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Dos pájaros que hablan

Joaquín Trujillo S..

Dos pájaros que hablan

El cuervo de Edgar Allan Poe es, en las palabras de su autor, “un profeta” y “un demonio que sueña”. El tordo de T S. Eliot no es que sea un heraldo del optimismo, pero su revoloteo parlanchín entre la pérgola ofrece la posibilidad, el “quizás” como una esperanza.

Dos pájaros negros aparecidos en la poesía en lengua inglesa nos cuentan ciertas verdades entre sí contradictorias. Uno es el cuervo. El otro, el tordo. El primero entra majestuoso y se posa sobre un busto de Palas Atenea, en el famoso poema “El cuervo” de Edgar Allan Poe. Mientras tanto, en el portal de “Cuatro cuartetos” de T. S. Eliot, el segundo pájaro guía a la gente en un jardín.

El cuervo de Poe es famoso por su expresión terrible, que repite una y otra vez “nunca más”. El protagonista del poema, en esa madrugada fría, solitaria, intenta atraparlo para sacarlo a la fuerza de su gabinete. El ave nocturna replica “nunca más”.

En cambio, el tordo del poema de T. S. Eliot proclama una gran verdad: “Los seres humanos no soportan tanta realidad”. Este dictum del tordo tiene mucho de objeción contra la reiteración del cuervo. Si la cruda realidad del mundo nos grita que las mejores cosas las hemos perdido y que no podremos volver a ellas “nunca más”, se nos pide que, como proclama la tremenda puerta del infierno en la “Divina Comedia” de Dante, “abandonemos toda esperanza”. El ave nocturna picotea el mundo mientras le reitera “nunca más”, lo que pudo resultar bueno ya no tendrá una oportunidad nueva.

Muy distinto a la sugerencia del tordo. Según su afirmación, los seres humanos existimos como especie precisamente porque jamás decimos nunca más. Y si fuera cierto, nos negamos a admitirlo. Los seres humanos existimos porque somos capaces de mentirnos antes de aceptar la triste realidad que quita todo sentido a la vida. En consecuencia, el problema no es tanto autoengañarse como saber engañarse, hacerlo bien. Y en esa oportunidad que le damos al mundo, que el cuervo podrá acusar de autoengaño, curiosamente, muchas veces emerge una realidad más soportable.

El cuervo de Edgar Allan Poe es, en las palabras de su autor, “un profeta” y “un demonio que sueña”. El tordo de T S. Eliot no es que sea un heraldo del optimismo, pero su revoloteo parlanchín entre la pérgola ofrece la posibilidad, el “quizás” como una esperanza. “Pasado y futuro / lo que pudo ser y lo que ha sido / tienden al fin presente siempre”. Un “fin” que, según Aristóteles, no es otro que la felicidad. El viejo filósofo explicó que todos nuestros actos, querámoslo o no, se orientan hacia ese fin último. Pero también sostuvo que ocurren en el mundo de la “contingencia”, de lo que fue o pudo ser, sin que la realidad imponga sobre estas alternativas una dirección forzada.

No hay que negarlo, la época que llamamos Modernidad está cruzada por esta proliferación de caminos. De ahí que sea primordial una reflexión sobre ese mundo de alternativas, el tema del reciente libro “Ética de la contingencia”, de Aldo Mascareño. En él, su autor, propone una suerte de budismo político, una apuesta por los mundos que abre el “quizás” contra las reducciones del “nunca más”.