El Mercurio, 11 de septiembre de 2016
Opinión

Un hombre desorientado

Ernesto Ayala M..

Es una buena sorpresa que se haya estrenado en Chile «A la sombra de las mujeres», la última cinta de Philippe Garrel (1948), director del que, hasta donde recuerdo, solo habíamos recibido la estupenda «Los amantes regulares» (2005).

 

A la sombra de las mujeres
Dirigida por Philippe Garrel.
Con Clotilde Courau, Stanislas Merhar, Lena Paugam.
Francia y Suiza, 2015, 73 minutos.

Es una buena sorpresa que se haya estrenado en Chile «A la sombra de las mujeres», la última cinta de Philippe Garrel (1948), director del que, hasta donde recuerdo, solo habíamos recibido la estupenda «Los amantes regulares» (2005). Esa película duraba más de tres horas, era en blanco y negro y seguía los devenires amorosos de un poeta/diletante durante las manifestaciones de París en 1968. Parecía filmada en esos años, como si hubiera sido rescatada de los archivos de la Nouvelle Vague. Superada esa impresión, la cinta tenía intensidad y una inquietante melancolía, vinculada al sinsentido con que se movía el protagonista.

El protagonista de «A la sombra de las mujeres» sufre de una desorientación parecida, con la desventaja de no ser tan joven ni de estar metido en una épica social. Pierre (Stanislas Merhar) es un hombre solitario, un documentalista con poco éxito y poco dinero, que vive con Manon (Clotilde Courau), su señora, que es su camarógrafa y montajista, a la vez que trabaja medio día para mantener el roñoso departamento que comparten. Pierre, pese al amor y la admiración con que es tratado, no es feliz y la cinta exagera quizás en mostrarlo parco, ensimismado y frío. Al poco andar del metraje, se involucra con Elisabeth (Lena Paugam), una candidata a doctora en historia, y comienza a ser su amante, lo que complica las cosas.

La cinta también recurre a señas de la Nouvelle Vague, como el blanco y negro, créditos austerísimos, la exclusiva utilización de exteriores y luz natural, música incidental reducida a momentos muy determinados y un narrador en tercera persona, que no es ninguno de los personajes. Garrel filmó su primer largo en 1968, y, pese a ser de corte experimental, creció bajo la sombra formada por Rohmer (1920), Godard (1930), Truffaut (1932) y los otros. Con todo, su afición a la estética de la Nouvelle Vague tiene hoy algo de necrofílico. Hay grandes cineastas franceses que han crecido bajo esa sombra sin tener que homenajear tan derechamente sus rasgos: Eustache, Techiné, Assayas. En ese sentido, Garrel tiene algo en común con Tarantino (1963), que también hace del rescate una apropiación.

Ahora, si fuera pura carcasa, no valdría la pena detenerse en él. En «A la sombra de las mujeres» hay tristeza, hay derrota, están las señales de culpa de un director que mira a su protagonista como una extensión de sí. En el relato de sus vueltas, hay análisis clínico, pero también cierta compasión, parecida a la que se tiene con los errores cometidos hace años, con los que aprendimos a vivir medianamente. Pierre, algo tonto, aturdido, poco resuelto, es un personaje mucho menos interesante que las mujeres que lo rodean, sin embargo, lo valioso está en la mirada del director, en como, sin sentimentalismo, sin justificarlo, sin idealizarlo ni hacerlo innecesariamente patético, logra que uno lo siga, lo comprenda y, quizá, lo perdone. Garrel no pretende que uno quiera a su protagonista, sino que uno muestre cierta compasión por su juventud, por su egoísmo, por la torpeza de su conducta. No es poco, pero tampoco es tanto. Al final, todos hemos tenido un poco -o mucho- de Pierre.