Parafraseando una proposición famosa de Marx, ha dicho que el pensador no debe moralizar y tratar de comprender a la sociedad, sino que debe provocarla.
Peter Sloterdijk es uno de los pensadores contemporáneos más importantes. Se aparta de la academia filosófica y asume la figura de un pensador público. En países como Alemania, Francia e Italia, la larga tradición humanista ha producido la figura del intelectual público, que invoca y provoca al sentido común. Esa tarea filosófica, que se inicia en Sócrates, hace del pensador un tábano incómodo y, sin embargo, necesario.
Sloterdijk es un pensador ampliamente leído y discutido. Él, por su parte, no ha rehuido aparecer en todos los medios, ha sostenido durante años un popular programa de televisión, ha escrito una novela que ha sido considerada erótica -y eventualmente antifeminista- y, sobre todo, ha criticado todas las corrientes políticas que van desde el liberalismo y la socialdemocracia hasta el socialismo, entre otras cosas.
Su intención es hacerse cargo de la situación actual del hombre en el mundo y lo hace, desafiándolo. Parafraseando una proposición famosa de Marx, ha dicho que el pensador no debe moralizar y tratar de comprender a la sociedad, sino que debe provocarla. Estamos ante la figura de un provocador que, inevitablemente, va contra la corriente del sentido común. Por eso es natural que no solo despierte, sino moleste y escandalice.
Para Sloterdijk, en nuestro tiempo estaríamos viviendo un momento histórico en que los hombres, separados de ellos mismos y de los demás, quedan encerrados en sí mismos y se transforman en seres tan semejantes e indiferentes como las opiniones y las cosas que consumen. Esta pérdida del carácter y estilo humano se debe a un largo proceso de amansamiento. Este amansamiento, que se produce a través de la educación, ha sido entregado a los curas y a los profesores. La invocación a Dios, al Estado, a la familia, etcétera, terminan por generar bolsones donde se acumula y se disimula el resentimiento; hasta que el hombre así dirigido y educado se transforma en alguien que acepta su vida como un programa que se ve, de una u otra manera, obligado a cumplir. Así se convierte, por ejemplo, en observante, emprendedor, militante, burócrata, gimnasta o repetidor sexual.
El sentido común así amansado y ordenado se extiende desde hace ya un largo tiempo a toda la sociedad que, entretanto, ha perdido u olvidado todas las diferencias, convirtiéndose en una masa oscura. Esa masa está conformada por innumerables hombres comunes que cada vez que son enfrentados se sienten amenazados en su pequeño ser y acusan al pensador como un enemigo. A eso Sloterdijk ha llamado el desprecio de las masas, que califican al pensador de un ser inútil, resentido y peligroso.
A su ánimo provocador, Sloterdijk lo ha llamado ira. Ira es el nombre de uno de sus libros que se titula precisamente «Ira y Tiempo», parafraseando el título de Heidegger. Poderoso sentimiento es la ira. En la Ilíada, Homero comienza diciendo: «(…) canta, Musa, la ira de Aquiles (…)». La ira va contra la estupidez del mundo. Es cierto que puede provocar resultados catastróficos, pero inevitablemente necesarios, a pesar de su eventual fracaso. Quizás el gran iracundo de la modernidad ha sido Nietzsche, y su huella en Sloterdijk es evidente. También Nietzsche despreció el humanismo político del liberalismo, el socialismo y la democracia.
¿No está en Nietzsche el germen del nazismo? Todo lo contrario. Porque el nazismo sería el movimiento de una masa amorfa entregada a la vulgaridad de un gran vulgar. Lo que Nietzsche en su tiempo -y hoy Sloterdijk- observa es la pérdida de toda originalidad, de todo orden vertical; vivimos en una horizontalidad en la que todo vale. Sloterdijk está dispuesto a pagar el precio de ser incomprendido y atacado.
El Centro de Estudios Públicos ha querido defender la libertad en su sentido más amplio. Por eso acoge a Peter Sloterdijk y le da tribuna. Están todos invitados.