. Al estudiarla podré decir que exhibe tales o cuales principios. Por ejemplo, debo entender que si yo creo en una cierta concepción de la libertad, el sistema legal que analizo exhibirá este principio. Quizás no tenga éxito. Tal vez, no lo pueda encontrar ahí, pero eso únicamente lo refuerza. En definitiva, yo busco ciertos principios porque creo que son deseables y porque creo que deberíamos apoyarlos. Sólo en este sentido podríamos afirmar que son universales.

¿Hay alguna diferencia entre buscar e interpretar principios en la Constitución, y hacerlo en normas simplemente legales?
En un sentido estas tareas son diferentes, pero en otro son similares. Son parecidas en lo siguiente: supongamos que estoy interpretando una ley que regula contratos. Comienzo asumiendo varias ideas acerca de la manera en que las promesas de las personas deben ser mantenidas y acerca de cómo los arreglos comerciales deben permanecer inalterados. En seguida, veo cuán representados están esos principios en la ley de contratos. Una forma de interpretación similar se utiliza para buscar principios en la Constitución.
En tal sentido son tareas parecidas. En ambos casos, comienzo con alguna noción de los principios. La diferencia está en que los principios apropiados para la Constitución son muy diferentes a los contenidos en normas de menor jerarquía. En el nivel constitucional no estoy pensando en mantener promesas entre particulares, sino que se trata de una pregunta mucho más importante, puesto que se refiere a la forma en que la sociedad debiese estar estructurada. Como ya lo señalé, ahora busco definir cuál es el balance apropiado entre los poderes del Estado y los poderes del individuo. Como la interrogante es esta, los principios van a ser muy diferentes.

¿Profesor-abogado o profesor-profesor?

¿Cómo ve la relación entre la teoría del derecho y su práctica? Es decir, ¿qué opina de la relación entre el papel del abogado dedicado al ejercicio profesional, pragmático, y el del teórico del derecho?
Esta distinción siempre me ha molestado. De la misma manera en que los médicos tienen la responsabilidad especial de ayudar, los abogados cualquiera sea su interés tienen una responsabilidad especial con la justicia. En Chile he preguntado sobre este punto en las escuelas de derecho y hasta ahora no he encontrado un reconocimiento especial de este deber. Me parece que los abogados en este país se ven a sí mismos como profesionales que realizan un trabajo para su cliente o, si están en el gobierno, que desempeñan un trabajo para el gobierno de turno. No poseen la noción de que por sobre su trabajo tienen un deber hacia un ideal. Y estoy convencido de que una sociedad está mucho más segura cuando los abogados tienen este sentido de responsabilidad.

¿Cómo, entonces, puede inculcarse esa responsabilidad?
Ello no se logra con la práctica de las leyes, sino mediante la cultura legal. Se requiere que haya una profesión, profesores y estudiantes que también se sientan partícipes del poder. Se ha dicho que la prensa es el cuarto poder del Estado. Yo creo que las escuelas de derecho son el quinto.
Por eso, realmente lamento que ustedes no tengan la institución del profesor tiempo completo, porque es alguien que puede comprometerse en desarrollar una visión del abogado como servidor público.

Pero veamos el otro lado del asunto. ¿Usted no siente que como profesor tiempo completo hay partes del derecho que simplemente no entiende porque no practica?
Las leyes de quiebra, por ejemplo! La verdad es que no creo que el derecho sea una cosa muy difícil. No me parece que un buen abogado tenga muchos problemas en aprender la ley de quiebras, de bancos o la de impuestos. Fui abogado en Wall Street. Trabajé aproximadamente seis años en uno de los estudios más caros y glamorosos, y viajé por todo el mundo prestando asesoría en materias financieras. Por eso, si alguien me dice “tú no conoces el mundo real”, yo puedo decir que sí lo conozco. Pero no importaría si yo no tuviera esta experiencia, por suerte puedo decir que la viví, sin embargo, debo reconocer que no aprendí nada. Lo pasé muy bien, alojé en muy buenos hoteles e hice un trabajo interesante, pero no más que eso.

