A pocas semanas de la elección presidencial y de parlamentarios, la campaña aporta escasos elementos que permitan descifrar los tiempos que vienen. Con una visión algo estática, podría pensarse: si gana Sebastián Piñera, no será un tiempo muy distinto al vivido bajo su anterior presidencia; si gana Alejandro Guillier, será bastante parecido al tiempo de la segunda administración Bachelet. Luego, la alternativa se reduce a poco cambio o bastante continuidad.
Las demás candidaturas tienen menos potencial de incidir en el futuro inmediato, pues, hasta ahora, parecen condenadas a terminarse antes que la carrera presidencial entre en su fase decisiva.
Ya lo decíamos, se trata de una perspectiva más bien estática. Pues, en paralelo a la realidad así descrita, hay dinámicas en desarrollo que por débiles o marginales que aparezcan al momento, guardan sin embargo un potencial desestabilizador, innovador o transformador.
¿Qué sucede si la candidata del Frente Amplio supera al candidato de la Nueva Mayoría y entra al balotaje? Es un escenario distinto por imprevisto y porque terminaría por liquidar a la Nueva Mayoría. ¿O bien, si la Democracia Cristiana emerge como una fuerza de centro con su identidad fortalecida? ¿O si la derecha conservadora de José Antonio Kast muestra tener respaldo suficiente para obligar a Piñera a preocuparse de ese flanco en la segunda vuelta? ¿O si la participación electoral aumenta sustancialmente incorporando a una nueva generación de votantes? ¿O si la composición del Congreso Nacional refleja un nuevo cuadro de fuerzas, más fragmentado y personalizado, que precipite la formación de alianzas más variadas y menos estructuradas?
De modo que si bien el futuro inmediato se mueve entre unos parámetros centrales de relativa estabilidad, éstos coexisten con dinámicas laterales, de derecha a izquierda y viceversa, que contienen posibilidades de variación de la trayectoria y/o de modificar el entorno de la política de maneras más o menos significativas.
¿Y qué decir de las políticas que vienen, de lo que podemos esperar en cuanto a orientaciones del gobierno y conducción del Estado?
El espacio llamado «programático» —o sea, el momento propiamente deliberativo de la política— aparece disminuido sin lugar a dudas en esta fase de la campaña. Las fuerzas relevantes, y con mayores posibilidades de pasar a la segunda vuelta presidencial, se comportan en esta oportunidad con especial cautela. Es como si aceptasen, así no sea de manera implícita, que la sociedad, la gente, el electorado, la opinión pública encuestada, no están disponibles para «grandes» cambios, reformas estructurales, retroexcavadoras discursivas, propuestas maximalistas, novedades fuertes.
En tal sentido, llama la atención que los temas propios de una narrativa de cambios robustos, como alimentó el imaginario de la administración Bachelet, no aparezcan destacados en la campaña. Nadie invitar a soñar un país distinto, ni propone un otro modelo, ni anuncia el fin de un ciclo histórico ni levanta la ilusión de una nueva República. No se discute en particular, con ningún grado de intensidad que marque rojo, sobre el orden básico de la polis, aunque es probable que ahora —como nunca antes desde el año 1990— estemos tan próximos a ingresar a un nuevo momento constitucional y modificar la carta fundamental que rige nuestra vida colectiva como nación.
Es como si las condiciones del vuelo aparecieran despejadas hacia adelante, sin que exista el riesgo de serias turbulencias respecto de las cuales prevenir.
De hecho, habrán constatado ustedes que ninguna de las campañas en curso incluye en los discursos presidenciales una retórica que siquiera se acerque al encendido tono con el cual se han denunciado los múltiples, graves y crecientes malestares de la sociedad chilena.
Ahora que era el momento de cosechar ese descontento y de interpelar a las grandes mayorías que, se decía, viven al borde del abismo, no hay un discurso centrado en los malestares, que agite las pasiones negativas, construya sobre el resentimiento y ofrezca un camino de salida de las contradicciones económicas, sociales y culturales del capitalismo.
Más bien, entre las fuerzas políticas con posibilidades de llegar a la meta presidencial reina un inconfundible tono moderado; no se busca aumentar subjetivamente las contradicciones presentes en la objetiva realidad, y aún los más osados prometen apenas alcanzar un mínimo civilizatorio de derechos garantizados y de consumo ampliado.
Dicho de otra forma, lo que tácitamente se halla en juego para el próximo cuatrienio es cómo modular en Chile el modelo capitalista realmente instalado; cuánto Estado de (incipiente) bienestar construido sobre qué política de crecimiento (mercados); qué variedad de capitalismo nos debe orientar, más o menos coordinado, más o menos planificado; cómo incrementar derechos sin forzar un déficit y qué reformas introducir gradualmente para generar más solidaridades sin suprimir las fuentes de competencia y productividad.
Tal es el horizonte en que se mueven las políticas que vienen. Nadie ofrece un cofre con monedas de oro al pie del arco iris; no habrá educación superior gratuita (tampoco) en los próximos cuatro años ni nadie espera (seriamente) que la creación de servicios locales de educación dará respuesta la crisis de lo público en nuestro sistema educacional.