El Mercurio, 30 de mayo de 2018
Opinión

Sobre el feminismo y las opiniones

Leonidas Montes L..

Centrar el debate en la cuestión de aplaudir o no al Gobierno nos desvía de la cuestión fundamental, esto es, la discusión de fondo acerca de las demandas de las mujeres para mejorar nuestras instituciones y nuestra sociedad.

Carlos Peña, en su columna dominical «Piñera ¿feminista?», critica la agenda feminista del Gobierno, y Sebastián Edwards, en una carta publicada el lunes, defiende el derecho a cambiar de opinión apelando a aquella legendaria frase de Keynes sobre la cual no existe evidencia alguna («cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión»). Pero en este intercambio hay, a mi juicio, cuatro puntos que merecen mayor reflexión.

Primero, en su columna, Peña apela a la doctrina de los actos propios como un supuesto para sostener que en política no se podría o debería cambiar de opinión. No soy abogado, pero la idea de que en política las convicciones no permitirían cambiar de opinión me parece muy discutible. Al margen de que esta teoría jurídica extendida a la política encerraría una suerte de reduccionismo e incluso cierto determinismo de la naturaleza humana, en la historia universal abundan ejemplos que la contradicen.

Segundo, en su carta, Peña reitera tres veces que la política no es una «simple subasta de opiniones» y al final marca un contraste entre las opiniones y la «competencia de razones». Obviamente, Peña no se inclina por las simples opiniones, sino por las razones. Pero sin entrar en los detalles o citas acerca de la importancia de la doxa o la opinión en la tradición clásica tanto griega como romana, este supuesto subyacente es bastante debatible. En efecto, esta forzada distinción entre opiniones y razón sobre la que descansa su crítica es espuria; las opiniones no son ajenas a la razón.

Tercero, como heredero de la tradición intelectual que valora el uso de la Razón con mayúscula, Peña podría recordar al gran David Hume. Este filósofo no solo despertó a Kant de su sueño dogmático, sino que afirmó que muchas veces la razón es esclava de las pasiones.

Por último, centrar el debate en la cuestión de aplaudir o no al Gobierno nos desvía de la cuestión fundamental, esto es, la discusión de fondo acerca de las demandas de las mujeres para mejorar nuestras instituciones y nuestra sociedad.