El Mercurio, 19 de octubre de 2014
Opinión

Severamente

Ernesto Ayala M..

“Matar a un hombre” es una clara evidencia de que su director, el chileno Alejandro Fernández Almendras, sabe lo que hace cuando está filmando. La cinta es minuciosa en sus detalles, contenida en su tono, rigurosa en su estilo. En especial, es severa, tanto como la historia que está contando.

La cinta sigue a Jorge (Daniel Candia), un tranquilo padre de dos hijos, empleado en una empresa forestal, habitante de Tomé, que ve cómo él y su familia comienzan a ser acosados por un matón llamado Kalule (Daniel Antivilo), hasta el punto en que debe tomar la justicia en sus propias manos. Su severidad se manifiesta en diálogos secos, una actuación parca y en planos abiertos, largos, continuos, donde los cortes del montaje son los estrictamente necesarios para permitir la narración. Esto significa diseñar la puesta en escena con mucha inteligencia y cuidado. Los planos largos e ininterrumpidos, pese a que aparentan dar cierta libertad a los actores, ya que no hay cortes y la acción puede “fluir”, en el planteamiento de Fernández son un mecanismo finamente calculado, donde la posición de la cámara, el movimiento del actor, el uso de la luz y el desarrollo de la acción requieren de mucha precisión. Pese a que la cinta se mueve entre oficinas, casas y barrios anónimos, modestos y sin un particular brillo pictórico, esta puesta en escena le confiere a “Matar a un hombre” una innegable belleza visual y la nítida percepción de que existe una mente concibiendo la articulación de un todo.

Este rigor se agradece. “Matar a un hombre” es una película en serio, que no escabulle el bulto y explora de frente la indefensión de una familia trabajadora, de pocos recursos y nulas conexiones frente a un ser inmoral, despiadado y tenaz. Cuando la policía actúa burocráticamente y el sistema judicial es indiferente, la cinta arma con pocos y cuidados elementos un laberinto para Jorge y su familia, donde la única salida pasa por hacerse cargo del Kalule, una suerte de torcido Minotauro.

Otra cosa es que se haga cargo de las consecuencias de este acto. Es cierto que la cinta se esfuerza en seguir la conciencia de Jorge, pero es difícil decir que por ahí llega tan lejos como lo pretende. La razón puede estar en que, junto con la severidad, hay en esta cinta algo totémico. Los personajes tienen pocos rasgos individuales. Sabemos poco y nada de Jorge, de sus hijos, de su señora o del mismo Kalule. Cumplen con su rol como padre, hijos, madre o matón, pero son poco distinguibles de otros padres, madres, hijos, matones. Incluso Jorge, el protagonista, es alguien al que llegamos a conocer muy poco. Esto puede haber sido un efecto buscado: desdibujar a los personajes para a) centrarse en la acción, b) universalizar la situación planteada o c) como una forma de hacer más gris, más anónima y menos heroica la vida de esta familia. Tiendo a inclinarme por la última alternativa. La consecuencia, sin embargo, es un distanciamiento emocional del protagonista y sus cercanos. Así, tenemos dificultades para percibir el dolor o el movimiento de la conciencia moral de Jorge. Sentimos la impotencia o la frustración que lo mueve en un principio, pero no los fantasmas que lo persiguen después. Hay gestos y momentos interesantes, pero no alcanzan a ser definitivos.

Estoy hilando fino, es cierto. Pero “Matar a un hombre” permite ir más allá. Como tercer largometraje de Fernández, es el trabajo de un director en dominio de su oficio y merece, por lo tanto, que responda también preguntas más complejas. Es de esperar que la recepción de esta cinta le dé confianza y los recursos para seguir expandiendo su registro.