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Opinión

2024: El año electoral que viviremos en peligro

Luis Eugenio García-Huidobro H..

2024: El año electoral que viviremos en peligro

Es posible también que, ante la incertidumbre que traerá consigo este 2024, no exista otra alternativa que tolerar la tensa espera de supone el avenimiento de cada una de estas elecciones. Pero incluso de adoptarse esta actitud, hay que recordar las lecciones que nos proporciona la historia en un contexto como el actual.

En una conversación con académicos extranjeros, uno de ellos bromeaba que este 2024 deberíamos como mucho contentarnos con tener un año más tranquilo que el anterior. La mayoría coincidía en la perplejidad de entrar a un nuevo año cuando todavía estamos procesando mucho de lo ocurrido en 2023. Uno de ellos recordaba el asalto al Congreso y la Corte Suprema brasileña, o las regresiones democráticas que parecen consolidarse en India, Turquía o Hungría. Otro se lamentaba que el ataque terrorista en Israel y la cruenta ocupación de Gaza haya desviado la atención de la ocupación en Ucrania e invisibilizado la creciente tensión en los Balcanes, el Mar Rojo o el Estrecho de Taiwán.

En toda esta conversación, el hilo conductor es el mismo: muchos de los acontecimientos de 2023 son reflejo de un mundo que se ha vuelto extremadamente impredecible. Bajo esta perspectiva, sin embargo, este 2024 difícilmente se presenta como auspicioso.

Por coincidencias azarosas en distintos calendarios electorales, cerca de la mitad de la población mundial concurrirá a las urnas en todos los rincones del planeta, con consecuencias geopolíticas y democráticas difíciles de anticipar. Durante 2024 habrá elecciones generales en los Estados Unidos, el Reino Unido, India, México, Sudáfrica, Taiwán, Indonesia, Pakistán, El Salvador, Panamá, República Dominicana, Ruanda, Mozambique, Uruguay, Namibia, Macedonia del Norte o Rumanía.

A ello se suman elecciones presidenciales en Rusia, Venezuela, Finlandia, Azerbaiyán, Islandia, Croacia, Argelia o Eslovaquia. También habrá elecciones parlamentarias en Portugal, Corea del Sur, Irán, Bangladesh, Bélgica, Austria, Mongolia, Botsuana, Georgia o Lituania. Se desarrollarán asimismo elecciones regionales o municipales en Australia, Alemania, Canadá, Turquía, España, Polonia, Brasil, Chile o Bosnia y Herzegovina. Esta combinación supone un escenario electoral sin precedentes desde la introducción del sufragio universal a fines del siglo XVIII.

Este intrincado rompecabezas electoral sin duda tendrá consecuencias directas en casi todos los conflictos geopolíticos en desarrollo o que se están gestando. Por ejemplo, este sábado se desarrollarán las elecciones presidenciales en Taiwán, en la que uno de los tres candidatos en disputa aboga por una posición más propensa hacia la reunificación con China y otro ha minimizado la importancia de este conflicto para centrarse en cuestiones de política pública. No es coincidencia entonces que, en su discurso de año nuevo, el presidente chino Xi Jinping haya anunciado la reunificación con la isla como algo inevitable, lo que marca una escalada en la retórica utilizada para referirse al asunto respecto a idéntico discurso del año anterior.

También en Asia, el conflicto limítrofe entre India y Pakistán podría tener un nuevo giro luego de la escalada de violencia en 2021 y 2022, como consecuencia de las elecciones generales que ambos países tendrán entre febrero y mayo. De India solo puede anticiparse una consolidación en su retórica nacionalista, mientras que de Pakistán es difícil saber qué esperar, ante la profunda crisis política que vive el país desde hace casi dos años y las dinámicas políticas generadas por la crisis humanitaria en su frontera con Afganistán.

Contra todo pronóstico, la guerra en Israel y Palestina todavía no ha escalado hacia un conflicto armado de carácter regional. Pero la situación en Oriente Próximo descansa sobre un precario equilibrio cuyas piezas podrían reacomodarse en los próximos meses. Aun si el gobierno de Benjamin Netanyahu resiste las presiones de convocar a elecciones generales, la posición geopolítica de Israel probablemente se vea mermada ante el casi seguro giro laborista que tendrá el gobierno del Reino Unido, producto de la división que este conflicto genera dentro de la izquierda británica. A la inversa, un triunfo republicano en las elecciones norteamericanas de noviembre supondría un alivio para Netanyahu, por la deferencia con la que este partido suele aproximarse a las actuaciones más problemáticas del gobierno israelí.

La importancia de este apoyo difícilmente debería subestimarse, dada la creciente marginación de Israel dentro de la comunidad internacional. Ello se evidencia no solo en las adversas votaciones que ha debido enfrentar en la Asamblea General de las Naciones Unidas, sino también ante la denuncia de genocidio que ha presentado Sudáfrica en su contra ante la Corte Internacional de Justicia. Este último país también se encamina a elecciones generales en 2024 luego de un mandato presidencial caracterizado por escándalos de corrupción y en que, por primera vez desde el término del apartheid, podría producir un cambio en las mayorías parlamentarias que pongan fin a la hegemonía política del partido de Mandela.

Por último, no hay mayores expectativas de cambio en las elecciones parlamentarias de una autocracia teocrática como Irán, aún a pesar de haber sufrido uno de los peores atentados terroristas desde la revolución de 1979 y de atravesar una profunda crisis económica que persiste hace años. Pero sí debe prestarse atención a la elección de la Asamblea de los Expertos en marzo, ante la posibilidad que los equilibrios resultantes en ésta puedan repercutir en la eventual designación del sucesor de un cada vez más anciano Ayatola Jamenei, con las ramificaciones regionales que ello pueda suponer.

