El Mercurio
Opinión

Viejo y nuevo orden

José Joaquín Brunner.

Viejo y nuevo orden

Sociológicamente, puede argumentarse, la lucha de clases llegó a la cultura.

El incordio, esa cosa incómoda, agobiante o molesta que se percibe en nuestra sociedad, responde a que los cambios que ella experimenta son de carácter social y cultural. Es decir, afectan la esfera del poder blando o suave (soft power); esto es, el prestigio de ciertas formas de vida, la influencia de maneras y costumbres dominantes, el estatuto indiscutido de ciertos valores y prácticas; en breve, la autoridad reconocida a determinados grupos.

Todo ello goza de un aura especial. Moviliza respeto, crea aquiescencia y traza límites invisibles. Distingue clases y estratos, buen gusto, formas de honor. Crea lazos intangibles de afinidad. Los rangos, dice un personaje de Shakespeare, hacen posible el orden; en su ausencia suceden confusión y discordia.

Chile vive actualmente un generalizado cuestionamiento de los órdenes simbólicos y sus jerarquías asociadas. Un tiempo de rebelión de masas, evidente en la educación superior —universidad para todos—, emancipación de la mujer —fin del patriarcado—, irrupción del pueblo al poder político —Convención Constituyente— y el acceso de la interculturalidad al lenguaje oficial. Hay un trastrocamiento de rangos y redistribución del honor. “Desde ahora me van a decir Machi, con respeto”, es la frase que mejor condensa el cambio de nuestra escena shakespeareana.

Sociológicamente, puede argumentarse, la lucha de clases llegó a la cultura. Se confunden las banderas, surgen nuevos ritos y rondas, se imponen estándares hasta ayer desconocidos, lo de abajo aparece arriba y lo de arriba se viene al suelo.

Para los incumbentes de la cultura impugnada, la situación es asombrosa, extraña, dolorosa; sienten amenazados, en palabras del bardo inglés, la primogenitura y el rango de nacimiento, las prerrogativas de la edad, laurel, cetro y corona, y el respeto al lugar debido. De pronto, su biografía, convicciones éticas, apreciaciones estéticas, privilegios, dignidad y sentimientos son atacados, cuando no funados o cancelados.

Por el contrario, partes del pueblo, la masa o la calle, quizá por primera vez, se sienten transportadas por la ola de la historia a un nuevo plano de expectativas que abre vistas hasta ayer desconocidas. Se llenan de esperanzas e ilusiones; perciben, desde ya, integrar una comunidad imaginada con mayor dignidad e igualdad de reconocimientos. Puede ser equivocado, pues, como enseña Tocqueville, la anticipación de la igualdad nunca se concreta, a causa de que el deseo de ella se hace más insaciable a medida que la igualdad es mayor. Pero es un movimiento que hace circular los signos del poder.

Como sea, estas olas de la historia traen consigo, a poco andar, nuevos rangos y jerarquías, barajando a las personas y cosas en un orden diferente de posiciones y posibilidades, de respetos y ventajas.