Pero, ¿en realidad le parece tan irrelevante la práctica del derecho?
Mire, si usted es un abogado criminalista y quiere explicar a sus alumnos la razón por la cual se necesita un cierto tipo de norma o cuáles son sus efectos, probablemente estará en mejor posición si ha estado en los tribunales. Hay cuestiones que tal vez no se puedan saber sólo leyendo las normas, pero se supone que los estudiantes no se pueden quedar sólo con la lectura de ellas. Se supone que también tienen que leer otros textos que se las expliquen. En realidad, no creo que éste sea un problema serio.

Democracia y escuela judicial, ¿cuál es el papel específico que los jueces tienen en un sistema democrático?
Indudablemente tienen una tarea muy importante, puesto que para mí la democracia depende de un compromiso hacia ideales que son abstractos. Y como no pueden ser especificados detalladamente, deben ser interpretados. Y deben serlo de acuerdo al derecho. Por lo tanto, si se acepta todo esto, el trabajo de un juez en la protección de la democracia es crucial.

Usted ha sostenido que los jueces deben fallar de acuerdo a normas y principios, y no en conformidad a políticas. ¿No le parece que en ciertas áreas del derecho, como por ejemplo, en materias ambientales, antimonopolios y tributarias, deben tomarse en cuenta políticas al momento de decidir?
Bueno, yo creo que las leyes medioambientales son el ejemplo más fuerte.
En el caso de las normas tributarias no me parece tan claro. Pero déjeme comenzar explicando cuál es el problema si los jueces resuelven sobre la base de políticas. Una ley sobre impuestos se puede interpretar de diversos modos.
Puede hacerse de modo que se generen más ingresos fiscales o bien se puede interpretar con el objeto de que se redistribuyan los ingresos. También, puede entenderse de manera que se estimule la investigación estableciendo, por ejemplo, mayores exenciones tributarias. Todas éstas son decisiones válidas. En estos casos lo importante es mostrar el objetivo que se buscó al legislar. Sin embargo, si se trata de un asunto de principios, como en el caso de los derechos humanos, no me parece que los jueces deban decidir cuál es el sentido de la legislación al respecto. Deseo, en cambio, que ellos indiquen cuál es la mejor comprensión que han alcanzado del problema desde el punto de vista del derecho del individuo. Por lo tanto, busco encontrar una manera de distinguir entre los casos en los cuales la legislación y los jueces deben inclinarse frente al gobierno, y aquellos casos en que no deberían hacerlo.
Pienso que la política económica es un caso en el cual sí deberían inclinarse. Ahora, respecto al medio ambiente es un poco más difícil. Aquí hablamos de política, pero también de principios. Estamos frente a los derechos de las futuras generaciones, y en esto los tribunales tienen un papel independiente del gobierno. Por lo tanto, en respuesta a su pregunta, yo distinguiría entre leyes tributarias y antimonopolios, por un lado, y leyes ambientales, por el otro. En general, es bueno dar a los jueces más atribuciones en materias ecológicas, pues, como dije, ellas tocan los derechos de las personas. No son únicamente ideas de gestión colectiva.

En Chile existe un proyecto que propone crear una escuela judicial para dar un entrenamiento especial a los jueces. Algunas personas argumentan que sería mejor contar con programas internos en las escuelas de derecho en lugar de crear una nueva institución. ¿Cuál es su opinión acerca de la educación que deberían recibir los jueces?
Yo no quiero que los jueces tengan una misma educación, prefiero que tengan una formación diferente. Cuando digo esto, quiero decir vidas diferentes, no sólo una formación académica distinta. Es una muy buena idea tener en la Corte a un abogado que haya estado en el gobierno o en el Congreso. Asimismo, creo positivo tener académicos, gente que ha pasado su vida en la universidad. También tener abogados que hayan ejercido. Pero ustedes no están haciendo esa pregunta. Han preguntado si debiera existir en algún momento un entrenamiento formal diferente para los jueces. Mi reacción inicial, sin conocer la situación de Chile, es de escepticismo porque no me gusta la idea de tener un monopolio sobre la formación de algo tan importante. Si se tuviera una escuela judicial especial, ella tendría un poder enorme. Y si una persona en esa escuela tuviera una personalidad muy fuerte, ella podría dominar todo el programa. En cambio sí se divide, si se exige que todas las escuelas de derecho se preocupen de este asunto, se puede tener más pluralismo y confrontación de ideas. Eso me parece más saludable.

