La Tercera
Opinión

Claroscuro de los monstruos

Joaquín Trujillo S..

Claroscuro de los monstruos

El poder legítimo ha estado ausente, primero, se ha mal informado, después, y, al final, ha sobrerreaccionado.

Se reitera la célebre sentencia de A. Gramsci según la cual cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo de nacer, entonces, en aquel claroscuro, surgen los monstruos. La sentencia es tan notable no tanto por lo que predica, sino por lo que solapa. Contra ella podrá alegarse que no existe nunca mundo enteramente moribundo, por un lado, ni naciente, por el otro. Lo que habría son cientos de mundos transitando distintas etapas. Mientras muere un bisabuelo y nace un bisnieto, se jubila un abuelo y trabaja un padre. El todo que muere y el todo que nace acontecen solamente en mentes escatológicas, obsesionadas con el fin y el principio. Estas han sido las de las grandes figuras de la poesía, la profecía, la historia y la innovación tecnológica, pero también las de quienes, sin otros talentos, están deseosos de protagonizar ese fluir, indiferente a ellos.

No por nada la edad antigua distinguía entre videntes y magos. Los primeros predecían el futuro, los segundos fanfarroneaban controlarlo. Hegel observó que el segundo grupo será incapaz de concebir que exista algo así como leyes del comportamiento y del acontecer que sean indestructibles e insistirán en que sus deseos deban traducirse en la realidad.

Pues bien, desde sus inicios, no pocas ciencias sociales se han movido desde la discreción del vidente a la temeridad del mago. ¿No es ya incluso la proclama de Marx -esa que se pronuncia más por el verbo cambiar que entender- un poco eso?

El monstruo que emerge cuando no acababa de morir lo viejo y nacer lo nuevo fue interpretado al final como el fascismo. Él -dirá B. Brecht en La evitable ascensión de Arturo Ui– aprovecha esa indefinición del mundo para hacer de las suyas, ergo, será preciso empujar su definición. Pero -ahora habla otro- como el mundo es la indefinición misma, esta operación ¿no hace acaso otra cosa que estimular los monstruos?

A veces hace falta volver sobre las tragedias griegas y sus versiones francesas del siglo XVII. En la de Hipólito y Fedra -según las versiones de Eurípides (428 A.C) y de Jean Racine (1677)-, creyendo muerto a su marido el rey Teseo, la reina Fedra declara su amor a su hijastro Hipólito, el hijo de Teseo. Ella estaba dispuesta a ocultar su secreto, pero la desaparición del rey le hace juzgar que sea ese su oportunidad. Problema: el rey no estaba muerto, regresa, se entera, y se lo engaña informándole que ha sido Hipólito el que se ha declarado a Fedra y no al revés. El rey maldice a su inocente hijo y entonces emerge un monstruo marino que cumple aquel anatema. Cuando Fedra confiesa que ha sido ella la infractora: ya es demasiado tarde.

El poder legítimo ha estado ausente, primero, se ha malinformado, después, y al final, ha sobrerreaccionado. Y es que la indefinición es caldo de monstruos.

Y sin embargo, Brecht ayudó a reformular las preguntas: ¿Quién los ve venir? ¿Quién los invoca? Ya lo decían los antiguos: vidente y mago no son lo mismo.