El Mercurio, domingo 1 de agosto de 2004.
Opinión

Un país sano

Harald Beyer.

Mañana, con la declaración de las candidaturas a las municipales, se inicia una larga campaña que finaliza en diciembre de 2005 con la elección presidencial. Una ciudadanía moderada y desideologizada rechazará campañas que incentiven la polarización.

La campaña presidencial de Estados Unidos tiene muy divididos a los votantes de ese país. Una de las dimensiones donde ello se hace más evidente es en la aprobación al Presidente Bush. Mientras un 85 % de los republicanos aprueba su gobierno, poco más del 10 % de los demócratas lo hace. Éste es un indicador de que ese país está experimentando un alto nivel de polarización, de los más elevados en las últimas décadas. Ello ocurre aun cuando la economía norteamericana experimenta un acelerado repunte y sus ciudadanos tienen niveles significativos de coincidencia en diversas materias.

Lo que sucede en EE.UU. es una prueba de cómo los dirigentes políticos pueden – a través de sus decisiones y actuaciones- polarizar un país. Estas situaciones ciertamente no son sanas para la convivencia. En el caso del país del norte probablemente estas polarizaciones no son demasiado graves. Después de todo es una nación con un tejido social relativamente rico donde los niveles de confianza interpersonal y asociatividad, a pesar de algunos retrocesos en los últimos años, son todavía relativamente elevados.
Chile, en cambio, es una nación de altos índices de desconfianza no sólo en las personas, sino que también en las instituciones. La asociatividad tampoco es una característica de nuestros compatriotas. Hay, por tanto, pocos lazos en la ciudadanía. En estas circunstancias, los ambientes polarizados son poco saludables para los países.

Afortunadamente la situación actual sugiere bajos niveles de polarización. Los antecedentes reportados por la última encuesta CEP así lo sugieren. Por ejemplo, a diferencia de lo que ocurre en EE.UU., la alta aprobación a la conducción del Presidente Lagos es compartida incluso en los sectores más alejados de su gobierno. Un 50 % de los que se identifican con la derecha y un 46 % de los que se identifican concretamente con la Alianza por Chile aprueban la forma como está gestionando su gobierno. En ambos casos los niveles de desaprobación son inferiores. Incluso la evaluación de la forma como la oposición está desarrollando su labor sugiere escasos niveles de polarización. La aprobación general es bastante más baja, algo que es propio de los sistemas presidenciales y de ambientes políticos poco ideologizados como el nuestro. A pesar de ello un 29 % de los simpatizantes de la Concertación aprueban la labor de la oposición.

Un dato adicional es de interés: los no inscritos, lejos de mostrar una desafección con la política o la marcha de la sociedad chilena, no tienen opiniones distintas de los inscritos. Más bien no se inscriben por razones meramente utilitarias.

Puede pensarse que a las puertas de una prolongada campaña electoral las posibilidades de mantener este saludable entorno político pueden reducirse. Sin embargo, el electorado valora liderazgos conciliadores. Un 45 % de los ciudadanos no se identifica con los referentes políticos actuales y rechaza las figuras políticas conflictivas. Son ellos finalmente los que decidirán las elecciones de los próximos 17 meses y parecen eventualmente dispuestos a votar en una alta proporción tanto por Alvear como por Bachelet o Lavín.

Es un electorado pragmático, dispuesto a dejarse seducir por las campañas, propuestas y mensajes de los candidatos. Que muestren poco interés en la política no indica que carezcan de opinión. Una alta proporción se pronuncia respecto de cuál de estas figuras políticas lo haría mejor en diversas áreas de interés público. Esto sugiere que hay un espacio importante para una contienda electoral que plantee propuestas específicas a los problemas que la población percibe como prioritarios.

Lavín parece partir con ventaja esta larga campaña que, en la práctica, se inaugura mañana con la declaración de las candidaturas a alcaldes y concejales y finaliza en diciembre de 2005 con la elección presidencial. No sólo recibe el mayor número de menciones espontáneas sino que también aparece mejor posicionado en los temas de empleo y delincuencia, las principales preocupaciones de los electores.

Pero los márgenes son estrechos y esa primacía le puede ser arrebatada en cualquier momento por las candidatas concertacionistas. La receta es la misma para todos: la apelación a un electorado moderado y desideologizado, pero no por eso cerrado al debate político bien entendido. En estas circunstancias todo intento de polarización puede constituirse en un suicidio político. El país parece estar «condenado» a ir por un buen camino.