El Mercurio, 12 de marzo de 2017
Opinión

¿Una catedral?

Ernesto Ayala M..

Sí, «Silencio» es una película potente, intensa, quizás de lo mejor que hemos visto este año, además de «Manchester junto al mar», pero no alcanza a ser la catedral que pretende…

Silencio
Dirigida por Martin Scorsese.
Con Andrew Garfield, Adam Driver y Liam Neeson.
Estados Unidos, Taiwán, México, 2016. 161 minutos.
Se estrenará el próximo jueves.

Es 1640 y los padres Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver), salen de Macao a Japón en busca del padre Ferreira (Liam Neeson). Todos son jesuitas y en Japón las autoridades están persiguiendo, torturando y matando a quienes no renuncien a la fe cristiana. Ferreira fue el mentor de Rodrigues y Garupe, quien, de acuerdo a una carta que recibieron de él, ha renunciado a la fe y vive como un japonés más. Rodrigues y Garupe no pueden creer -o entender- que sea un apóstata, y parten a Japón para salvar el alma de su mentor. Dada la feroz persecución que sufren los cristianos, serán los últimos sacerdotes autorizados a viajar. Ambos salen clandestinamente, guiados por Kichijiro (Yôsuke Kubozuka), un desclasado, de movimientos y conductas impredecibles, que recuerda al Toshiro Mifune de «Los siete samuráis» (1954). Tienen miedo, pero están animados por una fe ardiente.

«Silencio» está basada en la novela homónima del japonés Shusaku Endo, de 1966, y fue un proyecto que Martin Scorsese alimentó por mucho tiempo. Esas ganas se notan: filma con un lujo, una suntuosidad y un despliegue visual enorme, poderoso, muy poco común hoy. La cinta recuerda el despliegue de las películas en color de Kurosawa. No solo hace uso de un claroscuro a la Caravaggio para reforzar el dramatismo, la claustrofobia o la angustia de muchas escenas, también usa el mar, la lluvia, la selva, el vapor, la niebla, el sol y el fuego como elementos fundamentales. Es una naturaleza presente, inescapable, protagónica, pero totalmente indiferente a la angustia, el dolor o los irresolutos problemas de fe de quienes la habitan. En un momento pasa un águila y Rodrigues dice que es un signo de Dios. Sin embargo, nada de lo que sucederá afirma esa lectura: la naturaleza se despliega en completa apatía frente al hombre, en un paralelo al silencio de Dios que Rodrigues comienza a sentir al avanzar su viaje.

La cinta tiene aliento, solemnidad, gravedad. ¿Tiene grandeza? Scorsese se había involucrado antes en los problemas de la fe. Algo hay en «Calles peligrosas» (1973), en «Taxi Driver» (1976), en «Cabo de miedo» (1991) y, por cierto, en «La última tentación de Cristo» (1988). Pero si exceptuamos esta última, el abordaje a la fe rara vez ha ido más allá de citar ciertos textos bíblicos, de invocar la severidad del Antiguo Testamento. Más que en la fe y la duda, Scorsese ha demostrado estar interesado en la redención. Sus protagonistas suelen llegar al fondo del infierno para encontrar cierta roca para salvarse, a veces de maneras inesperadas, heterodoxas. Scorsese no es Bresson, Tarkovski ni Kiarostami. No es un director de cine transcendental o contemplativo. Lo suyo es rock and roll, montaje, tensión y sobrecarga. «Silencio» se esfuerza por enfrentarse a un mundo sin Dios, pero se convierte, más bien, en la película de un héroe que cae por la arrogancia de su juventud, la porfía de su ignorancia, las desproporciones de su ambición. Es cierto que Andrew Garfield no da el ancho para transmitir el vía crucis existencial de Rodrigues, pero tampoco Scorsese. La cinta se esfuerza porque el problema que enfrenta el jesuita hacia el final tenga contornos metafísicos, pero es finalmente un dilema moral. Sí, «Silencio» es una película potente, intensa, quizás de lo mejor que hemos visto este año, además de «Manchester junto al mar», pero no alcanza a ser la catedral que pretende.

Silencio

Dirigida por Martin Scorsese.

Con Andrew Garfield, Adam Driver y Liam Neeson.

Estados Unidos, Taiwán, México, 2016.

161 minutos.

Se estrenará el próximo jueves.