Aún no ha empezado el discurso del Presidente. Pero qué lindo es soñar con palabras llenas de metas claras y ambiciosas que nos permitan volver a dibujar un futuro prometedor.
Son las 11:34 del sábado 1 de junio en el Congreso Nacional, y el Presidente acaba de lanzar una batería de medidas económicas en su Cuenta Pública que sorprenden por su osadía. Todo apunta a que, ahora sí, podremos romper el ciclo de crecimiento mediocre. La urgencia se sentía en cada una de sus palabras. La determinación parecía sincera.
Vamos por partes, ¿qué fue lo que dijo el Presidente? En economía, las cruciales expectativas se gatillan con acciones, pero también con el énfasis preciso. Hay que reconocer que el Primer Mandatario supo adoptar un tono conciliador, mostrando disposición para llegar a acuerdos y ceder si es necesario.
Reconoció errores pasados y se distanció del enfoque refundacional previo, que incluía frases como “introducir inestabilidad” y “Chile será la tumba del neoliberalismo”. Y no se quedó ahí; dejó claro que el crecimiento económico es una prioridad del Gobierno. Atrás quedó la principal incertidumbre autogenerada, y la autocomplacencia de celebrar haber retomado la “normalidad”.
Enmendó aquellas metas poco ambiciosas propuestas en la última Enade. Anunció que ya no se conforma con un crecimiento superior al 2% y la creación de 700 mil empleos; habló de crecer por encima del 3,5% y generar un millón de empleos adicionales, recuperando niveles previos a la pandemia. Pero eso no es todo. Se comprometió con la exigente meta de reducir la informalidad al 25%, pero con realismo, al proponer mejorar las pensiones actuales mediante una PGU mayor para quienes más hayan cotizado, abandonando la fórmula del impuesto al trabajo que encarecía la contratación formal.
Además, se centrará en el crecimiento a largo plazo, elevando el producto potencial del 2% a casi el doble. Redireccionará los esfuerzos de sus ministerios sectoriales en reducir la permisología, mejorar la seguridad y reactivar la educación con recursos frescos, dejando atrás el regresivo despilfarro de condonar el CAE. Prometió un punto de inflexión en la baja productividad. Llamó al sector privado a ser protagonistas de la transición energética, acelerando el desarrollo de la minería y reconociendo el enorme potencial que esta ofrece.
Admitió que no están dadas las condiciones para aumentar impuestos, pero sí para avanzar en el cumplimiento tributario y en darle eficiencia al gasto. Más que un pacto fiscal, ahora pondrán sobre la mesa un pacto de desarrollo con una visión larga y ambiciosa, capaz de revertir el estancamiento de la inversión y posicionar al país como un destino atractivo para los inversionistas internacionales.
Pero quizás lo que es más importante, es que el Presidente anunció que nada de esto surtirá efecto si no se apuesta una reforma política que le dé gobernabilidad al país. Con decisión, advirtió que pone todo su capital político en juego para construir un régimen favorable a acuerdos. Llamó a un entendimiento “aquí y ahora”.
En fin. Aún no es sábado 1 de junio. Aún no son las 11.00 de la mañana. Aún no ha empezado el discurso del Presidente. Pero qué lindo es soñar con palabras llenas de metas claras y ambiciosas que nos permitan volver a dibujar un futuro prometedor.
Aún estamos a tiempo que así sea. Presidente, lo escuchamos.