Chile es un país exitoso, pero no es un país moderno. Tenemos una presidenta mujer, pero la discriminación de género es alarmante. Hemos reducido fuertemente la pobreza, pero tenemos una desigualdad enorme, similar a la de muchas naciones africanas. Nos vanagloriamos de nuestra apertura de mente, pero vivimos en ciudades segregadas, con una enorme falta de tolerancia. Tenemos artistas de fuste, pero nuestros museos tienen presupuestos raquíticos. Todos nuestros niños van a la escuela, pero la educación que reciben es de pésima calidad.
Definitivamente, Chile aún no es un país moderno.
El ideario del nuevo gobierno recoge, en parte, el desafío de la modernidad. Pero avanzar en esa dirección no es fácil. Al contrario, es un camino lleno de trampas y de dificultades, en el que se corre el riesgo de retroceder en vez de progresar. Los peores enemigos en el esfuerzo por modernizar el país son el dogmatismo y la improvisación. Desafortunadamente, durante las últimas semanas hemos visto bastante de ambos: los dogmáticos que se aferran al programa de la campaña como si fuera un edicto celestial, y los improvisadores que quieren pasar leyes a medio cocinar.
El error de los 100 días
La idea de avanzar a toda marcha, y a toda costa, durante los primeros 100 días de un gobierno proviene de la primera administración de Franklin D. Roosevelt. Entre marzo y junio de 1933 se aprobaron 12 leyes que cambiaron a EE.UU. para siempre -fueron los proyectos del New Deal.
Pero ese momento histórico era completamente diferente al que vive Chile en la actualidad. En 1933, Estados Unidos se encontraba postrado en la peor crisis de la historia de la nación. El desempleo era del 40%, y la producción en ciertas industrias había caído en 80%. La situación era desesperada y había que hacer algo -cualquier cosa- de inmediato.
En contraste, en el Chile del 2014 la realidad no es desesperada. De hecho, en lo económico nuestro país ha sido enormemente exitoso. Nuestro problema no requiere experimentar con cualquier cosa, como planteó Roosevelt en 1933. Nuestro desafío es cómo mejorar una máquina que ya está en funcionamiento, que nos ha permitido enormes logros, pero que no basta para esta nueva etapa de desarrollo. Chile no necesita un equipo de demolición; Chile necesita un relojero de mano ágil y de gran sofisticación.
¿Un ministro mal informado?
La improvisación parece ser particularmente seria en el ámbito de la reforma educativa. Como han dicho los líderes del movimiento estudiantil, aún no se conoce a ciencia cierta lo que el ministro Eyzaguirre va a proponer. Además, lo que se va sabiendo parece ser, hasta cierto punto, contradictorio.
Nos informan, por ejemplo, que el ministro quiere seguir el modelo escolar del estado de Massachusetts, estado de una impecable tradición progresista y con estupendos resultados académicos. Nos dicen que en la tierra de los Kennedy no hay selección en los colegios, que todos ellos son de calidad, y que si un establecimiento tiene pocas vacantes se usa una lotería para decidir quiénes se pueden matricular en él.
Pero resulta que Massachusetts no funciona como cree el ministro -o como creen los asesores del ministro. En Massachusetts hay tres tipos de establecimientos públicos: los colegios tradicionales, que aceptan a todos los niños de su sector y que dependen de la autoridad estatal (la superintendencia escolar). Los llamados charter schools, que si bien son estatales son administrados por entidades privadas sin fines de lucro; estos colegios, que son de alta calidad, no tienen selección y usan el mecanismo de la lotería.
Pero también hay un tercer grupo: los colegios emblemáticos con selección basada en exámenes de admisión y otro tipo de pruebas. Tan sólo en la ciudad de Boston hay tres colegios públicos emblemáticos con selección: el Boston Latin School, el Boston Latin Academy y el O’Bryant School of Mathematics and Science. No sólo son colegios públicos selectivos, sino que nadie piensa en cambiar su modo de operar.
Ojalá que el gobierno no termine con el Instituto Nacional, tal como lo conocemos, porque el ministro se atolondró, optó por improvisar y estaba mal informado.
Bajar el IVA
Pero es en el área tributaria donde la improvisación es particularmente seria. Los expertos de la Nueva Mayoría han generado un catastro de nuevos tributos que, según ellos, reducirán la desigualdad y recaudarán un poco más de 8 billones de dólares.
