La Tercera
Opinión

Distopía en los atentados contra pinturas famosas

Joaquín Trujillo S..

Distopía en los atentados contra pinturas famosas

Es imaginable una distopía en que, a consecuencia de estos atentados, ha sobrevivido la biósfera y en ella los seres humanos, pero al costo de haber damnificado todas las obras de arte.

Dañar una obra de arte a fin de llamar la atención sobre la necesidad de reconocer con urgencia una reputada verdad científica de la que dependería el futuro del género humano o de la vida en la Tierra, supone varias cosas. Una de ellas es que nada es tan valioso como la vida y, por lo tanto, ¿qué importancia pudiera tener una pintura de Munch comparada con la sobrevivencia del mundo que ha hecho posible esa obra de arte? Según aquella tesis, solo podrán oponerse a esa visionaria inversión quienes no tengan ni idea de lo que está en juego.

En el pasado las artes se han enfrentado a este tipo de subyugaciones. En algunas ocasiones la verdad sobre el futuro, de índole “religiosa” o “científica” suprimía la obra (el caso de las famosas quemas de libros de la Inquisición o de los nazis). En otras, esta previsión sobre lo futuro exigió a los artistas ciertos compromisos. Stalin amenazó a los músicos para que compusieran piezas que pudiera disfrutar el pueblo. A veces el aspecto “melodioso” de la música soviética, como el del vals de Shostakovich que se baila en los mejores matrimonios por todo el mundo, fue en buena parte el resultado de esta presión indebida.

Ahora, difícilmente veremos atentados en nombre de la vida contra instalaciones de artistas tan contemporáneos que son en sí mismos un escándalo. Pues bien, es la suposición de que serán ciertos grupos de sensibilidad conservadora los que tendrán que conmocionarse al vaivén de tarros de pintura o sopas mal derramadas y que esos grupos ostentarían el poder para corregir los destinos del mundo, lo que alimenta esta pretensión. ¿Conocen realmente el gusto de los que pudieran hacer la diferencia para apostar que son esas obras, y no otras, los fetiches sagrados del poder? ¿O es que se trata, en cambio, de excitar a las clases medias que frecuentan museos de acceso no muy restringido para que sean ellas las que tomen la sartén por el mango y exijan un cambio radical con gritos en grupo o con votos depositados en urnas solitarias?

Descansan estos atentados sobre demasiadas suposiciones estético-sociológicas. Y es que posiblemente esas obras de arte sean el último vestigio de la humanidad que en términos escatológicos merece ser protegida, en el sentido de que los seres humanos nos hemos llegado a convencer del valor que hay en el cuidar de esas formas como si fueran obras de arte, de las que no precisamos conocer ninguna verdad religiosa o científica para presentir o, si se quiere, prejuzgar su dignidad.

Es imaginable una distopía en que, a consecuencia de estos atentados, ha sobrevivido la biósfera y en ella los seres humanos, pero al costo de haber damnificado todas las obras de arte. Entre ellas, claro está, las verdades de las religiones y las ciencias. Sí, esas que de cierta manera son también la reformulación del mundo que hacen los artistas, pero por medios menos evidentes en lo que concierne a la proyección del porvenir.