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Contorno de los manicomios

Joaquín Trujillo S..

Contorno de los manicomios

La gente no tiene que entrar en tu confesionario para pedirte perdón. A veces hace falta revisar las cosas por encima.

Tras el estallido de 2019, muchos comentan haber roto amistades de toda una vida. En general, el argumento se repite:

– Lo que descubrí en esa supuesta amistad nunca imaginé que estuviera dentro suyo. El estallido dejó ver algo oscuro con lo que no quiero relacionarme. Mi amistad la entablé con una apariencia, no la persona real. La real es mi enemiga y está loca.

Se ha dicho que en nuestro interior los seres humanos somos locos la mayor parte del tiempo. Cuando nos relacionamos con el mundo, nos hacemos cuerdos. Y es que ese mundo, al exigirnos algún grado de aquello que llamamos cordura, obliga a exprimir la que está en nosotros. No es que simplemente actuemos, es que sacamos a relucir nuestro personaje presentable. De alguna manera, el cuerdo se está siempre acordando de ese acuerdo que lo hace cuerdo.

Sin embargo, también el mundo se convierte en un coliseo lunar. Coincide que muchos se sienten autorizados para sacar de paseo el personaje loco que los habita. En la medida que ese despelote tiene lugar, acontece una revuelta, un estallido, una erupción en la que pocos se mantienen fieles a su personaje presentable. El dramaturgo Peter Weiss contó la Revolución Francesa dentro de un sádico manicomio.

Si eso es cierto, si se trata de una pasajera orgía de la cara loca de cada cual, ¿por qué, superado el episodio, no piden perdón?

Hay una posible respuesta. Pocos se allanan a confesarse locos mientras los fingidos cuerdos no se depongan con un gesto similar. Así, todos tienden a mantener sus posiciones, esperando que el tiempo dé la razón a alguna expresión de lo que secretamente reconocen como su locura.

A diferencia del amor, la amistad soporta mejor el paso del tiempo. Un noviazgo de contacto esporádico es una hazaña del cuerpo. En cambio, en una amistad la relación física puede llegar a ser repugnante, dice Sándor Márai. Pues la amistad es en sí misma superficial. Es el profano imperio de la superficialidad. Podemos ser amigos sin relacionarnos con lo más profundo del otro. Tampoco su totalidad. Además, la amistad es de suyo polígama, no pide exclusividad.

¿Y la política? Hasta en su aspecto electoral se parece a la monogamia. Por eso no podemos votar por dos candidatos o más en una misma papeleta (bueno… en la Chile lográbamos estos inventos).

Con todo, el consejo para quienes rompieron amistades a propósito del estallido es que la celopatía política no les gane. Lo importante, en algunos casos, no está dentro, sino fuera, en la superficie de las cosas, en su fina epidermis de cordura. Lo explicaron alguna vez ciertos escritores, la burlesca Wisława Szymborska o el católico Dezsõ Kosztolányi.

La mismísima civilización humana es eso, la capacidad de relacionarnos con el contorno de los seres, con el manicomio exterior, no el castillo interior, sin formular pormenorizados interrogatorios ni fisgonear en el calabozo que encierra al loco. Para que se adormezca y despierte el cuerdo.

Moraleja: la gente no tiene que entrar en tu confesionario para pedirte perdón. A veces hace falta revisar las cosas por encima.