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Soberanismos sin salida

Joaquín Trujillo S..

Soberanismos sin salida

Porque la vida política es un mundo en el que a veces hacen falta amarras y otras, decisiones. La capacidad para saber cuál sea el caso, es tal vez lo que distingue a las sociedades que eligen el camino de Atenas o el de Tebas.

El Plebiscito de Entrada dejó claro que un 78,2% de la ciudadanía que concurrió voluntariamente a las urnas prefirió la escritura de una nueva constitución.

Tras los meses de redacción del proyecto, la pregunta es si otra vez un 78,2% lo aprobará en el de Salida.

Mientras tanto, muchos han sugerido una salida alternativa. La más extendida propone rechazar para continuar al proceso constituyente.

Mientras tanto, también, el Congreso no ha hecho nada muy distinto de modificar la constitución vigente a fin de construir una puerta de salida para un convencional. Es decir, si en el intertanto el Congreso ha podido modificar la Constitución vigente, excepto la parte del capítulo XV que plasmó el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, para que compitiera con el proyecto de nueva, ¿por qué no lo ha hecho? Supuestamente, porque ha querido dejar este asunto en manos de la Convención. A eso, sin embargo, no ha estado obligado. ¿Habrá pesado más la táctica del todo o nada? O sea, a los que quieren una nueva constitución no les conviene mejorar la vigente, pues le podrían crear un competidor competitivo, mientras que a los que quieren mantener la actual tal como está, tampoco, pues el triunfo del rechazo sería menos sabroso. Así las cosas, el país yace secuestrado por dos fuerzas totalizantes a las que ni siquiera les interesa las opciones de fracasar-mejor o triunfar-peor. Típico de sociedades que van rumbo del colapso.

Con todo, recién esta semana, se ofrece un proyecto para bajar el quorum de reforma de la actual constitución, ese que fue llamado “cerrojo” (como si toda constitución, en parte, no lo fuera), a 4/7. Más vale tarde que nunca.

Y es que parece que el soberanismo lo es todo. Él no es suficientemente soberano si no puede cumplir con exatitud sus deseos, sin que haya consuelo en ningún premio distinto. La soberanía de la Constitución pinochetista de los 30 años versus la soberanía de la Constitución más democrática de la historia de la humanidad.

Lamentable que este estado de cosas no tenga nada de novedoso. Pues podría describirse políticamente buena parte de los siglos XIX y XX de la siguiente manera: por un lado, una fuerza épica de índole soberanista dispuesta a cambiarlo todo sin contemplación alguna y menospreciativa de la historia. Del otro, una razón prosaica, plagada de imperativos hipotéticos, haciendo ver que las fuentes de soberanías son muchas y muchas veces contrapuestas entre sí.

Me explico. La economía, la sociología, la psicología han sido eso. Disciplinas capaces de explicar la política de manera no exactamente política. Y, por lo mismo, formas de darle un respiro a las aspiraciones soberanistas en que devino la política a partir de las teorías del contrato social, aquella ficción jurídico-filosófica en que los seres humanos, entre todos, firman preclaramente un texto, o algo que pudiera serlo, a fin de ser regidos por él.

Solo por dar un ejemplo: la ciencia económica observó que tal contrato, si se quería que funcionara, debía ceñirse a ciertas realidades no disponibles para la soberanía (vgr, la oferta y demanda con sus derivados). O la psicología según la cual los presupuestos racionales de la contratación social no siempre se cumplen. Y así.

Mucho se repite en las cátedras de derecho constitucional aquellos versos de Odisea de Homero en que Ulises se amarra al mástil para no ceder a los cantos de las horripilantes sirenas de sublime voz. Menos se habla de aquellos otros versos en los que la más vieja Penélope, pese al paso del tiempo, sabe reconocerlo cuando vuelve de su viaje. En la canción de Serrat no lo reconoce. Pero están los que quisieran desatar a Ulises a la más mínima provocación y los que prohibirían a Penélope recibir a su marido.

Porque la vida política es un mundo en el que a veces hacen falta amarras y otras, decisiones. La capacidad para saber cuál sea el caso, es tal vez lo que distingue a las sociedades que eligen el camino de Atenas o el de Tebas.

Si el Plebiscito de Salida no logra el 78,2% de aprobación será porque se habrá decepcionado a aquel porcentaje que estuvo dispuesto a ceder las amarras de Ulises o a reconocerlo, con todos los peligros que ello implicaba. Esta será la minoría realmente política de Chile. Pisoteada de nuevo.