El Mercurio, 26 de mayo de 2013
Opinión

Desafíos del kínder obligatorio

Sergio Urzúa.

El anuncio presidencial de kínder obligatorio es un positivo e importante paso para el sistema educacional chileno. Representa el esfuerzo final en una larga lista de iniciativas que por décadas han permitido aumentar la cobertura en este nivel. Así, mientras en 1990 solo uno de cada dos niños entre 5 y 6 años asistía a kínder, en 2011 la cobertura alcanzó a 94%. Y si bien la fracción de niños que hoy no asiste puede parecer pequeña, es importante notar que el 50% de ellos pertenece al 20% de los hogares más pobres del país, y que, de ellos, 47% vive en un hogar con al menos uno de sus padres ausente. En este sentido, la nueva política tendrá un desafío gigantesco: atraer y entregar educación temprana a miles de niños que probablemente han pasado sus primeros años de vida en un ambiente de alta vulnerabilidad.

¿Qué mejor plataforma para impulsar un debate serio sobre la calidad de nuestra educación por sobre el de cobertura? Los nuevos recursos económicos permitirán abrir nuevos cupos y centros, pero esta es la parte fácil de la política. El aseguramiento de la calidad es mucho más complejo e importante, sobre todo entre los 0 y los 5 años de edad, y los costos de no hacerlo pueden sobrepasar largamente los negativos efectos de, por ejemplo, un sistema de educación superior de mala calidad.

La evidencia internacional es clara al respecto: no cualquier programa de educación temprana tiene efectos positivos sobre el desarrollo infantil. Solo aquellos intensivos, en que se atacan los problemas de los niños y sus familias desde una perspectiva multidimensional, tienen impacto. Así lo demuestran los casos de los programas Perry y Abecedarian en EE.UU., ambos con retornos económicos varias veces mayores que sus costos. Del mismo modo, la evidencia reciente del programa Start (Tennessee, EE.UU.) demuestra que la calidad y experiencia del maestro es un factor fundamental al evaluar el impacto de asistir a kínder, no sobre resultados educacionales, sino sobre salarios. Con esta lógica, los 250 millones de dólares que se dedicarán al kínder obligatorio podrían pagarse solos, si en el diseño también se consideran los insumos del proceso educativo.

En educación, las políticas públicas deben estar diseñadas para «mascar chicle y caminar a la vez». Los avances en cobertura preescolar deben ser complementados con una discusión técnica respecto de los núcleos de desarrollo infantil, los logros de aprendizaje, la calidad y formación de educadores en este nivel, el cumplimiento de los coeficientes técnicos, y, por supuesto, la institucionalidad y financiamiento. Son estos factores -los determinantes de la calidad- los que en último término crearán las condiciones para que los 792 mil niños menores de 6 años (56% del total) que hoy no asisten a ningún programa educativo en Chile lo hagan. Los hogares no buscan guarderías, demandan educación temprana de calidad.