En Ucrania crecen los llamados para que su presidente Volodímir Zelenski convoque a elecciones durante este año, producto de las críticas transversales que ha recibido su gestión del conflicto. Pero incluso descontada esta incertidumbre, el país deberá hacer frente a múltiples variables electorales externas que podrían comprometer su posición. Por de pronto, a mediados de año tendrá lugar la elección de cinco de diez posiciones no permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Más importante aún, un posible triunfo republicano en las elecciones presidenciales y parlamentarias norteamericanas podría debilitar gravemente la posición militar ucraniana, como anticipan los recientes debates en la Cámara de Representantes y el Senado.

Si bien la posición de Vladimir Putin dentro de Rusia es más débil que antes de iniciar la invasión en 2022 (y especialmente después de la fallida rebelión del Grupo Wagner en junio pasado), todo sugiere que el presidente será reelecto para un cuarto mandato en marzo. En esta ecuación geopolítica también debe considerarse la elección del Parlamento Europeo, en la que algunos predicen victorias inéditas para la ultraderecha y que, en caso de materializarse, también impactaría en la conformación de la Comisión Europea.

En simultáneo se producirá una renovación del Consejo Europeo, cuya composición también podría sufrir cambios ante los nuevos equilibrios políticos en los gobiernos nacionales. No debe así descartarse que Ursula von der Leyen fracase en ser reelecta para un nuevo periodo, no obstante su reciente promesa de priorizar la ayuda a Ucrania. Con todo, el avance de la ultraderecha tal vez no suponga cambios significativos en la posición europea hacia este conflicto. Como sugiere un reciente estudio, la invasión rusa ha marcado un cambio en la simpatía que antes algunos partidos populistas o de ultraderecha expresaban hacia el régimen de Putin, que ahora se ha convertido en una asociación tóxica que buscan deliberadamente evitar.

La importancia geopolítica de la guerra en Ucrania, por último, ha invisibilizado otros conflictos que incluso están gestándose en el propio territorio europeo. Sin ir más lejos, la creciente tensión entre Serbia y Kosovo –en las que el primero ha amenazado con intervenciones militares– han multiplicado los temores del resurgimiento de un conflicto que entre 1998 y 1999 causó un estimado de doce mil muertos y más de un millón de desplazados. Es en este escenario en que se desarrollarán las elecciones generales de Croacia y Macedonia del Norte, así como las elecciones municipales de Bosnia & Herzegovina.

Todo esto ocurre además en un año que supondrá una coyuntura crítica para el desarrollo democrático global. Como sugieren todos los indicadores disponibles, las últimas dos décadas han evidenciado un declive de la democracia en todo el mundo. El año pasado es indicativo de esta trayectoria: solo en África, ocurrieron siete golpes de Estado. Y si bien muchos de estos acontecimientos también evidencian una sorprendente resiliencia democrática de muchos países, es indudable que 2024 podría suponer un punto de inflexión para la democracia liberal.

Muchas de las principales democracias evidencian severas erosiones democráticas. Las elecciones en India –que algunos se cuestionan si todavía puede ser considerada una democracia– podría terminar de consolidar en dicho país una autocracia competitiva, ya que todo indica que Narendra Modi permanecerá como primer ministro. En México, las encuestas anticipan que en junio será electa la candidata presidencial de la coalición gobernante, lo que sugiere que continuará el desmantelamiento estatal avanzado por el presidente López Obrador y sus ataques contra los principales contrapesos institucionales.

Peor aún, la eventual elección de Donald Trump –en caso de no ser inhabilitado por la Corte Suprema para presentarse nuevamente como candidato– supondría una grave amenaza para la democracia norteamericana, como pronostica el desprecio que como presidente demostró reiteradamente hacia las formas constitucionales. Basta recordar su reacción ante el asalto del Capitolio o sus esfuerzos por subvertir el resultado electoral de 2021. Y no hace falta señalar que su retorno a la Casa Blanca llevaría a que cualquier equilibrio geopolítico sea tan inestable como su temperamento.

Probablemente haya quienes reprochen el excesivo pesimismo del horizonte esbozado. Puede que utilicen el ejemplo de Polonia, cuya elección parlamentaria de octubre pasado ofreció cierto optimismo ante la erosión democrática que había experimentado ese país durante los ocho años anteriores. Pero incluso en este caso, el camino que tiene por delante el gobierno polaco para revertir esta trayectoria iliberal es largo y, en el, éste se verá confrontado con múltiples desafíos. Tal vez el mayor de ellos en el corto plazo sea la elección municipal de abril, que los partidos populistas podrían ganar. Algo similar podría decirse de Brasil, que luego de negarle la reelección al presidente Jair Bolsonaro, volverá a las urnas para las elecciones municipales de São Paulo.

Es posible también que, ante la incertidumbre que traerá consigo este 2024, no exista otra alternativa que tolerar la tensa espera de supone el avenimiento de cada una de estas elecciones. Pero incluso de adoptarse esta actitud, hay que recordar las lecciones que nos proporciona la historia en un contexto como el actual. Después de todo, no debemos olvidar que en agosto de 1914, las principales potencias mundiales creyeron que, en un contexto de gran inestabilidad geopolítica, ellas serían perfectamente capaces de anticipar las reacciones de sus adversarios en caso que los conflictos escalaran.