El Mercurio, 7 de enero de 2018
Opinión

Continuidad y retroceso

Ernesto Ayala M..

A veces uno imagina que el chileno Nicolás López (1983) podría llegar a convertirse en un director de verdad interesante. Pero ya ha filmado diez largometrajes. ¿Cuánto más habrá que esperar?

«No estoy loca»
Dirigida por Nicolás López. Chile, 2018.
116 minutos

«No estoy loca», recién estrenada, es una suerte de continuidad y retroceso respecto de «Sin filtro» (2016). Es una continuidad porque vuelve a usar a Paz Bascuñán como protagonista, repite a buena parte del resto del elenco y, por sobre todo, continúa explorando las fragilidades del universo femenino. Si entonces eran las dificultades del mundo laboral, ahora explora las tensiones de la maternidad. La cinta pone en escena a Carolina (Bascuñán) el día que cumple 38 años y recibe generosos regalos de su marido (Marcial Tagle). Sin embargo, a la tarde siguiente se entera de que definitivamente no puede tener hijos y de que su marido, en cambio, va a tener uno con su mejor amiga (Fernanda Urrejola). Atormentada por el alcohol y la pena, Carolina intenta suicidarse, pero despierta en una pastoril clínica siquiátrica.

Como se puede intuir, aquí no hay tanto material de comedia. La premisa no es necesariamente cómica y el paisaje al interior de la clínica, tampoco. Por mucho que la estética de promoción de la cinta remita a la comedia -y en particular a «Sin filtro»-, y por mucho que los colores sean vivos, la iluminación sea fuerte y pareja, la cinta no puede escapar a la introspección y al viaje interior algo tortuoso, lúgubre incluso, que ella misma propone. La película, en ese sentido, no termina de asumirse. Quisiera ponerse cerca de los dramas femeninos de Almodóvar sin atreverse del todo. «No estoy loca» es entonces un retroceso frente a «Sin filtro», no porque sea menos «divertida», sino porque no arriesga a dejar el éxito de esa cinta atrás e ir por algo totalmente nuevo, que no necesariamente pertenezca a la comedia.

Otras observaciones:
López tiene gran talento para sacar actuaciones verosímiles de sus actores. Es cierto que hace lo mejor que puede con Fernanda Urrejola, pero obtiene mucho del resto de su elenco, en especial de la debutante Josefina Cisternas y, por cierto, de Paz Bascuñán, que se echa la película al hombro con convicción y gracia, lo que es especialmente sorprendente cuando algunas líneas de la cinta dejan bastante que desear, lugares comunes muy gruesos que maman directamente de la autoayuda más pedestre.

De la puesta en escena y el montaje, no se puede decir lo mismo que de la actuación. López insiste en un uso reiterado, incansable, agotador del primer plano, que parece estar ahí más para ahorrarse escenografía que para entregar el énfasis con que fue inventado. Tampoco se puede descartar que López esté pensando en los tráileres que se verán a través del teléfono y que, por el tamaño de la pantalla, exigen primeros planos. Sea la causa que fuere, tanto se insiste en el uso de primeros planos que, cuando quiere dar emoción a una situación, López retrocede la cámara, abre el encuadre y permite que el actor pueda recurrir a su cuerpo y él, como director, pueda recurrir al entorno. El efecto es, a lo menos, anómalo. Cuando quiere generar un efecto emocional, López deja la televisión (o la web) y recurre al cine. Ello revela que entiende de cine más de lo que aparenta y que el efecto emocional está entre sus preocupaciones. Quizá es hora de que tome en serio ambos recursos.