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Cuento de terror navideño

Joaquín Trujillo S..

Cuento de terror navideño

Fue el gigante donde el niño y le contó lo que el ruiseñor y la golondrina le habían dicho. ¿Cuál de ellos tendría la razón? El niño interrumpió su llanto, abrió los ojos y dijo: “la golondrina. Ella tiene la razón. Hay un juguete que no me has dado, por eso lloro tanto”.

El cuento del gigante egoísta tiene un desarrollo alternativo, uno que se conoce menos, pero que no tengo inconveniente en contar. El gigante egoísta era el propietario de un hermoso jardín en el cual no permitía que jugasen los niños. Después de mucho ahuyentarlos, como a pájaros, un niño logra compadecerlo llevando la primavera al jardín del gigante.

En el de Wilde, el niño se va y vuelve a redimir al gigante, pero en este otro se convierte en su heredero. Ocupa, además, una de las mejores habitaciones del castillo, con vista superior del jardín. El gigante le regala cientos de juguetes. Llega un momento en que la habitación del niño queda convertida en un cuarto de juegos con una pequeña cama en un costado. Trenes, autitos, rompecabezas… el niño se divierte y el gigante lo provee siempre de un juguete nuevo.

En vísperas de Navidad, el niño rompe en llanto. Es un llanto que no cede con nada. El gigante lo colma de helados, galletas, chocolates, pero su heredero no deja de llorar. Intrigado, el gigante sale a la ventana y le pregunta a un ruiseñor y a una golondrina: “¿qué le sucederá al niño que trajo la alegría a este triste jardín? ¿Por qué será que ahora llora tanto?”. El ruiseñor revoloteó sobre la cabeza del gigante, se posó en una rama y le contestó: “Yo que le di toda mi sangre a un rosal, te digo una cosa: a ese niño le has dado todo”. La golondrina, por su parte, planeó como una cometa de papel, mientras decía: “Yo que desmantelé pieza por pieza el monumento de un príncipe, puedo decirte que a ese niño le has dado todo, pero… falta algo”. ¿Algo?, se preguntó el gigante, ¿qué sería?

Fue el gigante donde el niño y le contó lo que el ruiseñor y la golondrina le habían dicho. ¿Cuál de ellos tendría la razón? El niño interrumpió su llanto, abrió los ojos y dijo: “la golondrina. Ella tiene la razón. Hay un juguete que no me has dado, por eso lloro tanto”.

-Pero… -dudó el gigante- ¿sabes realmente, entre tal desorden, cuáles son los juguetes que tienes?

El niño aulló como un lobo. Su llanto era más sonoro que nunca.

-Dime cuál es ese juguete y te lo compraré -le rogó el gigante.

En la puerta de su habitación, repleta de juguetes en completo caos, el niño gritó: “¡este castillo!”.

-¿Este castillo? -dudó el gigante-. Un castillo no es un juguete.

El niño se cruzó de brazos.

El gigante consultó nuevamente al ruiseñor y a la golondrina.

-Es cierto -comentó el ruiseñor- un castillo no es un juguete, ¿pero por qué no permitir al niño que te salvó jugar con él?

-Este niño ya juega dentro del castillo -objetó el gigante.

-Tú lo has dicho -intervino la golondrina-. Juega “dentro” no “con” tu castillo.

-¡Ah! -exclamó el gigante y corrió donde el niño-. ¡Ya entiendo lo que necesitas! ¡Puedes jugar con este castillo todo lo que quieras!

-Ok -sonrió oscuramente el niño, que ya adquiría la mirada de un ogro.