La Tercera
Opinión

Clásicos y repetición

Joaquín Trujillo S..

Clásicos y repetición

Los clásicos son así. De tiempo en tiempo retornan con sus interpelaciones tan categóricas que parecen formuladas especialmente para el caso que nos toca.

Como los occidentales no creemos en la reencarnación, juramos que es la historia lo que se repite o, como dijo Mark Twain, que rima. Supuestamente, aprendemos de estas repeticiones, de la misma manera como las rimas ayudaron a retener en la memoria las poesías (cuando todavía los humanos les dedicábamos dinero, o sea, tiempo).

Algo hay en ciertas cuestiones que tienden a repetirse, como si el universo se empeñara en que aprendamos la lección de una vez por todas. Sin duda, siempre está la posibilidad de que nos convenzamos de que algo se repite solamente porque no sabemos ver otra cosa. En ese sentido, lo que llamamos esencias, invariables, naturaleza, no sería más que el resultado de los trastornos obsesivo-compulsivos propios de eso que consideramos nuestra cultura.

De tanto repetir la hazaña, algo logra el atleta. Nos lo recordaron los olímpicos juegos de los griegos que seguimos practicando y que siguen maravillando a quienes, como yo, solo sabemos caminar.

El descrédito de las repeticiones, reproducciones, calcos, se intensificó con el romanticismo. Antes, los renacentistas estuvieron orgullosos de repetir. Y demostraron que el repitente es un perfeccionista.

Los clásicos son así. De tiempo en tiempo retornan con sus interpelaciones tan categóricas que parecen formuladas especialmente para el caso que nos toca.

Y bueno, los atletas de alto rendimiento que insisten en el estudio detallado de los clásicos son muy escasos. En Chile, tenemos sin ir más lejos al maestro Óscar Velásquez Gallardo, ariqueño que se transformó en nuestro erudito más connotado. Su hazaña nos ha significado acceder a las altas ligas, por ejemplo, de la paleografía mundial, allí donde se dividen las aguas de lo clásico, de las que el resto de los mortales bebemos kilómetros más abajo.

En esa línea, Editorial Universitaria acaba de publicar una traducción de Ion, precioso trabajo a cargo de los estudiosos Patricio Domínguez y José Antonio Giménez. Ion es uno de los diálogos filosóficos menos conocidos de Platón. Según creo, su interés radica precisamente en el provecho que pueda obtenerse de la repetición. Ion es un rapsoda, es decir, un repetidor de la poesía épica de Homero, que sabe de memoria, y que se luce dando recitales. Sócrates lo entrevista y pone a prueba.

Ion se defiende mal, pero no por eso deja de tener razón en una cosa, algo que tal vez no dice con todas sus letras: lo que sea de ti, antipático Sócrates, será gracias a los que como yo, repiten a los que transmiten las grandes ideas. Por original que se jure, un filósofo nunca deja de ser un repetidor. Lo que pasa es que se notará cada vez menos, como un atleta que parece volar. El conocimiento de los clásicos es el resultado de una larga insistencia, todo nuevo intento es un logro, que con cada repetición va quedando impreso en el mundo. Sus mejores exponentes nos enseñan que, de tanto percutar, insistir, repetir, podemos penetrar la roca madre de la cultura, extrayendo nuevos tesoros.