Seamos claros: por impopular que sea reconocerlo, es indiscutible la ventaja que presentan los partidos frente a las agrupaciones de independientes como vehículos para articular la voluntad democrática.
En los últimos días se ha repetido mucho que los sucesivos escándalos protagonizados por independientes han evidenciado el rol fundamental que deben cumplir los partidos políticos en toda democracia. Seamos claros: por impopular que sea reconocerlo, es indiscutible la ventaja que presentan los partidos frente a las agrupaciones de independientes como vehículos para articular la voluntad democrática.
Ellos ofrecen predictibilidad ideológica, democracia interna para sus simpatizantes, transparencia en materia de financiamiento y disminuyen los costos de transacción electorales. Por estas y otras muchas razones casi todas las democracias del mundo prefieren organizar la participación política en torno a los partidos políticos.
Estas ventajas, sin embargo, no deben distraernos de la interrogante que verdaderamente deberíamos hacer: ¿beneficiará esta seguidilla de escándalos a los partidos políticos? En ningún caso. Para los votantes, los acontecimientos recientes seguramente se traducirán en una mayor apatía política en lo inmediato y en abstención en las próximas elecciones. Esto, a su vez, incrementará la ya profunda volatilidad en la intención de voto y la incertidumbre institucional.
Difícilmente podría culparse al electorado de esta situación. Por años, la academia ha denunciado el desarraigo social que evidencian los partidos chilenos (Luna & Altman, 2011). Sin ir más lejos, durante la última década cerca de la mitad de la ciudadanía ha declarado una y otra vez no sentirse identificada con partido alguno, porcentaje que aumentó a cerca del 80% con posterioridad al estallido social (CEP, 2019). ¿Qué ha ocurrido desde entonces? Una clase política recriminándose mutuamente de todos nuestros males, una escasa capacidad para abordar las carencias sociales que desembocaron en los acontecimientos de octubre de 2019 y un grupo transversal de parlamentarios intentando apelar a la ciudadanía a través de medidas clientelares y populistas.
¿Qué otras señales de alerta deben recibir los partidos políticos para finalmente reaccionar? Tal vez el contexto global podría ayudar en este sentido: la regresión institucional que experimentan muchas de las principales democracias del mundo evidencia que, tras la caída en desgracia de los independientes redentores, les seguirán otros que deberán recurrir a medidas más extremas para convocar a los desencantados.
Sin embargo, hay atisbos de optimismo: el proceso constituyente presenta para los partidos políticos una oportunidad única para comenzar a recomponer su relación con la ciudadanía. Podría usarse este proceso profundo de deliberación ciudadana para escuchar a la población, recorrer los territorios y mostrar un genuino interés hacia lo local en un contexto distinto a lo electoral. Igualmente, dentro de la Convención podrían promoverse muchos cambios que nuestra democracia requiere en forma urgente, como fortalecer la fiscalización del Servel respecto de la transparencia y democracia interna de los partidos. Todas las alertas están ahí, como también esta oportunidad única. Parafraseando a uno de los políticos españoles más audaces de los que se tenga recuerdo: partidos políticos, ustedes tienen la palabra.