El Mercurio
Opinión

Un justo y dulce recuerdo

Leonidas Montes L..

Un justo y dulce recuerdo

Lo correcto, para José Zalaquett, era una forma de vida. Vivió sin dobleces ni tapujos, con honestidad y sentido republicano.

Recién se cumple un año de su fallecimiento o muerte. Y digo “fallecimiento o muerte”, porque a él no le hubiera gustado que se hablara de otra forma. No era creyente. Además, era muy preciso y riguroso con el uso y sentido del lenguaje.

En la década de 1920, durante el crítico período de entreguerras, sus padres llegaron a Chile desde el Líbano. Su padre se instaló en Antofagasta, donde se dedicó al comercio. Y su madre llegó a Vallenar. Ambos se conocieron en Chile. Se casaron en 1940 y partieron a Santiago. Su padre murió cuando él tenía diecisiete años, dejando una familia de siete hijos. Estudió en el Instituto de Humanidades Luis Campino. Después, derecho en la Universidad de Chile. Pero mientras estudiaba, debía trabajar en la tienda familiar. Fue primera generación de inmigrantes.

Su curiosidad iba mucho más allá del plano intelectual. Tenía una memoria prodigiosa y desde muy joven cultivó su pasión por el arte, la música y el ajedrez. La revolución de internet le apasionaba. Le gustaba jugar ajedrez online. Hablaba del “cambio de época”. Y decía que “internet es Dios y Google su profeta”. De hecho, fue una de las primeras personas que conocí que ya usaba Twitter. Gozaba y se impresionaba con sus clases gratuitas online que llegaban a más de 100 países.

Solía confesar que el arte le salvó la vida. En efecto, cuando volvió del exilio y le detectaron cáncer, vendió una obra para poder financiar su tratamiento. Fue coleccionista y crítico de arte. En su biblioteca posiblemente tenía más libros de arte que de derecho.

Su amor por la justicia no fue solo profesional. Cayó dos veces en las garras de Tres Álamos y en abril de 1976 fue exiliado. Su capacidad y talento fueron reconocidos en el extranjero. Entre 1979 y 1982 fue presidente del Comité Ejecutivo Internacional de Amnistía Internacional. Fue un miembro clave en la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación que redactó el “Informe Rettig”. Entre 1999 y 2000, formó parte de la Mesa de Diálogo sobre Derechos Humanos. Lo reconocieron con el Doctor Honoris Causa en la Universidad de Notre Dame y en la Universidad de la Ciudad de Nueva York. En Chile recién el año 2003 se le otorgó nuestro Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales.

En un memorable encuentro académico tuvimos la oportunidad de compartir durante tres días. Después de largas conversaciones y buen vino, me dejó convencido de que se puede ser socialista y liberal. Era un gozador de la buena mesa, pero también gran conocedor de la naturaleza humana. Con su serio y elegante humor —al final siempre deslizaba una sonrisa—, recordaba cómo había perdido las “cuatro inocencias”. Primero descubrió que a los niños no los traía la cigüeña, después dejó de ser creyente, en seguida dejó de creer en los partidos políticos, para finalmente constatar la cruda realidad de la naturaleza humana. Este realismo pragmático se reflejaba en su visión del mundo.

En los largos directorios de Televisión Nacional (TVN), donde tuve el privilegio de compartir con él, escuchaba con paciencia. Era discreto y comprometido. Silencioso, pero muy responsable. Ahora bien, cuando hablaba, su voz pausada y sus palabras profundas dejaban huellas.

Lo correcto, para José Zalaquett, era una forma de vida. Vivió sin dobleces ni tapujos, con honestidad y sentido republicano. Era firme, pero también tolerante. Combinaba el deber kantiano con una dulce ética de las virtudes. Un abogado público que equilibraba iuris con prudencia. Pero, por sobre todo, fue un hombre apegado y agradecido de su familia y del país que lo acogió.

A un año de su partida —dudo que hubiera aprobado esta metáfora— su ejemplo y su “recuerdo” es muy importante. Eso sí, siempre teniendo en cuenta la etimología de esa bellísima palabra (re-cordari viene de cordis, corazón). Pepe tenía una cabeza formidable, pero también un gran corazón.