El Mercurio, 29 de septiembre de 2013
Opinión

¿Dónde están los padres?

Sergio Urzúa.

Hace algunos días vimos las imágenes de un padre sacando a su hijo encapuchado de una tumultuosa barricada. Si bien el hecho fue recibido con sorpresa (y aplausos), lo realmente sorprendente es el largo tiempo que tomó el que algo así se produjese. Por años hemos visto en manifestación tras manifestación la acción de jóvenes que hacen de la violencia y el desorden público su forma de expresión. Esto ha tenido millonarios costos para el Estado y los privados. Cabe preguntarse: ¿dónde han estado los progenitores de estos jóvenes durante todo este tiempo?

Nadie nace sabiendo ser madre o padre, pero el nivel de indiferencia que parecen tener algunos respecto de sus hijos es espeluznante. Esto no es solo el reflejo de nuestro subdesarrollo, sino también una manifestación del individualismo imperante y de una retrógrada visión del rol de la familia, principalmente del padre, en la formación de niños y jóvenes. Probablemente, escondidos en los mismos argumentos de quienes protestan, los padres culpen al “modelo” del mal comportamiento de sus hijos, cuando en verdad muchos de los problemas que vivimos como sociedad no tienen su origen en la sala de clases, sino en el living de la casa. Tener que ir a buscar a un hijo a una protesta es señal de que muchas cosas se hicieron mal por mucho tiempo.

Ya en la educación media la poca participación de los padres en el proceso formativo es evidente. El 87% declara asistir regularmente a reuniones de apoderados, pero la mera presencia en estos eventos no basta. De hecho, 39% de los alumnos de 2° medio declara que sus padres usualmente no están dispuestos a ayudarlos cuando tienen problemas con una tarea, y 33% dice que estos simplemente nunca los ayudan a estudiar. Y si bien no contamos con datos sobre lo que ocurre en la educación básica y preescolar, basta darse una vuelta por las plazas de Santiago para confirmar que la indiferencia tiene un origen temprano y no discrimina por clase social: ante la ausencia de los padres, buenas parecen ser abuelas y nanas. ¿Encontrarán también los padres en ellas una justificación para la mala educación de sus hijos?

Algunos se justificarán argumentando que la indiferencia es el precio del éxito: el retorno de una hora más de trabajo supera el “costo” de dedicarse a los hijos, compensando luego su irresponsabilidad con el pago de una matrícula en un jardín. Pero subcontratar las obligaciones de padre es el camino más fácil, no el correcto. La indiferencia de los padres le está costando caro a Chile. El Estado no tiene la capacidad para compensar lo que se dejó de hacer tempranamente. Quizás haya llegado el tiempo de fomentar las escuelas para padres. Me temo, sin embargo, que sin un cambio cultural profundo nos encontraremos con la sorpresa de que a ella terminarán asistiendo abuelas y nanas.