El Mercurio, 14 de julio de 2013
Opinión

Sergio Urzúa: «Creerse ricos sin serlo genera expectativas completamente desalineadas con nuestra realidad»

Sergio Urzúa.

El académico de la Universidad de Maryland, en los Estados Unidos, cree que uno de los mayores desafíos de los candidatos a la Presidencia es aplacar las expectativas y recuperar el control de la agenda social.

por Pablo Obregón Castro

Tras la partida al Ministerio de Educación de Harald Beyer -el histórico coordinador académico del Centro de Estudios Públicos (CEP)-, el think tank se rearmó con savia nueva. Y uno de los nombres que se sumaron al equipo fue el del economista Sergio Urzúa, quien asumió como jefe del área de políticas sociales.
La voz de este ex institutano y economista de la Universidad de Chile se hizo conocida incluso en La Moneda varios años antes de asumir en el CEP. En 2010 fue nombrado coordinador del área de mercado laboral del Ministerio de Hacienda y ayudó a varios ministerios en el análisis de programas de infancia, posnatal, indemnizaciones y salario mínimo.
A sus 36 años, está casado con la economista María Isabel Larenas y tiene tres hijos. Es doctor en Economía de la Universidad de Chicago; profesor del Departamento de Economía de la Universidad de Maryland, en los Estados Unidos, y, anteriormente dictó clases en Chicago y Northwestern. En Chicago fue ayudante de James Heckman, premio Nobel de Economía 2000, con quien ha publicado varias investigaciones; entre otras, «The Education Health-Gradient».
Reparte su tiempo entre Estados Unidos y Chile -sus hijos estudian en Estados Unidos- y durante los últimos años ha entrado de lleno en el debate sobre políticas educacionales.
Le gusta citar a Friedman y se declara contrario a que el Estado garantice una educación superior gratuita para todos, pero aclara de entrada que la peor estrategia es cerrarse a discutir los cambios que, de todos modos, se van a producir. Al igual que otros técnicos sub cuarenta -como él se define- no tiene prejuicios para debatir sobre cambios a ciertas políticas públicas, pues no se considera «el padre de la guagua», como grafica aludiendo a los creadores del modelo económico chileno. Hace una semana, además, la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile lo distinguió con el premio Círculo de Honor, que entrega a sus egresados más destacados.

-¿Cree que el Estado debería garantizar educación superior gratuita?
«La educación superior de calidad significa un retorno privado alto. Si vas a tener un retorno de un 30% de tu salario y, además, tengo una mochila de necesidades sociales infinitas, como pensiones, salud, vivienda, me parece mejor ofrecer un crédito a tasa baja que sea contingente con el ingreso».

-Los estudiantes señalan que el retorno social de expandir la educación superior también es alto.
«Invertir en vivienda, salud, educación básica y media ofrece retornos sociales infinitamente más altos. Una de las cosas malas que nos ha pasado es entrar a la OCDE, porque nos comparamos con todas estas naciones que tienen ingresos per cápita cuatro veces los de nosotros y nos afligimos cuando vemos que nuestros resultados en la prueba PISA están por debajo de cualquier país de la OCDE, salvo México, pero ese no es el punto. Creerse ricos sin serlo genera expectativas que están completamente desalineadas con nuestra realidad. El 85% de los padres de niños de cuarto básico dicen que sus hijos van a llegar a la universidad, independientemente del nivel socioeconómico, de la región o de cuán bueno es el niño. Corea del Sur, que tiene un ingreso per cápita varias veces más alto que nosotros, tiene una tasa de matrícula de ese nivel».

«Los colegios públicos no pueden competir»

-¿Nuestro sistema educacional ayuda a aliviar las brechas que existen entre niños ricos y pobres?
«Yo no lo pondría solo entre ricos y pobres. La pregunta sería si el sistema está aliviando algunas de las brechas que se pueden identificar tempranamente si un niño nació en un hogar disfuncional o si hay violencia intrafamiliar. Probablemente no. En la educación básica y media, tú no encuentras que las brechas se vayan cerrando. En educación media, las tasas de deserción están correlacionadas con el background socioeconómico de los niños».