Libertad e igualdad

Uno de sus principales esfuerzos teóricos es el de vincular libertad e igualdad, dos conceptos que muchos ven en exclusión recíproca. ¿Cómo intenta conciliarlos?
Lo primero es preguntarse seriamente qué significan estas ideas. Ellas pueden ser definidas de tal manera que resulten antagónicas, como si se encontraran en conflicto. Esto ocurriría si digo “igualdad significa que todos tienen exactamente la misma riqueza”, sin importar qué elecciones hacen, a qué se dedican, o si invierten o consumen. Al final de cada año haremos que todos sean iguales. Ahora bien, si al mismo tiempo digo que la libertad consiste en que “cada uno hace lo que quiere”, entonces, por supuesto, estas dos ideas entran en conflicto. Porque no se puede mantener esa definición de igualdad a menos que se prohíba tomar la propiedad ajena, que se castigue el robo. Pero, en tal circunstancia, dichas leyes afectarían nuestra definición de libertad. Al respecto, el punto central es que estos dos ejemplos no describen virtudes políticas. Si yo defino a la igualdad de esta manera, entonces la libertad no vale nada y viceversa. En consecuencia, debemos comenzar definiendo mejor lo que igualdad y libertad significan. Sólo cuando dispongamos de mejores definiciones podremos ver si el conflicto entre ellas se mantiene o desaparece.

¿Cómo percibe la evolución histórica de estas ideas?
Lo que voy a decir muchas veces resulta sorprendente para la gente.
Comencé a analizar la literatura que se ocupa de este asunto y descubrí que la mayor parte asume que el conflicto entre libertad e igualdad se suscita en materia de impuestos. Se dice “para tener igualdad se debe cobrar impuestos a la gente y redistribuir sus ingresos”. Ahora, ¿por qué alguien puede pensar que los impuestos son una invasión de la libertad? No lo son, no nos ordenan lo que podemos hacer con nuestros recursos. Sólo dicen que una parte de nuestro sueldo en realidad no nos pertenece. No son una invasión de la libertad, a menos que de hecho el gobierno confisque mi propiedad. Y los impuestos, si son justos, no están confiscando la propiedad de nadie. En principio, si el sistema tributario está socialmente legitimado, lo que hacen los impuestos es decirnos “este dinero, moralmente, no te pertenece”. Y éste no es un problema que afecte a la libertad. Claro, un sistema tributario puede ser ilegítimo de otras maneras, pero no es una invasión de la libertad. Volviendo a la historia, debemos recordar que en la Revolución Francesa no se consideraba antagónica la relación entre libertad e igualdad.
Al contrario, se entendían como parte del mismo ideal: Libertad, Igualdad, Fraternidad.

¿Y qué ocurrió con las revoluciones socialistas?
Yo he discutido este punto en muchos artículos. Creo que no se puede tener igualdad bajo un régimen socialista. El socialismo no es el escenario en donde se realiza la igualdad, es más bien un enemigo de ella. Para tener igualdad se debe tener libre mercado, porque un mercado libre determina los precios. La igualdad requiere que la gente acceda a valores equitativos cuando transa sus recursos. Por eso, el nivel de libertad que se necesita para que un mercado libre opere es esencial para que exista igualdad. También podemos enfocar esta cuestión desde la otra perspectiva. Para mí, la libertad está relacionada con el ser independiente, con mantener el control sobre la propia vida en aspectos esenciales tales como religión, creencias, saberes. En definitiva, la posibilidad de elegir qué hacer con la propia vida. Estas son las opciones parciales que en conjunto componen la libertad. Si el gobierno me prohíbe manejar por una determinada calle o impone el tránsito en un solo sentido, no es una invasión de mi libertad, puesto que no está dirigido a dominarme en nada que sea importante. En consecuencia, una vez que se reconoce todo esto, se ve que la igualdad presupone la libertad. No se puede tener igualdad genuina sin libre mercado y sin esta especie de control sobre el propio destino. En definitiva, la libertad y la igualdad están conectadas.
Ambas son parte del mismo ideal de independencia, que es el trasfondo de la democracia. Mi voto cuenta tanto como el tuyo. Esa es una idea positiva de libertad. Yo soy tan importante para la sociedad como el vecino: ésta es la base de la igualdad económica. Mis ideas cuentan lo mismo que las tuyas: ésta es la base de la libertad de expresión.

