La Tercera
Opinión
Política

Cumbres invisibles

Joaquín Trujillo S..

Cumbres invisibles

A diferencia de la guerra, la política funciona de maneras diversas. Los que dicen: “la política es así, por lo tanto, y puesto que yo soy político, me comporto así también”, lo que en el fondo están diciendo se traduce: “la guerra es esto y yo soy un peón que participa de ella”.

Hay una famosa observación del poeta Paul Valéry que dice: “Las guerras son entre gentes que no se conocen y que no se conocen porque otras personas que se conocen muy bien no pueden llegar a un acuerdo”. Y una versión apócrifa: “La guerra es una masacre entre gente que no se conoce, para provecho de gente que sí se conoce pero que no se masacra”. Algo parecido puede decirse de la política. Es una pugna entre personas que no se conocen para provecho de gente que sí se conoce, pero que pugna menos. Pero también puede decirse al revés: que la política es una pugna entre gente que se conoce y en la que apenas se involucran quienes no se conocen.

A diferencia de la guerra, la política funciona de maneras diversas. Los que dicen: “la política es así, por lo tanto, y puesto que yo soy político, me comporto así también”, lo que en el fondo están diciendo se traduce: “la guerra es esto y yo soy un peón que participa de ella”.

No, la política no es necesariamente así ni asá. Una de sus gracias es que nunca acaba por saberse a ciencia cierta su realidad. Por eso las ciencias políticas hacen un aporte tan grande al pesquisar sus distintas apariciones. Lo que molestó hace siglos en la visión de Maquiavelo no fue tanto lo que dijo como el hecho de que pareció no concebir ninguna otra forma real de la política. Y los grandes políticos saben que la realidad de la política es como la realidad en general: es y no es, depende mucho de la necesidad, pero no menos de la voluntad, y ni decir la prudencia.

Por supuesto, los interesados en que la política se parezca a la guerra sonreirán suspicaces. Como ignoran o bien detestan el arte de la sofisticación, su negocio es el choque. Todavía más, quien haya leído a los clásicos de la estrategia bélica sabrá que la guerra es muy sofisticada, que en eso sí que se parece a la política y que, por lo mismo, los que piensan en política como una forma de guerra revelan que nunca debiese encomendárseles ninguna estrategia, política ni bélica.

De tal suerte que la pregunta que cabe formularse será si buena parte de nuestros problemas no se deba a que no hemos sabido encontrar a nuestros líderes. O sea, si la política es una pugna aguas abajo, que aguas arriba se aminora, ¿cuáles serían las genuinas altas cumbres en que tiene lugar su partición de aguas? Porque tal vez nos hemos estado acostumbrando a la experiencia de cumbres medianas, por no decir mediocres, sobre las que no se pueden tomar decisiones importantes. Se dirá que ya no, que ahora manda la gente dispersa, una que no se conoce entre sí y que no hay punto suficientemente alto, o retirado, a partir del cual decidir nada. Pues bien, en esa concepción de la política como guerra, pero de abajo hacia arriba, a la inversa de como la pensó Valéry, puede que esté nuestro atasco.

Tuve una vez un conocido que mentía a sus amigos enemistados para que se reconciliaran. Aunque no fuera cierto, a uno decía: “mira qué bien habló de ti”; y al otro, lo mismo. De esta manera unía para gobernar. Como que se encaramaba sobre una cumbre más alta.