La Segunda, 8 de enero de 2013
Opinión

Terror de pocos, consuelo de muchos

Leonidas Montes L..

A la 1 de la madrugada lo despierta una llamada. Le gritan: ¡Nos están atacando y a tu papá lo están golpeando! Despierta con esa voz desesperada. No es una voz cualquiera. Es su madre. Escucha gemidos, gritos de fondo. Se corta la comunicación y reacciona con rapidez casi sobrehumana. En seis o siete minutos llega a la casa de sus padres. En una imagen dantesca, el hogar de éstos es consumido por las llamas. Grita ¡papá! y ¡mamá! Pero sólo escucha el rugido de las llamas. Y, en la oscuridad, todo se consume, excepto un par de pilares y la piedra caliente que servía de base al hogar. Unos veinte criminales rodearon la casa. Algunos entraron para atacar a la pareja y encender su hogar. Otros esperaban afuera, al parecer armados. Y entre las cenizas, yacen los dos cuerpos calcinados.

Esta es la triste historia del horrible y cobarde asesinato de Werner Luchsinger y Vivian Mackay en Vilcún. Ya habían sido atacados, amenazados, pero no quisieron dejar sus tierras, sus raíces también ancestrales. Otros agricultores de la zona soltaron la esponja, vendieron, y decidieron seguir adelante, en otro lugar, en otras condiciones. Los Luchsinger-Mackay fueron valientes. Tenían su historia. Pero todo esto fue, y duele decirlo, la crónica de una muerte anunciada. El cuento del lobo que asedia, ataca y finalmente asesina.

Y en el debate y en la política pareciera primar la ambigüedad, las explicaciones políticamente correctas, la simbología fútil, los análisis contextuales y finalmente, digamos las cosas como son, los derechos humanos sesgados. Algunos han llegado a argumentar que este episodio es una cuestión de apellidos: es Luchsinger y no Rojas (¿por qué Lady D y no Lady Soto?). Otros, que la historia del pueblo mapuche es compleja y llena de matices. Vaya novedad. Desde la Independencia los mapuches han sido usados (fueron una fuente de inspiración durante nuestra emancipación de España) y abusados (sólo recuerde la brutal campaña militar de Cornelio Saavedra para poner fin a la Guerra de Arauco). Pero en este caso no hablamos de mapuches. Este es un ataque, como muchos otros en la zona, terrorista. Estamos frente a grupos organizados al amparo de una causa digna. Grupos de asesinos terroristas que, una vez más, abusan del pueblo mapuche. Ellos se han entrenado en el extranjero, reciben financiamiento, planifican y, al final, asesinan. Ese es elmodus operandi que culminó con este cobarde crimen.

Ya van quince muertos. Ya murieron 7 brigadistas apagando el criminal fuego intencional propiciado por terroristas. Han muerto otros agricultores, mapuches y carabineros inocentes. Este, insisto, no es un tema mapuche, sino terrorista. Es un conflicto país que pone en jaque nuestro Estado de Derecho.

Quedó un herido en este cruel ataque. Saldrán pistas para llegar a los asesinos. Y es aquí donde se requiere de una condena nacional —no quiero hablar de “condena transversal”, ya que suena tan hipócrita como políticamente correcto— donde el país rechace con firmeza y convicción la violencia y el crimen. Todos quienes han defendido los derechos humanos tienen la oportunidad de enaltecer esta noble causa, que es una causa de todos, y no de un sector.

Me voy a disculpar de antemano por rememorar cuestiones personales para finalizar, pero hay dos cosas que se me vienen a la mente. Para quienes lo han vivido, la sensación de ultraje o violación que se siente cuando uno es asaltado en su propio hogar es un sentimiento aterrador que acompaña durante mucho tiempo. Los Luchsinger-Mackay fueron una pareja de valientes, como muchas otras que aún permanecen en la zona. También recuerdo cuando se lanzó la serie “Los archivos del Cardenal”, en TVN. Esa ocasión no estuvo exenta de polémica, pero concurrió el entonces ministro de Justicia, Felipe Bulnes, quien fue ovacionado por el público asistente. A la salida del lanzamiento, dijo que “hoy día estamos en un país donde los derechos humanos no le pertenecen a un sector, no es una bandera que esté en un lado, sino que una bandera que está instalada como parte de nuestra democracia”. Ojalá recordemos sus palabras. Y ojalá empaticemos con los que murieron, y con los que han vivido y siguen viviendo, en el terror.