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Joaquín Trujillo S..

Consejo

El deterioro de la consejería clásica se nota en que ha sido suplantada por amigotes prehistóricos, cómplices de juerga, burócratas de habilidades blandas y otros engendros de la Vulgarpolitik.

Los ciegos o semi ciegos siempre recibimos sugerencias, advertencias, en suma, muy variados consejos. Sería absurdo rechazarlos. ¡Cuidado, un peldaño! Siga por aquí, doble para allá. ¡Agáchese! Tenga precaución.

Iba un día por La Vega. Unos feriantes a coro me daban instrucciones: arriba, abajo, a la derecha, a la izquierda. ¡Ojo, una mina en pelota!, gritó uno.

El humor también es consejo.

Raras personas las que se ofenden cuando se les ofrece. ¿Acaso no hay ningún punto ciego en sus vidas? ¿Son enteramente conscientes de todo lo que les ocurre? Recibirlos es una forma de expandir los propios sentidos y la temporalidad de las experiencias de vida. El consejo de un anciano vale tanto porque, al haber vivido más, identifica una serie compleja donde los jóvenes no ven más que caos o falso orden.

En las tragedias de la antigüedad griega hubo consejeros nocivos que suscitaron catástrofes, como esa nodriza que recomendó a la reina Fedra declararse a su propio hijastro. Pero también buenos, como el caso del vidente Tiresias, que destacó entre generaciones de gobernantes desquiciados por una destinación fatal.

Es en las escrituras sagradas de los judíos donde encontramos grandes figuras de la consejería, las cuales informan cultura popular. José, algo así como un ministro de finanzas del faraón; Daniel, un cortesano del rey Nabucodonosor y, también protopsicoanalista; ambos descifradores de sueños. Muchos profetas lo fueron no solo de reyes, sino del pueblo, que a veces se equivocó gravemente, pues eso de que la voz de aquel es la de Dios es un invento pagano, no judeocristiano.

Fue Mardoqueo uno de los consejeros más interesantes de estos milenarios relatos. Cuando el rey Asuero de Media y Persia destronó a su reina consorte e instaló en su lugar a Ester, una judía de la diáspora, sobrina de Mardoqueo, este consiguió a través de su parienta aconsejar al rey, contribuyendo a desarticular una conspiración, y a ella misma, cuando uno de los ministros de ese voluble rey lo convenció de exterminar a todos los judíos que permanecían en el imperio persa. Mardoqueo propuso un acto administrativo que los facultó para que resistieran el edicto genocida.

Occidente conoció consejeros muy distintos, como astrólogos, santones o sabios, y unos tan importantes como Goethe. Han persistido apenas en doctos cientistas políticos. La división de poderes fue, entre otras cosas, un intento por prescindir del consejo, para poner en su lugar una tensión supuestamente fructífera.

El deterioro de la consejería clásica se nota en que ha sido suplantada por amigotes prehistóricos, cómplices de juerga, burócratas de habilidades blandas y otros engendros de la Vulgarpolitik. Pero lo que enseña la historia, mítica o no, de los consejeros, es que estos han sido siempre sabios prácticos y, por sobre todo, fustigadores a los que conviene escuchar, como hacemos los discapacitados con la humanidad que nos rodea, incluso cuando alguien te detiene violentamente, se agacha y te amarra los cordones de un zapato, como una vez me sucedió en la belicosa Rusia. Y es que un tesoro al desnudo es el consejo.