El Mercurio, 23 de octubre de 2016
Opinión

Andrés Bello

Joaquín Trujillo S..

Cuando se habla hoy de Andrés Bello, se habla de una estatua. Esto fue lo que vio su bisnieto, Joaquín Edwards Bello, hace medio siglo.

Cuando se habla hoy de Andrés Bello, se habla de una estatua. Esto fue lo que vio su bisnieto, Joaquín Edwards Bello, hace medio siglo. Mientras se siga hablando de Bello en esos términos estatuarios, será difícil entender quién fue, qué hizo y cómo lo hizo. Se seguirá hablando de un fósil, en el mejor de los casos.

Al llegar a Chile, Bello fue presentado como «literato». El sentido de esta palabra ha variado con el tiempo, pero debe llamar nuestra atención que en ese entonces se hayan confiado tareas de Estado tan delicadas a un «literato» que ni siquiera contaba con título universitario (después se le concedió uno).

En el caso de Bello lo de «literato» era especialmente preciso: él era un poeta, un divulgador periodístico, y luego, un traductor muy libre de la poesía más actual del siglo XIX, como fue la de Víctor Hugo.

Bello no solamente escribió esos grandes monumentos mil veces reimpresos durante el siglo XIX que fueron los «Principios de derecho de gentes», su «Gramática de la lengua castellana» y esa cumbre, el «Código Civil»; fue además un temprano historiador de la política y economía de Venezuela; un estudioso original de la evolución de las lenguas que emergieron tras el desplome del Imperio Romano; un tratadista del Derecho Romano; un compilador de la astronomía vigente en su época; un amante de la agricultura y los jardines; un hombre que promovió el teatro romántico, traduciéndolo, reseñándolo, aplaudiéndolo, así también la ópera, especialmente la de Bellini. Andrés Bello hizo reflexiones de vanguardia sobre lo que se llamaría lingüística, sobre el origen de la escritura, la pintura; pensó la industria y el lujo.

Y los textos que pueden atribuírsele son también fundamentales. Redactó muchos mensajes presidenciales que son verdaderos poemas en prosa sobre asuntos prosaicos. Fue un político pragmático y escéptico, un conservador que cuidó a la juventud liberal y un liberal que respetó los logros de los conservadores. Hay, incluso, pasajes de sus escritos donde aparecen las nuevas ideas socialistas.

Es muy difícil entender a Bello según las estrechas categorías de los «ismos» europeos que comenzaron a hacerse tan poderosos y rigidizantes en el siglo XIX. Nuestra incapacidad para entenderlo quizá sea una evidencia de que no hemos sabido valorar nuestra especificidad. Tal vez el «bellismo» sea un camino de autocomprensión para Chile. De otro modo, podrá decirse lo que Irisarri dijo a Bello sobre Bolívar (parafraseando y en síntesis): No puedo sentir aprecio por quien a usted no lo aprecia.