-¿Por qué la educación pública no está revirtiendo esas diferencias?
«Tenemos un sistema sustentado sobre la lógica de la competencia, a la cual yo adhiero profundamente, y los colegios públicos no pueden competir con los particulares subvencionados, porque el director no puede echar a profesores, no puede contratar, no puede hacer gestión al interior del establecimiento. En veinte años, los padres aprenden de esas dificultades y dicen ‘yo no quiero que mi hijo vaya a un colegio donde existen estos problemas’. Si tú vas al origen y lees a Friedman, la clave es que haya un sistema público que compita de igual a igual».

-¿Todo pasa por la falta de competencia? Para los críticos del sistema, los municipios más pobres no están en condiciones de gestionar la educación.
«Las municipalidades tienen quinientas funciones y la educación es una de las más importantes, pero si yo tengo un colegio que llega hasta octavo y ninguno de esos chicos va a votar y los padres están desconectados, la educación no va a ser una prioridad».

-¿Entonces es partidario de que los colegios vuelvan a estar bajo la tutela del Ministerio de Educación?
«A mí me gusta más el sistema americano, en el cual un superintendente es el responsable de la administración del distrito escolar. El superintendente del Montgomery County, que es donde están mis hijos, es absolutamente responsable y si hay un problema el que cae es él. En Chile no tenemos esa figura y es fundamental generarla».

-¿Es partidario del copago en la educación particular subvencionada?
«El copago no era parte del modelo, apareció el año 93 cuando Jorge Arrate era ministro de Educación y Foxley, de Hacienda. El copago sirvió para liberar fondos para aumentar la cobertura. Y fue extremadamente efectivo».

Cambios al modelo: «No sirve tomar una posición fanática y decir que esto por ningún motivo se toca»

-Michelle Bachelet ha expuesto los enunciados de sus propuestas y, hasta ahora al menos, la estrategia de los demás candidatos ha sido rebatirla. ¿Le parece un camino adecuado?
«Con la tremenda votación que tuvo la ex Presidenta Bachelet, evidentemente no sirve tomar una posición medio fanática y decir que esto por ningún motivo se toca. Tiene que haber un sentido de realidad, porque este sistema se va a modificar».

-¿Usted considera que la posición que está prevaleciendo en la derecha es la de oponerse a todo?
«No, yo creo que entre los técnicos más jóvenes hay mucho menos ideología, más pragmatismo, más análisis empírico. Pensar que los cambios no los van a hacer porque tú te vas a oponer es un error. Lo que tiene que hacer Chile, como lo hizo décadas atrás, es encontrar su modelo de desarrollo, porque haciendo lo mismo no va a funcionar».

-Algunos argumentan que hace veinte años había chilenos sin acceso al agua potable y hoy sí. ¿Es ese un buen argumento para defender el modelo?
«Eso es absolutamente cierto. Hace poco estuve en Colombia, en Perú, en Bolivia, en Brasil y la diferencia con Chile es abrumadora. Chile es un país completamente distinto. Pero eso no significa que las cosas tengan que mantener su statu quo. Si ves cómo votó la gente en las primarias y sigues pensando que sin cambiar nada vas a llegar a buen puerto, es un error. Entre los técnicos de cuarenta para abajo existe pragmatismo, probablemente porque ninguno de ellos se cree papá de la guagua».

-¿Es necesaria una reforma tributaria?
«Las propuestas en educación cuestan mucho dinero. Es posible pagar esas propuestas a través de una reforma tributaria, pero también se puede hacer con crecimiento, pero sería probablemente más lento. Desde el punto de vista técnico, lo ideal es definir cuántos recursos necesitamos para aplacar las expectativas y cuánta plata se va a utilizar para hacer cosas de largo plazo».

