El Mercurio, lunes 5 de mayo de 2008.
Opinión

Un ejemplo al otro lado del mar

Lucas Sierra I..

Su superficie es un tercio de la de Chile continental y su población, un cuarto de la chilena. No tiene grandes recursos naturales y es una isla de verdad: al medio del Pacífico sur. Es un importante productor mundial de lácteos, carne y madera. También del conocimiento y tecnología asociados a ellos. Sus indicadores educacionales son altos. Los ambientales, todavía más.

Sus indígenas son un 15 por ciento de la población, cuatro veces más que en Chile. Y aunque también hay una historia trágica, no hay violencia ni procesados por conductas terroristas. En vez de ataques incendiarios, se comentan los progresos de un proyecto forestal en el que una tribu aporta tierra y el Estado, financiamiento.

¿Qué razones explican esto? Muchas, probablemente, y de distinto tipo. Por ejemplo, una cultura predominantemente anglosajona y su sentido práctico a la hora de organizar la vida en común, un nivel básico de tolerancia y confianza interpersonal, y, muy importante tratándose de una isla en la inmensidad del Pacífico, el inglés como lengua materna.

Las instituciones, por supuesto, tienen que ver. Una forma parlamentaria de gobierno permite a ese pragmatismo anglosajón expresarse en la política. Mediante sus válvulas de escape a la tensión entre Parlamento y Ejecutivo, el parlamentarismo permite una plasticidad y fluidez que nuestro presidencialismo desconoce. Por el contrario, éste responde a la tensión con inmovilismo legislativo o con la fractura de las acusaciones constitucionales.

También hay una clara voluntad política, como la que liberalizó una economía altamente regulada. Esta voluntad política tiene el respaldo de un servicio civil consolidado, con funcionarios profesionales para quienes la próxima elección significa, en el peor de los casos, un cambio en los énfasis y no la cesantía.

Y la política indígena. Un órgano parecido a un tribunal atiende demandas y reclamos, no uno puramente político como la Conadi. Esta óptica de tercero imparcial ha permitido avanzar por un terreno más firme. Y hay poco paternalismo: además de asegurar títulos de propiedad, la política tiende a que los indígenas, sin perder su peculiaridad, se integren. Por ejemplo, otra tribu opera en su tierra una generadora eléctrica geotérmica, aprovecha el calor en un enorme invernadero con cultivos de exportación, y vende servicios de banda ancha satelital.

Cuando en Chile se vuelve a hablar de reforma del Estado, conviene mirar a Nueva Zelandia. Pues, aunque su nombre maorí, Aotearoa, significa la tierra de la larga nube blanca, es un caso claro y nada nebuloso de un Estado en forma.