El Mercurio, Domingo 17 de abril de 2005.
Opinión

Temperaturas políticas

Harald Beyer.

¿Son capaces las encuestas telefónicas de, por ejemplo, medir adecuadamente las verdaderas distancias que existen entre Bachelet y Lavín?

Para saber si hay frío o calor no se requieren instrumentos muy sofisticados. Nuestros sentidos están suficientemente alertas para distinguir entre ambas situaciones. Rara vez nos equivocamos en estimar si un día fue particularmente frío o caluroso. Sin embargo, nuestra capacidad para «sentir» el frío o el calor no nos habilita para predecir con certeza las temperaturas efectivas. Hay numerosos experimentos que lo atestiguan y sabemos que las temperaturas percibidas pueden diferir en varios grados de las efectivas. Nuestra percepción es distorsionada por los vientos o las humedades, entre muchos otros factores presentes.

En el momento político actual no cabe duda de que nuestros sentidos perciben claramente que Bachelet goza de una confortable ventaja en las preferencias de los votantes sobre sus rivales tanto para las primarias de julio próximo como para las presidenciales de diciembre. Las diversas encuestas, cada vez más numerosas, apuntan en la misma dirección y ciertamente corroboran la percepción que todos compartimos. Bachelet irrumpió vigorosamente en la arena electoral y está ahí para quedarse.

La sensación térmica, ¡qué duda cabe!, favorece a la ex ministra de Defensa. Pero, ¿cuál es la verdadera temperatura política efectiva del país? ¿Son las encuestas telefónicas los instrumentos adecuados y suficientemente sofisticados para medir esa temperatura? ¿Son capaces de, por ejemplo, medir adecuadamente las verdaderas distancias que existen entre Bachelet y Lavín? Creo que se pueden plantear dudas razonables al respecto. ¡Entendámonos bien! No hay dudas de que Bachelet supera a Lavín. Y, desde luego, a Alvear en las primarias. La pregunta relevante es por cuánto. En política los escenarios son muy distintos, al igual que con el clima, si las diferencias son de 30 o de 10 puntos porcentuales.

Hasta ahora las encuestas telefónicas, casi sin excepción, nos dicen que Bachelet supera a Lavín por un margen de 2 a 1. Esta distancia, seamos francos, es difícil de creer. Esos son márgenes similares a los que se observaron en la elección de Frei, quizás el momento de mayor debilidad de la derecha. Difícil que se repitan. Ni siquiera la elección municipal, de reconocidamente mal resultado para la derecha, estuvo cerca de la diferencia tan abrumadora que ahora revelan las encuestas telefónicas. Y en esa última elección votó un millón de personas menos que las que lo harán en la presidencial. Éstas probablemente pertenecen a aquellas que no tienen teléfono o que habitualmente no contestan las encuestas que se hacen a través de este medio. Entonces, sabemos muy poco de cómo votarán en diciembre próximo.

La verdad es que las encuestas telefónicas nos permiten saber cómo son las preferencias políticas de una proporción relativamente pequeña de los chilenos. De partida sólo un 50 por ciento de los hogares chilenos tiene un teléfono fijo en su casa, proporción que llega a poco más del 70 por ciento en el Gran Santiago. La enorme ventaja de costos de estos estudios los hace muy atractivos y por eso son habituales en Estados Unidos y Europa y, como hemos visto, comienzan a serlo en Chile. Claro que allá la cobertura de telefonía fija se acerca al 100 por ciento de los hogares. Pero, además, los rechazos a estas llamadas telefónicas bordean aquí el 50 por ciento, muy por debajo de los niveles de alrededor de 20 por ciento que se registran para este tipo de estudios -de pocas y precisas preguntas- en nuestros socios comerciales desarrollados. Por cierto, los estudios de opinión pública «cara a cara» en hogares también generan algún rechazo, pero de una magnitud bastante menor. En Chile alcanza típicamente a casi 20 de 100 hogares.

Si estos números se toman seriamente es inevitable concluir que una encuesta telefónica representa habitualmente alrededor de un cuarto de los hogares del país o hasta un 35 por ciento de los del Gran Santiago. No hay estudios que permitan saber si las opiniones o preferencias políticas de las personas que no reciben o rechazan una llamada telefónica son distintas de aquellas que la reciben o aceptan. Sólo el tiempo lo dirá. En todo caso, no habría que extrañarse de que la actual sensación térmica equivoque en varios grados la temperatura política efectiva.