-¿Pero se deben hacer ajustes?
«Claro que se deben hacer ajustes, pero bien pensados, conversados. Yo tengo el mayor respeto profesional y he escrito trabajos con la gente que está en el comando de Bachelet, pero cuando yo miro la cosa de fondo, no veo nada. Y al otro lado también. Yo no conozco la posición de Pablo Longueira sobre educación. Mientras eso no esté claro, hablar de reformas tributarias porque sí, me provoca dudas. Mi sensación es que hemos avanzado hacia una bomba de racimo en pensiones, salud, educación, cuando en la práctica los problemas son mucho más de detalles. Eso cuesta mucho menos plata, pero requiere visión de largo plazo y en esa visión de largo plazo choca con expectativas infladas. Si no se controlan las expectativas, si no tienes el control de la agenda social, las consecuencias económicas pueden ser graves».

-Durante veinte años no hubo cuestionamientos de fondo al modelo. ¿Por qué aparecieron ahora?
«Entre 1990 y hasta la elección del Presidente Piñera, las políticas sociales jugaron un rol fundamental. El gasto social estuvo focalizado en los niveles de ingresos más bajos, la pobreza cayó muchísimo, los niveles de empleo estuvieron relativamente bien armados y la inflación se controló. Pero ese es el ‘desde’. Ahora, cuando tenemos un país con un ingreso per cápita que se está acercando a los US$ 20 mil, la gente pide más. Creo que el gobierno del Presidente Piñera es particularmente importante porque, para bien o para mal, es la única instancia empírica para analizar cómo las políticas públicas conversaron con esta evolución de la sociedad. Se hicieron cosas bien y mal y la nueva administración va a tener que extraer las conclusiones de qué cosas no funcionaron. Antes no se sabía, porque las instituciones avanzan mucho más lento, los políticos avanzan mucho más lento que Twitter. En ese sentido, castigar a esta administración porque no supo acomodarse a los tiempos es injusto, porque la máquina no estaba armada para responder a esta velocidad».

«En el petitorio de los alumnos del Inst. Nacional hay cosas que son una locura»

Urzúa fue el mejor egresado de su generación en el Instituto Nacional y, desde su posición de institutano, cree que ni las autoridades, ni los padres ni los alumnos han estado a la altura de las circunstancias.

-¿Qué le parece la situación que está viviendo ese colegio?
«Lo que más sorprende de las paralizaciones es que no hay responsables. El director del Instituto Nacional es injustamente echado, y pasó lo mismo con el anterior director. ¿Qué pasa hoy día? Que ya encontraron un responsable. Ponen un director y al año siguiente lo vuelven a echar, pero eso no soluciona el problema. En el Instituto Nacional hay 4.500 alumnos, pero el director no tiene control sobre los profesores, no puede echar, no puede contratar, tiene muy pocas posibilidades de manejo».

-¿Están en lo correcto los alumnos del Instituto Nacional cuando piden mayor participación de la comunidad en los asuntos internos del colegio?
«Es perfectamente posible pedir mayor participación, pero quienes están preparados para desarrollar las actividades docentes son los profesores, el cuerpo académico y, por lo tanto, ese no es un ámbito de participación de los padres o de los alumnos. Sentarnos a discutir cuál va a ser el currículum de los próximos años me parece insólito. Ellos podrían hacer un colegio con esas características. No hay nada en el sistema que se los prohíba. Pueden armar un colegio en el cual se decida todo democráticamente, fantástico. Esa es la belleza del sistema, la libertad de enseñanza. Yo me pregunto cuántos papás han efectivamente ido a reclamar respecto al desarrollo académico de sus hijos. Yo miraba las estadísticas del Instituto Nacional: más del 40% de los alumnos de tercero medio repitiendo de curso. Yo he leído el petitorio de los alumnos del Instituto Nacional y hay cosas que son una locura».