El Mercurio, 23 de diciembre de 2018
Opinión

Un exquisito fresco social

Ernesto Ayala M..

Resulta difícil de creer que Cuarón no haya tenido presente «La nana» (2009), de Sebastián Silva, o alguna lectura de «Coronacion» (1957), de José Donoso, al escribir «Roma».

Roma
Dirigida por Alfonso Cuarón
Mexico y Estados Unidos, 2018
135 minutos.

Alfonso Cuarón es posiblemente el director más interesante de los que hoy están de moda a ambos lados de la frontera de México. Alejandro González Iñárritu es excesivamente pretensioso, al tiempo que tiene un altísimo concepto de sí mismo y un bajísimo concepto del resto de la humanidad, lo que resulta, al menos, sospechoso. Y Guillermo del Toro está más interesado en los efectos especiales que en las complejidades de la realidad, lo que le permite hacer películas visualmente atractivas, pero de lecturas muy limitadas. Cuarón, en cambio, con cintas como «Y tú mamá también» (2001), «Niños del hombre» (2006) o incluso «Gravedad» (2013), parece más sutil en su mirada, más exploratorio en sus investigaciones, menos juez de sus personajes.

«Roma», recién estrenado directamente en Netflix, es su trabajo más ambicioso hasta la fecha. La cinta sigue a Cleo (Yalitza Aparicio) durante 1970 y 1971, mientras trabaja como empleada doméstica en la casa de Sofía (Marina de Tavira) y su cuatro hijos, un hogar de clase alta en Colonia Roma de ciudad de México. La trama no es muy concreta o fuerte, por así decirlo. Cleo tiene una suerte de novio al tiempo que Sofía es abandonada por su marido, en un supuesto viaje de trabajo a Quebec. En tanto, Cleo es quien levanta a los niños, los viste, los cuida y los acaricia. Vive buena parte de su vida como elemento esencial de la vida de la casa de Sofía, aunque sufre, luego, sus propios pesares.

La cinta está filmada en 65 mm, en grandes planos abiertos, de un blanco y negro fino y exquisito. Reproduce con extremo cuidado la escenografía, los usos, los autos y el clima social de Ciudad de México a principios de los setenta. En ese sentido, cuesta creer que Netflix se haya interesado en distribuir la cinta, cuando evidentemente no es una película para ver en pantalla chica. Gran parte de su brillo está en el fresco social que realiza y en cómo utiliza la pantalla ancha, el plano abierto y continuo para hacerlo vívido. Esta búsqueda del retrato social se combina, a la vez, con escenas de expresividad más subjetiva, donde se recurrre a algunos de los escasos primeros planos de la cinta, en detalles que tiene que ver el padre apenas presente, con las dimensiones míticas de su Ford Galaxy o con el abigarramiento de vendedores ambulantes a la salida de los cines. La cinta se juega así en una cuidadosa combinación del retrato social y el recuerdo personal. Enlazar ambos planos, tratar de equilibrarlos con justicia y gracia es, de por sí, altamente jugado.

Resulta difícil de creer que Cuarón no haya tenido presente «La nana» (2009), de Sebastián Silva, o alguna lectura de «Coronacion» (1957), de José Donoso, al escribir «Roma». El director describe la costumbre de las empleadas domésticas como la institución latinoamericana que es. Acentúa el punto sobre la película de Silva al hacer que Cleo sea mixteca, con rasgos indiscutiblemente indígenas, elemento que la distingue nítidamente del mundo blanco de Sofía. Ahora, Cuarón es cuidadoso en matizar a esa familia y al burgués de clase alta en general. Los muestra autoritarios, pero afectuosos; patronales pero responsables; arbitrarios pero generosos. Cleo vive vicariamente a través de los afectos de la casa de Sofía -especialmente de los niños-, pero parece también cierto que no tiene posibilidades de una vida mejor. Su tragedia está en que es mucho más de lo que sus circunstancias le permiten dar cuenta. Su madera, por así decirlo, es de una nobleza enorme, pero el papel que te tocó en la vida es aparentemente menor. Como buen mexicano que es, Cuarón recurre a recursos muy propios del melodrama para hacer esto evidente, pero bienvenido sea: en esas circunstancias más extremas la cinta obtiene algunos de sus momentos más emotivos y memorables.