La instalación del gobierno dejó mucho que desear. Hubo una evidente cuota de desprolijidad e improvisación. Dos subsecretarios tuvieron que renunciar. Y se agregaron algunas situaciones bochornosas. El caso de la ex gobernadora de Chiloé (PPD) rayó en una falta de decoro republicano. Pese a todo, pidió que se le diera “una oportunidad para demostrar sus capacidades”. Y vaya que las tenía, si logró abusar de un sistema para apoyar a los que realmente lo necesitan. Tampoco olvidemos las desafortunadas declaraciones del senador Letelier. Si algo similar hubiera ocurrido con la instalación del gobierno de Piñera, la pradera política hubiera ardido en llamas. Pero con una oposición fragmentada que todavía busca su rumbo, y el efecto anestésico de Bachelet con su aura mística, prima la calma. Ahora hasta los estudiantes marchan con moderación.
Con las fichas ya bien definidas en el tablero, se inicia el juego político. La asignación de cargos —esa repartija donde los caciques de la política distribuyen desde sus reyes y reinas hasta sus peones— comienza a remecer al Leviatán. Esta práctica es el reflejo de un sistema donde la continuidad es una mera utopía institucional. No hay posta en los asuntos de Estado. Hay desposte. Esa es, y posiblemente ha sido, la regla de este juego. En definitiva, el Servicio Civil debería permitir más continuidad que cambios amparados en la excusa de la confianza.
El nuevo gobierno movió sus fichas y lanzó su anunciada y esperada reforma tributaria. Todo lo que sea cambios graduales es bienvenido. De hecho, tanto el sector privado como la institucionalidad deben adaptarse a los cambios. Y qué mejor que avanzar paso a paso. Aunque la meta es acumular sin saber todavía para qué —quién entiende para qué duplicar el impuesto de timbres y estampillas—, las señales no parecen perturbadoras. Alberto Arenas es un ministro con vasta experiencia en asuntos de Estado y suficiente habilidad política. En pocas palabras, es un técnico avezado y un político experimentado. En nuestra reciente y exitosa tradición en el Ministerio de Hacienda, los ministros pronto aprenden que no están para experimentos. Al final, la historia los juzgará por resultados. Y las duras y frías cifras —crecimiento, empleo, inflación, productividad— son la diferencia entre la gloria y el oprobio. La rueda de la economía necesita de empuje y lubricación para girar. Esa es la clave para una gestión económica exitosa. Y también para alcanzar el desarrollo. El capital —hasta Marx lo sabía— es esquivo e implacable. Olvidarlo, ya sea bajo el sueño keynesiano o el clamor populista, es pan para hoy y hambre para mañana.
En cambio el ministro Eyzaguirre juega su ajedrez como si fuera pichanga. Mientras no sabe bien qué hacer —lo que es comprensible—, pretende bailar con la pelota. El discurso del fin del lucro, del copago y de la selección suena todavía como una finta. El término de cada cosa requiere un cómo. Y ese cómo evidentemente no se cumple retirando los proyectos de ley. Todo esto puede obedecer a una estrategia política para ganar tiempo. Quizá pretende ganarse a los estudiantes. Pero hasta ahora sólo vemos una pichanga con un ministro que juega haciéndole guiños a la galería.
Mención aparte, como lo destacó Andrés Velasco, es la irresponsabilidad republicana del ministro de Justicia. Le puede gustar el opio, pero el ministro es parte de un gobierno. Y como tal, no puede darse gustitos que perjudiquen la implementación de la agenda de Bachelet. La Presidenta ya tiene suficientes problemas como para estar lidiando, además, con ministros díscolos.
Pero el desafío de Bachelet no será la oposición. Serán los suyos. La metáfora de la retroexcavadora es sólo una señal de lo que le espera a Bachelet. Todo hace prever que el caldo se está cociendo al fuego rápido que han generado las expectativas. La olla ya deja entrever algunos conflictos. Y ese hervidero comenzará a dar problemas. Sólo queda esperar y confiar en la prudencia y el sentido de oportunidad de nuestra cocinera. Como buena dueña de casa, Bachelet tendrá que controlar el punto de cocción. Es una paila marina difícil de cocer. Al final, con tanto jurel, bacalao, choros, piures, almejas y cholgas dando vueltas, el fuego amigo puede quemar la olla.