Nadie que crea en el proyecto de la modernidad -cuyo eje central es disminuir la desigualdad- puede objetar la idea de reformar el sistema impositivo y de aumentar los ingresos públicos. Pero para hacerlo bien se necesitan estudios, discusiones amplias, análisis profundos, modelos de simulación, consideración sobre las elasticidades involucradas, investigaciones sobre las diferencias entre el efecto impacto y el de largo plazo, y mucho más.
Hasta hace unos días yo estaba convencido de que esos estudios existían y que en cualquier momento los íbamos a conocer. Estos análisis, pensaba yo, van a despejar todas las dudas y todo estará bien. La oposición se rendirá ante la evidencia científica y la reforma será aprobada por una amplia votación. Pero los días pasaban y los estudios no aparecían.
Y como los estudios aparentemente no existen, el economista Alvaro Felipe García y yo decidimos explorar el tema. Nos centramos en los posibles efectos de la reforma propuesta sobre la distribución del ingreso.
La pregunta que nos hicimos es esta: ¿En cuánto caería la desigualdad -medida por medio del coeficiente Gini- como producto de esta reforma? Para responder esta interrogante hicimos varios supuestos sobre la incidencia de los nuevos impuestos (qué grupos dentro de la escala distributiva los pagan), y sobre los beneficiados por los nuevos gastos.
Quizás el resultado más importante es que aun en el mejor de los casos -los impuestos los pagan los “ricos” y benefician a las clases medias y pobres-, el Gini cae muy poco. Pasa del 0.52 al vecindario de 0.50-0.48. Esto confirma lo recientemente expresado por Harald Beyer, en el sentido de que esta reforma, por sí misma, apenas rasmillará la desigualdad chilena.
Pero si el grueso de los ingresos se usa para la gratuidad de la enseñanza universitaria_x0007_-un proyecto regresivo-, el coeficiente Gini quedaría prácticamente igual o, incluso, subiría un poco, al 0.53. Esto, claro, nos aleja del objetivo de ser un “país moderno” con una menor desigualdad.
Como un tercer ejercicio nos preguntamos lo siguiente: ¿Qué pasa si el ingreso recaudado con esta reforma -los 3.8 puntos del PIB que ha mencionado el ministro de Hacienda- se usa para financiar una rebaja equivalente del IVA? Esta opción es relevante por dos razones: como es bien sabido, el IVA es un impuesto sumamente regresivo. La segunda razón es que a mediados del 2003 el gobierno subió el IVA en un punto porcentual. El ministro de Hacienda de entonces (Nicolás Eyzaguirre) aseguró que era una medida transitoria, pero el IVA nunca se rebajó. Como tantas cosas en Chile, algo que afectaba a los pobres y que iba a durar poco, se enraizó con fuerza. A los chilenos se les adeudan años (una década) de devolución del IVA.
Según Alvaro García y yo hemos calculado, bajar el IVA al 13% -la rebaja que se podría financiar si se usan los dineros de la reforma- tiene un mayor impacto importante sobre la desigualdad. De hecho, en este caso, el Gini caería más que ante el escenario más probable contemplado en la actualidad -la nueva reforma les cobra impuestos a los más ricos y los gasta para financiar la gratuidad universitaria.
Nuestros resultados, desde luego, son preliminares y cambiarán si los supuestos usados son diferentes. Pero lo que ilustran con meridiana claridad son tres cosas: los efectos de la reforma propuesta sobre el Gini serán muy modestos; si los dineros recaudados financian a las clases medias y altas (gratuidad universitaria), la desigualdad tenderá a aumentar, y si el objetivo es mejorar la distribución deben considerarse mecanismos alternativos, como rebajar el IVA.
Hagamos estudios, discutamos a fondo y tengamos paciencia. La Presidenta debiera hablar por cadena nacional y decir, con ese encanto que le es tan propio: “Amigos, el tema es mucho más complejo de lo que pensábamos. Queremos hacerlo bien, y nos tomaremos el tiempo necesario para estudiarlo. El proyecto será presentado antes de fines de año”. Este sería un acto de modestia y pragmatismo, un gesto de estadista; sería excelentemente bien recibido por la población.