Aborto y catolicismo

Los temas principales de su último libro, “Life’s Dominion”, son el aborto y la eutanasia. Habrá notado, con seguridad, que el aborto no es un tema polémico en Chile. ¿Cree usted que el lugar central que este tema tiene en EE. UU. se debe a que en ese país se han resuelto los problemas socioeconómicos más básicos, o piensa que el aborto y la eutanasia son siempre temas marginales?
Sí. Es un poco sorprendente que en Chile no exista polémica en torno a estos temas. Por supuesto, la explicación debe tener que ver con el catolicismo. Pero Italia es un país católico también, y hay muchos abortos allá. En EE. UU., la proporción de abortos entre las mujeres católicas es más alta que en otros sectores de la población. Por lo tanto, esta falta de discusión no puede explicarse sólo por el catolicismo. Debe haber alguna otra explicación. Ahora, su pregunta es muy interesante, porque me hace pensar el por qué estamos ahora tan preocupados con este dilema. Y no es porque hayamos resuelto el problema de la igualdad. Estamos muy lejos de eso y hemos empeorado en los últimos 15 años. Pero, el movimiento feminista es muy importante. Yo no sé si ustedes tienen algo comparable a nuestro movimiento feminista. Hay una relación directa entre la influencia de los movimientos feministas y el debate sobre el aborto.

¿Pero usted ha argumentado en contra de ciertos movimientos feministas?
Sí, he alegado en contra de la censura que algunos grupos feministas pretenden imponer a propósito de la pornografía. Sin embargo, sabe usted que después de escribir esos artículos recibí muchas cartas de grupos feministas felicitándome por alegar en contra de la censura, diciendo «ése es nuestro punto de vista». Pero volvamos a la pregunta anterior. Pienso que el problema del aborto está vinculado al problema de la igualdad. Antes, en EE. UU. la gente adinerada o de clase media podía pagar por un aborto.
Simplemente viajaban a otro lugar. Es posible que eso también esté pasando en Chile. Pero la gente que realmente necesita los abortos no puede pagarlos.
Ahora bien, me parece que la eutanasia es una cuestión que tiene que ver con el avance de la medicina. Hoy a las personas se les puede mantener vivas bajo las condiciones más terribles. Esto no era así antes, por lo que la discusión sobre este punto ha aumentado con los avances tecnológicos. El Papa dijo recientemente que el gran interés en EE. UU. por la eutanasia y el aborto se debe al crecimiento del subjetivismo y del relativismo. Se debe, dijo, a que la gente en ese país piensa que puede tomar todo en sus manos.
Pueden hacer con sus vidas lo que estimen conveniente porque no hay espacio para limitaciones morales. Yo no estoy de acuerdo con estas afirmaciones del Papa.

¿Por qué en estas materias usted dirige su ataque al catolicismo, que parece ser menos violento contra el aborto que otros grupos?
Hay muchos católicos en los grupos antiaborto. Pero es verdad, los grupos más violentos no son los católicos. La razón por la que escribí acerca del catolicismo no es porque yo sea particularmente hostil hacia ellos, sino porque la historia de la Iglesia Católica es un excelente ejemplo del punto filosófico central que he intentado desarrollar. La Iglesia Católica tuvo el punto de vista que yo tengo sobre el aborto hasta el momento en que se definió el dogma de la Inmaculada Concepción. Este fue el momento en el cual la Iglesia Católica cambió de opinión. En mi libro intento explicar una razón política para este cambio. Así es que lo que realmente estoy diciendo es que los católicos deberían mirar su propia tradición. Por ejemplo, a la tradición de Santo Tomás. Santo Tomás pensaba que el aborto era un pecado.
Lo rechazaba por motivos teológicos, sin sostener que los fetos tuvieran intereses. El catolicismo tiene esta historia filosófica interesante, independientemente que yo me refiera o no a ella.